'La condesa de Chinchón' vuelve, renovada, a las paredes del Prado


La restauración del famoso cuadro de Goya quedó paralizada por la pandemia
Se ha fijado su capa pictórica y se ha eliminado el barniz oxidado y la suciedad acumulada en su superficie
El cierre del Museo del Prado por el covid paró la restauración de una de sus joyas, La condesa de Chinchón. El 13 de enero de 2020 el cuadro se descolgó de la sala en que habitualmente se expone y se llevó a restaurar, pero el 11 de marzo la pinacoteca anunció su cierre temporal y todos los trabajos quedaron suspendidos.
En vísperas de Nochebuena, la famosa condesa, María Teresa de Borbón y Vallabriga, vuelve a casa por Navidad. Y lo hace con mejor aspecto que nunca. Los trabajos de la restauradora Elisa Mora le han quitado 200 años de encima, consiguiendo que luzca tan bella como cuando se pintó, en 1800.
La pintura ha sido sometida a un proceso de fijación de la capa pictórica y de eliminación del barniz oxidado y de la suciedad acumulada en su superficie.
La intervención ha permitido recuperar los valores originales de la obra y apreciar las magistrales pinceladas de Goya, cubiertas por un velo oscuro y amarillento que impedía captar la profundidad y el aire del espacio que envuelve a la figura.
Esta restauración, realizada por Elisa Mora, ha permitido recuperar los tonos verdes de las espigas del tocado, la calidad precisa de la gasa del vestido y sus adornos bordados o los sutiles matices de los grises y blancos.
El antes y el después


Lo que esconde 'La condesa de Chinchón'
Antes de acometer los trabajos de restauración directamente sobre el cuadro se procedió al estudio técnico. Las radiografías volvieron a revelar algo que se sabía desde el año 2.000, cuando la pintura llegó al Prado: que fue pintado encima de un lienzo ya utilizado por Goya que tiene restos de otros dos retratos.
El primero es de Godoy, y otro menos visible y subyacente de un caballero joven, que lleva en el pecho la cruz de la orden de San Juan de Malta y que podría ser el duque consorte de Alba. Ambos fueron cubiertos por una capa de color beige rosado, utilizada como preparación del retrato final de la condesa de Chinchón.

La restauración
La actual intervención ha reforzado las esquinas del lienzo original, que se encuentra sin forrar, y se han sustituido por hilos de lino varios parches de tela aplicados en el pasado sobre pequeñas roturas. Ha sido importante la fijación de la capa pictórica y de la preparación, por la presencia de craquelados que suponían un peligro de desprendimiento. La última fase de la restauración ha consistido en la eliminación del barniz oxidado y de la suciedad acumulada en la superficie de la pintura.
El proceso de limpieza ha sido clave para apreciar las magistrales pinceladas de Goya, cubiertas por un velo oscuro y amarillento que impedía captar la profundidad y el aire del espacio que envuelve a la figura. Ahora, con la transparencia del nuevo barniz, se pueden distinguir los tonos verdes de las espigas del tocado, la calidad precisa de la gasa del vestido y sus adornos bordados o los sutiles matices de los grises y blancos. Describen a la perfección el carácter de la joven condesa las nacaradas carnaciones y el rubor de sus mejillas o el cabello fino y rizado que parece moverse ante sus ojos de mirada embelesada y limpia.
'La condesa de Chinchón' y Goya
El retrato de la condesa de Chinchón está documentado por la correspondencia de María Luisa y Godoy entre el 22 de abril y principios de mayo de 1800, cuando la reina ultimaba los preparativos para que Goya pintara en Aranjuez el cuadro de La familia de Carlos IV. Por las cartas se sabe que María Teresa estaba encinta nuevamente, habiéndose frustrado dos embarazos anteriores. Nació una niña, Carlota Joaquina, el 2 de octubre de ese año, que fue apadrinada por los reyes.
El tocado de la joven, con sus espigas de trigo, seguía la moda de los adornos femeninos de esos años que incluían flores y frutos, pero tiene aquí el significado añadido como emblema de fecundidad, al ser el símbolo de la diosa Ceres, cuyas fiestas se celebraban en la antigua Roma precisamente en el mes de abril en que se pintaba el cuadro.
Representada de acuerdo con el alto rango que ahora tenía, de cuerpo entero, sentada en un dorado sillón que parece el trono de sus antepasados, como nieta que era de Felipe V, y a la espera del heredero que sería a un tiempo hijo del Príncipe de la Paz y descendiente de la casa de Borbón, Goya supo captar toda la ingenuidad y candor que describía Godoy en sus cartas.
En la mano izquierda luce una sortija, cuya pincelada central, precisa y muy bien definida, resalta el brillo del diamante, y en la derecha otra, sobre el dedo corazón, adornada con la miniatura de un retrato masculino muy abocetado que luce la banda azul de la orden de Carlos III.
La penumbra que la rodea está muy lejos de la luz de los retratos de otras damas de la aristocracia y recuerda, con ese recurso velazqueño de las densas sombras y la figura iluminada, algunas estampas contemporáneas de los Caprichos.
La figura está sometida a una rigurosa geometría y los pliegues de su vestido de gasa crean un conjunto de planos cruzados de gran riqueza, que sugieren el volumen y aumentan su luminosidad. Las flotantes espigas y los lazos azules parecen moverse, delatando el más leve movimiento de su cabeza, y la cinta blanca de tieso organdí, que sujeta la cofia bajo la barbilla, proyecta bajo su rostro un lazo rígido que, con sus tres pinceladas blancas, cargadas de materia, resaltan el colorido sonrosado de la joven, la finura de su rostro, así como su dulzura y la expresividad nerviosa y reprimida de su personalidad.
¿Quién fue La condesa de Chinchón?
María Teresa de Borbón y Vallabriga, nacida el 26 de noviembre de 1780 en Velada, era hija del infante don Luis de Borbón, hermano de Carlos III, y de María Teresa de Vallabriga, dama de la baja nobleza aragonesa.
Apartada de la corte desde su nacimiento junto con sus hermanos, y sin poder usar el apellido de Borbón por la Pragmática Sanción de Carlos III, a la muerte de su padre en 1785 fue enviada con su hermana al convento de San Clemente de Toledo, de donde salió para casarse con Godoy el 2 de octubre de 1797.
El matrimonio fue decidido por decreto de Carlos IV. La joven María Teresa, entonces de dieciséis años, tras ser consultada, accedió a la boda, por la que se restablecía la armonía familiar de la casa de Borbón y se rehabilitaba a los tres hermanos y a su madre, devolviéndoles el apellido real y los títulos. Por otro lado, los reyes honraban así a Godoy, su hombre de confianza, enlazándole con la realeza.