Cómo ha conseguido la ciencia avanzar tanto contra el coronavirus en tan poco tiempo


Al dinero invertido y a la necesidad de los estados de revitalizar la economía se añaden otros factores más azarosos
La primera mitad de 2020 ha congelado millones de vidas en todo el planeta, pero el ritmo de los acontecimientos ha sido vertiginoso. Dieciocho millones de personas se han contagiado con un virus que nadie conocía hace unos meses. Más de 700.000 han muerto. Decenas de millones han perdido su trabajo o no han podido seguir con su actividad.
La ciencia ha ido por detrás del SARS-CoV-2, pero le sigue la pista a una velocidad también sin precedentes. Los avances conseguidos en este poco tiempo han requerido en otras ocasiones años de investigación.
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El virus del VIH, causante del sida, fue identificado en 1983; pero las investigaciones apuntan a que el salto a los humanos se produjo en 1959 o incluso antes, hacia 1908. En estos momentos se considera que el salto decisivo a los humanos del SARS-CoV-2 sucedió a finales de noviembre de 2019 (aunque esa investigación, a cargo de la OMS, sigue abierta). Su genoma se secuenció y publicó el 10 de enero, sólo dos meses después.
La humanidad nunca le había puesto nombre tan rápido al patógeno causante de una epidemia ni nunca antes había tenido la esperanza de contar con una vacuna apenas un año después de estallar los contagios.
¿Cómo se ha conseguido? Desde luego, el colosal destrozo económico ha movilizado la inversión de estados y empresas, que suman ya 6.300 millones de euros destinados a la ciencia; pero de alguna manera ha habido cierta suerte en que el patógeno que causa esta crisis sea un coronavirus.
Miembro de una familia conocida
“Se ha corrido más porque teníamos el conocimiento previo de la investigación en vacunas contra el SARS y el MERS”, explicaba este fin de semana a NIUS Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología.
Desde el Centro de Investigación de Vacunas de Estados Unidos lo concretan de otra manera en la publicación especializada Stat: gracias a que es un coronavirus se ha alcanzado la fase 3 de los ensayos clínicos en seis meses en lugar de en un par de años.
Ahora viene el territorio difícil, no explorado con coronavirus anteriores: demostrar en un ensayo clínico a gran escala la eficacia de una vacuna.
Tecnologías exprés
Las vacunas clásicas, basadas en versiones atenuadas de los virus, suponen un desarrollo muy lento; pero sólo diez semanas después de publicarse el genoma del SARS-CoV-2, la empresa Monderna ya tenía un candidato para iniciar la fase 1.
Ahora basta conocer la secuencia genética para reproducir sólo la parte del patógeno que debe reconocer nuestro sistema inmunitario. Ese fragmento se incorpora a otro virus ya conocido y desactivado que sirve de plataforma.
¿Qué parte del SARS-CoV-2 había que reproducir? Gracias al trabajo con otros coronavirus ya se tenía identificado este punto débil: la proteína s, la que se ve en la corona del virus. No ha sido necesario ponerse a buscar la diana de las investigaciones, ya se conocía y por eso desde enero hay decenas de proyectos en el mundo centrados en inutilizar este elemento que permite al coronavirus infectar las células humanas.
Muchos de estos equipos científicos son los mismos que ya trabajaron en la lucha contra el SARS y el MERS. Conocen la proteína s, además, al detalle. Saben que ni siquiera hace falta reproducirla entera en una vacuna y algunos candidatos actuales sólo se centran en alguno de sus segmentos.
Lo agudo y lo crónico
Si el SARS-CoV-2 causase una enfermedad crónica, como sucede con el VIH, que se integra en el genoma humano y se oculta latente en el cuerpo, sería más difícil encontrar una vacuna.
La COVID-19 es un proceso, en el peor de los casos, agudo. Pasado un tiempo de días o semanas, la infección queda resuelta en la mayoría de los pacientes. Por lo tanto, se puede aspirar a una vacuna que induzca una respuesta análoga a la que ya se detecta en millones de personas.
Una apuesta segura
Los ensayos clínicos suelen ser lentos, entre otras cosas, porque es difícil que se incremente la inversión hasta que no se va demostrando que el medicamento tiene probabilidades de éxito.
En el caso del coronavirus SARS-CoV-2, sin embargo, se está apostando por la producción masiva antes de completarse las fases clínicas.
El problema no es el dinero, sino el tiempo. Porque cada día el daño sobre las economías adquiere proporciones históricas. Además, a medida que se va comprobando que la inmunidad de grupo está lejos de alcanzarse de forma natural, parece evidente que la vacuna va a ser necesaria en el futuro inmediato. Por desgracia, habrá mercado.
La experiencia del ébola
La epidemia de ébola en África sirvió en el mundo para aligerar las decisiones regulatorias para acelerar los ensayos clínicos. Esos procesos han sido tradicionalmente lentos, pero en la lucha contra este virus los reguladores aprendieron a trabajar más cerca de las empresas desarrolladoras, como está sucediendo ahora en los principales proyectos de vacuna contra el SARS-CoV-2.
La velocidad no lo es todo
Todos estos factores afianzan la velocidad de la carrera por la vacuna, pero no su éxito. De hecho, la OMS advierte de que puede que no haya “una bala de plata” capaz de librarnos de este monstruo.
Justo es en este momento cuando va a empezar a despejarse esa duda, con los ensayos de fase 3 iniciados por Moderna, Pfizer, Oxford o CanSino. Si los resultados son positivos, después será necesario que la velocidad en los avances científicos no se frene a la hora de hacer que las dosis lleguen a amplias capas de la población.