Una zapatera y una ceramista gallega, protagonistas de los Premios Nacionales de Artesanía

Ferro ha ganado el Premio Nacional de Artesanía
Otra gallega, la ceramista Paula Ojea, galardonada con el premio al mejor producto artesanal
La española que consiguió que unos zuecos pisaran las pasarelas de moda se llama Elena Ferro y acaba de ganar el Premio Nacional de Artesanía. Ella se define zoqueira desde la cuna. Es la tercera generación de su familia que se dedica a fabricar zuecos. Su abuelo empezó con un pequeño taller en 1915 en Merza (Pontevedra) y ella creció entre madera y cuero. Desde muy pequeña tuvo claro que quería estar en el taller; primero jugando, pronto trabajando. Con apenas once años hizo sus primeros zuecos sola.
“Yo quería dignificar los zuecos", explica Elena, "porque es un calzado que llegó a estar rechazado por estar asociado a la pobreza. Pero forma parte de la cultura gallega. Lo usaban los campesinos para trabajar, los protegía del frío y la humedad”.
Su uso fue disminuyendo a medida que aparecía nuevo calzado y descendía la población rural. A finales de los 70 prácticamente se habían dejado de usar. Y los zoqueiros fueron desapareciendo por la falta de demanda.
Elena quería mantener vivo ese oficio tradicional que tanto amaba y logró hacer de él un modo de vida, convirtiendo los zuecos en un calzado adaptado a las tendencias actuales.
Aunque sigue usando la misma madera que se utilizó toda la vida (abedul y aliso) decidió que había que cambiar la forma para adecuarse a los nuevos usos. “Ahora pisamos un terreno más duro. Antes en el rural era mullido: hierba, barro, tierra. Había además que levantar más la punta para que no tirase tanto el talón”. Juntó comodidad con estética y acabó triunfando. Las primeras clientas fueron su mejor publicidad. “Muchas mujeres nos decían que las paraban por la calle para preguntarles dónde habían comprado los zuecos”. Empezaron a hacer más variedades, modelos con más tacón, otros para verano e incluso zuecos personalizados.
Así consiguió que, contra todo pronóstico, el pequeño taller familiar creciera. Ahora hay diez personas trabajando. Y ya no solo venden en las ferias. Además de la tienda que tienen en el taller de Vila de Cruces, han abierto un establecimiento en A Coruña y venden mucho a través de su web. “Un gran logro que conseguimos es que la gente viniese al mundo rural a comprar. Merza es una aldea pequeña y gracias a las redes sociales llegamos a mucha gente”.
Fabrican 8.000 pares al año. “Si me preguntas hace diez años te diría que esto era impensable. Pero mi objetivo es seguir mejorando y aprender”. Su reto: adaptarse a todo. “Algunas personas me decían que le resultaban muy rígidos, así que diseñé los zuecos flexibles, incorporando una goma en la madera”. También ha diseñado los zuecos para veganos, hechos con un tejido sintético que parece ante.
Elena se define como positiva y testaruda. Ni en los peores momentos pensó en dejarlo. Así que el Premio Nacional de Artesanía no hace más que animarla. “El premio es un orgullo para los zuecos en sí”.
De Nueva York a Galicia
Paula Ojea es otra artesana gallega premiada este año por el Ministerio de Industria, Energía y Turismo. Esta ingeniera de caminos reconvertida a ceramista ha conseguido el Premio Producto por su colección Cut&Fold. “Creo que en Galicia hay capacidad de trabajo, tradición y un entorno natural muy inspirador", afirma.

Sus piezas son de corte geométrico y juegan con el punto de vista. “Según desde donde se observen parece que se inclinan hacia lugares diferentes”, explica. Geometrías imposibles que reflejan su formación en ingeniería.
Paula trabajó varios años en Nueva York en el diseño de estructuras de rascacielos y edificios de arquitectura singular. Luego se mudó a Barcelona y allí diseñó torres para turbinas eólicas. “Esa visión espacial, cosas de grandes dimensiones y corte geométrico, forman parte de mi inspiración”, explica.
Lleva metida en el mundo de la cerámica desde los cinco años, aprendiendo en la escuela municipal que hay en su pueblo natal, Nigrán (Pontevedra). Llegó un momento en el que pasaba tanto tiempo haciendo cerámica que decidió dar el salto y montar su propio taller. Así podía compaginar sus dos pasiones: “la parte más creativa de la cerámica y la de mente cartesiana que es mi parte de ingeniera”, aclara. “Me dio un poco de vértigo dejar el trabajo, pero tuve la inmensa suerte de que mi entorno más cercano me apoyó”. Considera que no ha dejado la ingeniería de lado, sino que la sigue aplicando a sus obras.
Gracias a una iniciativa de la Fundación Artesanía de Galicia para poner en contacto a artesanos con el sector de la hostelería, entró en el mundo de la alta cocina. Ha diseñado piezas para restaurantes como Casa Solla y A Tafona, con una estrella Michelín. “Me gusta que venga un chef a mi taller y que me diga que viendo la pieza se le ocurre un plato para servirlo allí. Lucía Freitas, de A Tafona, tenía un proyecto en Japón y me pidió un soporte para él. Ver tu plato allí servido, esa interacción es muy enriquecedora y gratificante”.
Reconoce que gana menos dinero que cuando trabajaba de ingeniera, pero que lo que ha perdido en estabilidad lo ha ganado en satisfacción personal y calidad de vida. "Llevo casi cuatro años pero todavía siento que estoy empezando, que esto tiene un largo recorrido".