Eterna Alicia Alonso

Alicia Alonso ha fallecido. Tenía un milenio de vida, aunque tan solo 98 años de edad
El siglo veinte bailaba sobre sus puntas. Alicia Alonso era la patrona civil de la danza. La Virgen de la Caridad del Cobre de las zapatillas de satén. Un mito. Una leyenda.
Por eso quisimos creer que era eterna. Como su Giselle, la campesina a la que consiguió hacerle escribir con los pies versos de rima consonante.
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Porque Alicia nació, dijo Maurice Béjart, para que no muriera Giselle. Alicia no interpretaba a Giselle. Alicia era Giselle. Y eso que ya en los años 40, hace toda la vida, los médicos habían sentenciado que no volvería a bailar tras sufrir el desprendimiento de sus dos retinas. Ella, los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil durante un año en la cama, ensayaba el papel bailando con los dedos de las manos.
Entonces Alonso tuvo que elegir entre ver o bailar. Y volvió a bailar, claro. Y lo hizo, el resto de su vida, prácticamente ciega. El milagro se obraba haciendo que sus acompañantes estuvieran cada momento allí donde ella los necesitaba. Y con escenarios iluminados con potentes luces de diferentes colores que le servían de perro lazarillo. Como una marioneta colgada de los tensos hilos del talento y la voluntad. Porque Alicia Alonso era como aire.
Si hoy Cuba les suena a ballet clásico, es por ella. Casi nada antes. Hasta el punto de que le quisieron cambiar el apellido, “Alonsov”, para tener credibilidad en una posible carrera internacional. Alicia no accedió. Y a cambio espolvoreó de cubanía el mundo del ballet.
Los de mi generación la recordamos siempre mayor, siempre superviviente. Su pañuelo. Sus uñas. La imperturbable coreografía de los arabescos de sus manos. Apoyada con elegancia en el malecón de la vejez, aguantando los embates del caribe de los años, la barbilla alta, la mirada en el horizonte, haciendo perenne su romance con la vida. Como el eterno cisne que se resiste a abandonar un lago que ya se secó.
“Existo, vivo y muero por la danza”, dijo en una ocasión. Así que no es de extrañar que el 28 de noviembre del 1995, con 73 años, tras sus última actuación sobre las zapatillas de punta, asegurase que con en esa despedida se le iba el alma… no fue así. Y siguió guiando con sus ojos ciegos a futuras generaciones de bailarines.
Un año antes de su retirada este periodista la había visto en el Teatro Principal de Zaragoza, cuando ya llevaba más de medio siglo de danza en sus piernas. Inauguraba la primera temporada del Ballet de la capital aragonesa. El aforo a rebosar. La emoción, después de 25 años, aún reciente.
Alonso había fundado el que terminaría siendo el Ballet Nacional de Cuba. Es, y eso que el título está disputado, la artista cubana más importante de la historia. Bailó con el ballet de la Ópera de Paris, con el Kirov. Fue la primera americana en hacerlo con el Bolshoi: más o menos como si un pálido moscovita se hubiera enrolado en una gira mundial con el mulato Tropicana.
Como los besos en la vieja canción de Sabina, cómo van a caber tantos días, tanto premio, tanto mérito, tanto repertorio, tanta compañía, tanto magisterio en esta pobre columna.
Alicia Alonso, la eterna Alicia Alonso, ha muerto. Tenía un milenio de vida, aunque tan solo 98 años de edad.