El Atleti o el arte de poner las cosas en su sitio


Los delanteros del Atleti hacen tantas cosas que si no marcan parece que no hacen nada
Llegar al andén justo y que justo esté entrando el tren en la estación, abrir el portal cargado con la compra y encontrar el ascensor en la planta baja esperándote, meter un pase de la muerte y que Morata aparezca justo en línea de gol para enchufarla… La vida es mucho más llevadera cuando las cosas están en su sitio. En el caso rojiblanco, basta con que Oblak esté en la portería, Correa se desenganche para poder enganchar con los que le rodean y Morata ocupe ese lugar que partidos atrás no transitaba o no llegaba nunca a transitar. Porque con los delanteros del Atleti pasa mucho esto. Hacen tantas cosas en cada partido que al final, sobre todo si no marcan, parece que no hacen ninguna. Anoche, ante el Athletic, el argentino dio dos asistencias y el madrileño hizo un gol. Por este lado, todo en orden.
Otra cosa es Diego Costa. Con el de Lagarto hemos pasado de contabilizar goles a contabilizar desmarques. Contra los leones hizo “tres muy buenos”, Simeone dixit, y, al parecer, esto puede ser buena señal. Para la mayoría crítica es un bagaje un tanto pobre salvo si le sumas los desmanes permanentes que tiene con todos sus compañeros cada vez que no le ven o no le ponen la pelota en el pie (lo de echarla en largo para explotar su carrera potente es algo vintage), todos esos controles que se le separan del borceguí dos o tres palmos o estadísticas como la que comparte Víctor Molina sobre su participación en los últimos partidos. Será cuestión de seguir insistiendo en su recuperación. Desde luego, con triunfos como el del sábado, todo es más llevadero.
Hoy salió de suplente... y tampoco chutó a puerta @DiegoCosta se ha quedado sin disparar a portería en 9 de los 11 partidos oficiales que ha disputado esta temporada con el @Atleti. pic.twitter.com/pFcLpXS5vB
— Víctor Molina Pozo (@VictorMolina7) 26 de octubre de 2019
Anarquismo argentino
Correa es la improvisación, el verso suelto de los guiones de Simeone, un alma libre y un delantero que tiene mucho de estudiante español, de dejarlo todo para el final y ya veremos cómo salimos del envite. Su asistencia en el primer gol es precisamente esto: un reverso marca de la casa, un balón que se va largo, tres defensas que acechan el balón y una salida por el lateral a última hora, inesperada, para dejarle la pelota servida a Saúl. Y así siempre, sobreviviendo en un fútbol enclaustrado. A veces, como anoche, le sale bien y se reivindica. Otras, simplemente se lemariza.
El que nunca cae en la tentación de improvisar o de humanizarse es Oblak. El esloveno debe estar tan harto de que no cuenten con él para las grandes fiestas que ya ni espera a que los partidos se le aprieten a su equipo para obrar su milagro de cada noche y recordarle al planeta fútbol que con él se está cometiendo una injusticia que necesitará muchos años para ser resarcida. Anoche, en el minuto uno y diez segundos de partido ya estaba volando para evitar que el cabezazo de Iñigo Martínez se colara en su portería. Una parada que vale puntos y mucha paz porque, de no haber estado ahí, quién sabe qué estaríamos escribiendo ahora sobre Koke, Simeone o el mismísimo Enrique Cerezo. Oblak es el mejor del mundo. Y punto. O y puntos.