El corazón del Museo del Prado en su bicentenario: los trabajadores

El Museo del Prado tiene 400 empleados fijos con una media de edad de 50 años
El Museo del Prado cumple este martes 19 de noviembre doscientos años y su plantilla lo va a celebrar trabajando. Como cada día. Los 400 empleados fijos del museo no han preparado nada especial porque sienten que "ya es especial trabajar aquí todos los días".
Lo cuenta Bernardo Pajares. Empezó a trabajar en el Museo del Prado cuando tenía 23 años de vigilante de sala. Ahora trabaja en la oficina de copias, autorizando y controlando a los pintores que quieren reproducir alguna de las obras del Museo. Un trabajo que describe con entusiasmo. El mismo que siente cuando habla del Prado, su museo, su "segunda casa", su familia.
Bernardo Pajares: "Somos como una familia"
Lleva 12 años disfrutando de su trabajo. Allí ha conocido a su pareja. Ha hecho amigos y ha aprendido mucho. De las obras:"Si te interesa, el museo te abre las puertas para formarte". Y de las personas:"Son muchas horas viendo a la gente, escuchando sus historias. Muchos se emocionan y te cuentan cuándo vieron alguno de los cuadros por primera vez, o con quién vinieron a verlo", comenta.

Bernardo es responsable de la oficina de copias. Su departamento es quien concede los permisos a los copistas, esos pintores que se ven en las salas reproduciendo alguna de las obras del museo. Un trabajo al que ascendió por promoción interna y que disfruta. Aunque las anécdotas que cuenta son de otra época. De cuando trabajaba como vigilante de sala. En ese puesto estuvo nueve años.
Entonces, cada mañana, antes de que llegara el público, tenía que comprobar que todo estaba en orden. Y alguna vez se llevó una sorpresa.
"Una mañana descubrí unas sospechosas bolitas de papel pegadas a los cuadros. La tarde anterior había estado de visita un colegio y los niños usaron el cristal de los bolígrafos, a modo de cerbatanas, para dispararse (y disparar a los cuadros) proyectiles de papel". Un problema que solucionó llamando a los restauradores.
"Hay gente que estornuda cerca de los cuadrosn y deja restos de secreciones, que abandona pieles de plátano o cosas así en los bancos... He visto de todo. Una vez una turista rusa orinó en un rincón porque no encontraba los baños", cuenta divertido.

De su trabajo como vigilante de sala, lo único que no le gustaba, cuenta Pajares, era avisar a la gente de que no podía hacer fotos. "Hay a quien le cuesta entender que no se puede. Te dicen que en otros museos está permitido. En el Prado no lo autorizamos, intentamos que se vea el cuadro a través de los ojos no a través de una pantalla", comenta.
"Somos como una familia. Coincidimos por los pasillos, en las salas de descanso, en el comedor...
Anécdotas de trabajo que comparte con sus compañeros. "Somos como una familia. Coincidimos por los pasillos, en las salas de descanso, en el comedor, en la fiesta de jubilados".
La fiesta de jubilados es el gran acontecimiento del año. La plantilla del Museo del Prado tiene una media de 50 años. Muchos están al borde de la jubilación y quizá por eso, agradecen reunirse con sus compañeros ya retirados. Cada año celebran un encuentro por navidad. Una reunión, a mediados de diciembre, a la que van todos para charlar, recordar y felicitarse las fiestas.
La fiesta de jubilados es el gran acontecimiento del año para los trabajadores del Museo del Prado
Juan Ignacio Marco: "No me he aburrido ni un día"
Juan Ignacio Marco no quiere hablar de jubilación todavía. Tiene 63 años y lleva 31 en el Museo del Prado, trabaja en planificación de Recursos Humanos.
"En todo este tiempo no me he aburrido ni un día. Siempre hay algo que me sorprende", dice Marco tras explicar que por sus características el Prado necesita gente las 24 horas del día.

"Es como una mini ciudad, tenemos mantenimiento, climatización, pintores, carpinteros, cerrajeros, electricistas, vigilantes, administración, empleados de cafetería y comedor, de las tiendas...".
El bicentenario les ha dado más trabajo de lo habitual. Marco ha tenido que contratar a más trabajadores temporales para hacer frente a las necesidades. "Abrimos 365 días, hay que organizar los turnos. Antes no se contrataba a tiempo parcial, ahora sí se hace para las exposiciones temporales. No es fácil. No dejamos de ser administración y una empresa pública que tiene que dar servicio a todos. El contribuyente quiere que esté abierto todo el año pero que no sea caro", dice.

Juan Ignacio que estudió derecho, no se arrepiente de haber enfocado su carrera por otro lado. "Estoy encantado. Cada día hay algo nuevo, la empresa tiene una variedad tremenda en cualquier área. Eso es algo que no encuentras en otras empresas", dice, tras remarcar orgulloso que "el departamento de restauradores que tenemos son la envidia de otros museos. Son verdaderos artistas."
Alicia Peral: "Lo mejor el ambiente"
Alicia es una de esas artistas. Entro a trabajar en el departamento de restauración del Prado en 2015 tras aprobar una oposición a la que se presentaron 200 personas para dos plazas.
"Trabajar aquí es una experiencia enriquecedora, no te imaginas la calidad de de las obras, del trabajo, como te ayudan... lo mejor el ambiente".

A sus 35 años Alicia sigue aprendiendo cada día. "De técnica, de lo que aporta la obra, de como leerla...".
Ahora está trabajando en Concierto de aves de Fran Snyders. "El mayor problema es el barniz que enturbia los colores, la profundidad. El cielo se ve verde porque el barniz se ha oxidado".

De los 23 conservadores que trabajan en el departamento de restauración, Pajares es la más joven. Solo lleva cuatro años en el Prado, y aunque disfruta de la fiesta de jubilados, lo que más le gusta es el concurso culinario que hacen en su departamento para celebrar las fiestas. "Cada uno trae algo de comer. Y lo comemos entre todos". Momentos de complicidad que espera con ilusión, pero no tanto como sus paseos matutinos por las salas vacías del Museo antes de que abra al público.
"Disfruto mucho de ese paseo. Llegar a la sala de Las Meninas y tenerlas para mi no tiene precio. Entramos a las 8 de la mañana y hasta las 10, que se abren las puertas, todas las obras son nuestras. Es una sensación maravillosa".
Lo mismo piensa Bernardo. Pasear por las salas sin publico, situarse frente al cuadro y mirarlo en silencio. Un lujo que disfruta cuando puede. Juan Ignacio también recorre las salas cuando no hay nadie. Disfrutando el momento. Ellos y el resto de empleados de una empresa de la que se sienten orgullosos. A sus doscientos años, ese es el mejor regalo que tiene el Museo del Prado.