El boxeo, con dos de azúcar

Se cumple un siglo del nacimiento de 'Sugar' Ray Robinson, el mejor boxeador de todos los tiempos
Al ver sobre un ring a 'Sugar' Ray Robinson uno piensa que quizá habría sido más adecuado que hubiera peleado calzándose en los puños, en vez de guantes, unos zapatos de claqué. Porque no ha habido nadie que haya demostrado mejor que él que el boxeo no es sino la disciplina menos delicada de la danza.
Hijo de un pobre jornalero del algodón, 'Sugar' Ray Robinson se llamaba en realidad Walker Smith Jr. y nació en 1921 en dos lugares a la vez: en Georgia, según su partida de nacimiento, y en Detroit, según su autobiografía. Una biografía, por cierto, que parecía querer escribir con prisa: se casó a los 16, tuvo un hijo a los 17 y se divorcio a los 19. Luego vendrían más esposas y más hijos, pero ya sin el atropellamiento de esos primeros años.
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Walker fue uno de los millones de negros que, en tiempos de iras y uvas, tuvieron que emigrar de los campos del sur de Estados Unidos a las grandes ciudades del norte. A Harlem llegó con doce años. Quería ser médico. Pero el boxeo le cambió de bando y le puso del lado de las heridas.
Con catorce trató de participar en su primer combate. Como la edad mínima era dieciséis le prestó su carnet un compañero de gimnasio. Y Walker se calzó aquel nombre que le sentaba como un traje a medida. Uno se imagina al auténtico Ray Robinson, años después, sentado ante la televisión, varios botellines de Budweiser tirados en el suelo, atento a los combates de 'Sugar', con la extraña sensación, a mitad de camino entre la frustración y la satisfacción, de ver cómo su nombre llegaba hasta lo más alto de la historia del boxeo, mientras él se oxidaba en un apartamentucho con vistas sonoras al metro de Nueva York. Aunque quizá es que mi imaginación ha visto demasiado cine negro de los cincuenta.
Para explicar cómo se completó su nombre ficticio, hay varias versiones. Unos dicen que fue su entrenador quien dijo de su estilo que era “dulce como el azúcar”. Otros cuentan que fue una dama la que le gritó ese apodo a su anatomía en mitad de un combate. Sea como fuera el alias se coló a codazos y para siempre entre su nombre y su apellido adoptado. 'Sugar' Ray Robinson nunca fue derrotado como amateur, y más de la mitad de aquellas peleas las cumplimentó en el trámite del primer asalto.
Con tales avales debutó como profesional en 1940. Tenia 19 años y el boxeo que se almacenaba en la santabárbara de sus guantes anticipaba la munición del pugilismo moderno.
'Sugar' Ray era un boxeador del que no sería exagerado decir que era capaz de tocar, sin desafinar una sola nota, el Nocturno en Mi Bemol de Chopin golpeando un muro con un mazo de demolición. Su boxeo era mezcla perfecta de ritmo, velocidad, gracia, elegancia y brutalidad, como un búfalo que no desentona tomando el té de las cinco con la Reina de Inglaterra.
En las viejas grabaciones mudas en las que se le ve entrenar uno no puede evitar pensar que detrás de la cámara está el mismísimo Duke Ellington desgranando para él los acordes de “It don’t mean a thing” mientras él, con su uno-uno-dos y con sus pies, marca los golpes de batería.
Entre 1940 y 1951 Ray subió al ring 132 veces y sólo perdió una pelea, y fue a los puntos, con Jake LaMotta, el Toro del Bronx. Llevaba cuarenta sin perder cuando eso ocurrió. Y encadenó otras 91 después de aquello. 'Sugar' peleó contra leyendas como Graziano, como Armstrong, y contra campeones del mundo como Sammy Angott, Carmen Basilio, Marty Servo o Fritzie Zivic. Pero su rivalidad con el Toro es de las páginas fijas en cualquier enciclopedia sobre boxeo.
Porque con LaMotta peleó tantas veces que quizá les habría salido a cuenta poner un sofácama sobre el ring. Hasta seis veces quedaron para matarse. Porque no se puede definir de otra forma lo que ocurrió entre ellos sobre el cuadrilátero. Sobre todo en aquella pelea celebrada, qué ironía, un 14 de febrero del 51, el día de los enamorados. Y en aquel asalto número trece que debería aparecer en los libros de Historia junto a la batalla de Waterloo.
Y por si fuera poco el castigo que 'Sugar' le infligió aquella noche, aún le guardaba uno más cruel: ejerció de padrino, unos años más tarde, de la sexta boda de Jake.
No hay amistad más sincera que la de dos enemigos que han estado a punto de matarse.
Ray fue campeón mundial de los welter desde el 46 al 51. En el 51 lo fue también del peso medio. Al año siguiente se retiró. Y volvió para recuperar el cinturón en el 55. Y después en el 58. Nadie había logrado nunca tal hazaña. Nadie había sido campeón del mundo cinco veces.
Suyo es también el considerado mejor golpe de la historia, el golpe perfecto. La obra de arte la dibujó el 1 de mayo de 1957 en el Chicago Stadium sobre el lienzo en blanco del rostro del campeón del mundo Gene el Ciclón Fullmer. Fue en el quinto asalto, cuando el pincel del guante izquierdo de 'Sugar' esbozó un gancho impresionista a la mandíbula del Ciclón que lo eternizó para siempre en la lona.
Se retiró definitivamente en 1965 con más de 202 peleas, de las que en menos de veinte se quedó sin levantar el puño.
Robinson fue una estrella, quizá el primer negro aceptado en el star system: era un tipo generoso, simpático, conducía un Cadillac rosa y era dueño de un club frecuentado por cristianos piadosos como Dean Martin, Frank Sinatra o Jackie Gleason. Probó en el cine y en la televisión y se compraba elegantes trajes con agujeros en los bolsillos a tenor de lo rápido que perdió su fortuna.
Murió arruinado en 1989, a los 67 años, víctima de ese boxeador zurdo que es el alzheimer.
Para entonces, ironía del destino, 'Sugar' ya llevaba unos años sufriendo diabetes.
Por todo testamento dejó en herencia su juego de piernas, su golpeo en retroceso, la guardia desafiante desmayada en el sótano de la cintura, el cuerpo de ballet formado por su pies, su jab y sus volados y sus ganchos de derecha. Un herencia de valor incalculable para un tipo que murió pobre.
'Sugar' Ray Robinson fue nombrado el mejor boxeador del siglo XX por la agencia Associated Press. Si el siglo lo compartes con Joe Louis, Ray Leonard, Mano de piedra Durán, Archie Moore o Muhammad Alí, eso es lo mismo que decir que fue nombrado el mejor libra por libra de la historia.
En estos tiempos de hoy de combates descafeinados y con sacarina, cómo no recordar que el boxeo, el boxeo de verdad, sabía mejor con varias cucharadas de azúcar.