Una exposición explica la relación entre Roma y Pompeya
Es la primera muestra que acoge el Coliseo después de tres meses cerrado por la pandemia
Todo el mundo recuerda lo que estaba haciendo el día en el que dos aviones se estrellaron en directo contra las Torres Gemelas. Hace dos mil años, en Roma, en el momento en el que reventó el Vesubio, estaban poniendo las últimas piedras del Coliseo. No había televisiones ni streaming, pero algo sobre la erupción debió llegar a la capital, que se quedó de repente sin un importante centro mercante. El luto duró lo justo, pues un año después el Anfiteatro Flavio celebró una fiesta de inauguración que duró 100 días. Ríanse de los de Llinars del Vallès.
Hoy, 1.941 años más tarde, el Coliseo sigue ahí. Pompeya desapareció bajo la lava, aunque su esplendor pasó al terreno de la leyenda. Sus ruinas son algo más que melancolía, representan el sentido de lo trágico, de la fatalidad y la desgracia. Es tan mediterráneo… Dos milenios después, Pompeya y el Coliseo vuelven a cruzar sus caminos, con una exposición titulada “Pompeya, una historia romana”, que se podrá ver en el anfiteatro romano hasta el próximo 9 de mayo, covid mediante. En el envío de las piezas, cerca de un centenar, han participado el Parque de Pompeya y el Museo Arqueológico de Nápoles.

Se trata de la primera muestra que acoge el Coliseo tras permanecer tres meses cerrado por las restricciones a las que obliga la pandemia. No hay visitantes que se acerquen, ni foráneos ni locales, por lo que parece más una nueva reivindicación heroica de la cultura, ahora que ha perdido el turismo como aliado. La directora del Parque Arqueológico del Coliseo, Alfonsina Russo, lo celebra igualmente como “un gran momento” y espera que pueda servir al menos “para recordar dos historias entrelazadas”.
Aunque no siempre fueron de la mano. Más bien, al contrario. En el siglo IV a.C., Pompeya, bajo dominación samnita, se alinea con Roma en las guerras que ésta mantiene con los pueblos del sur de la Península. Comienza una fase de alianza, que lleva a la ciudad vesubiana a su periodo de mayor esplendor. El mercado ofrece grandes oportunidades y crea una aristocracia local que construirá esas villas en las que aún dan ganas de entrar a vivir.

Mármoles, fuentes, frescos y ese rojo pompeyano que resiste al paso de los siglos. Los intelectuales romanos pusieron fecha a su apogeo: el 146 a.C., el año de la victoria ante la República cartaginesa y la consiguiente desaparición de Cartago, la gran rival en la pugna por el Mediterráneo. Roma se rinde entonces al hedonismo. La autocelebración consiste en entregarse a la cultura helénica, en un afán enloquecido por la belleza. Una verdadera bacanal, que para ellos llevó el nombre de “luxuria”. Tampoco está mal. Los frescos de la Casa del Fauno, que se pueden ver en la exposición, o la Villa de los Misterios pertenecen a esta época.
El principio del fin
Demasiado bonito para durar, no todo iba a ser amor y lujo. Como en todo relato, apareció un villano. En este caso, llamado Sila. Las cosas ya no marchaban tan bien, Roma estaba inmersa en una serie de revueltas sociales que desencadenaron una guerra civil entre los seguidores de Cayo Mario y los de Lucio Cornelio Sila. Pompeya apostó por el bando perdedor, Sila se hizo con el poder y sometió a la ciudad. Se denomina la etapa de la “colonia”. Roma impone el latín, los pompeyanos pierden su antigua lengua y sus tradiciones. Y para homenajear a sus soldados, Sila funda al lado de Pompeya la ciudad de Cornelia, como refugio para veteranos de guerra.
Las tensiones se agudizan entre la población local y los colonos. Esto ya ocurría antes de Cristo. Tan sólo Augusto, el fundador del Imperio, consigue calmar algo las aguas con su famosa paz. El mandatario impone a las periferias imitar el culto imperial, como pueden demostrar las estatuas clásicas que acoge la muestra, relativas a esta etapa. Pero nunca desaparecerán las desigualdades. Los pompeyanos se sienten en la obligación de querer ser Roma, incapaces de llegar a sus instancias de poder. La clase emergente ya no es aristócrata, sino que la protagonizan nuevos ricos de origen plebeyo: los libertos. En Pompeya al menos gozan de chalé con vistas al mar.

Lo que no les dijeron es que el terreno no era muy de fiar. Entre el 62 y el 63 d.C. un temblor dejó la ciudad medio destruida. Roma mandó a un equipo de funcionarios para reconstruir la zona, tampoco en eso ha cambiado la burocracia. Pero fue un trabajo infructuoso, la decadencia había corrompido tanto el sistema que el final sólo era cuestión de tiempo. La naturaleza a veces sirve para acelerar las cosas. Ya saben lo que ocurrió con un volcán que había por allí. La relación entre Roma y Pompeya terminó, como se sabía, por incomparecencia de una de las partes. En la capital del Imperio todavía había tiempo para festejos, aunque el declive también había comenzado.