Juan Arenas, el 'hombre pájaro' que vuela a 240 kilómetros por hora

Este sevillano, ataviado con su traje alado, ha batido el récord del mundo de pilotos volando en formación junto a un avión
Economista y director de un centro de enseñanza, se dedica profesionalmente al salto base afrontando gastos de 30.000 euros al año
"Mucha gente piensa que somos superhéroes, pero somos normales y corrientes, aunque parezcamos pajarillos", dice a NIUS
El halcón peregrino es la ave más rápida, capaz de hacer caídas en picado que rondan los 300 km/h cuando van a la caza de su presa. Como este rapaz se siente Juan Arenas, "sevillano y sevillista", un especialista en vuelo con trajes de alas que acumula sobre sus espaldas casi 2.500 saltos. Amante del riesgo extremo, "pero nunca un temerario", su última gesta ha sido batir un récord mundial.
Junto a otros 16 hombres pájaro de nacionalidades tan diversas como Estados Unidos, Italia, Inglaterra, Rumanía u Holanda, se marchó del 20 al 23 de diciembre pasado al aeródromo de Alvor (Portugal), cerca de Portimao, para intentar la formación más grande de pilotos con trajes de ala junto a una avioneta. Y lo lograron, aunque debieron esperar a que la meteorología acompañara.
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Para batir el anterior récord, en el que formaron diez personas, contaron con dos avionetas traídas expresamente de Alemania: una Pilatus Porter (de origen suizo y preparada para volar a bajas velocidades) y una Caravan (algo más grande y en la que caben 15 paracaidistas).

Juan recuerda para NIUS los tres minutos que, aproximadamente, emplearon los 17 pilotos en grabar sus nombres en la historia: "Salimos a 15.000 pies de altura, 4.600 metros, con los dos aviones en paralelo. Tardamos unos 20 segundos en juntarnos y en hacer una formación. Después, el avión perdió algo de altura para que nos pusiéramos un poco debajo y pudiéramos atacarlo, y entonces entrar por el ala izquierda. Así se evita el cruce de pilotos en el aire. Dos minutos y pico duró nuestro vuelo junto a la avioneta y, finalmente, otros 20 segundos de separación. El último paso fue la retirada y todos nos separamos para abrir cada uno su paracaídas de manera segura".
A semejante altura y con velocidades entre 170 y 240 km/h., todo está milimétricamente medido. "A mí, por ejemplo, me tocaba estar cerca de la rueda del avión en una posición de mucha responsabilidad. Si me movía un poco, se lo trasladaría a toda la línea de pilotos que tenía a mi derecha y generaría mucho peligro", cuenta este economista y director de un centro privado de enseñanza, de 42 años.
El solo hecho de oír su experiencia da vértigo. También, hace evocar imágenes y sensaciones que Juan Arenas describe. "Es la libertad máxima. El estado mental en el que uno se encuentra en ese momento debe ser muy parecido al que te proporciona la meditación, con esa capacidad de dejar la mente en blanco y creer que no existe nada más. Se congela el mundo", resume.
Con el salto base hay un problema: es cuestión de dinero y no de habilidad, cualquiera se puede comprar un traje. No hay una regulación al respecto", se queja Juan Arenas
Juan comenzó a volar gracias al paracaidismo y luego pasó al salto base. Los orígenes, en cualquier caso, se remontan a muy lejos, cuando era pequeño y su madre le reñía por ir escalera arriba y abajo "volando por los escalones de siete en siete". Además, su abuelo fue piloto y su padre lo intentó, algo que le transmitió mucha inquietud por este mundo: "Siempre tuve el gusanillo y en cuanto me pude costear un curso de paracaidismo, me metí en ello".
Algo quiere dejar muy claro: la diferencia entre paracaidismo y salto base. "El primero cuenta con más margen de error. Llevamos dos equipos, un dispositivo de apertura automática, no tenemos ningún objeto contra el que chocarnos... Parece que es un deporte muy extremo y muy arriesgado, pero no lo es tanto. Por estadísticas, hay pocos accidentes", indica.
"El salto base, por su parte, sí es bastante arriesgado. Se compara con un alpinismo de ochomiles, donde hay que tener muchos factores en cuenta y una vida muy sacrificada y con mucho entrenamiento. O con una Fórmula 1, donde no todo el mundo está capacitado para conducir un Ferrari a 300 km/h. Aquí cualquier error es clave", prosigue.

Ante tanto riesgo que conlleva esta segunda modalidad, no es fácil entender que no esté regulada, como explica Juan: "Yo lo comparo con el alpinismo. Cualquiera puede pagar los 60.000 euros que vale entrar para hacer una subida al Everest, e intentarlo… o quedarse en el camino. Aquí pasa igual, es cuestión de dinero y no de habilidad, cualquiera se puede comprar un traje. No hay una regulación al respecto, con lo que mucha gente no tiene una preparación adecuada".
Dentro del salto base, una de sus ramificaciones conlleva volar con trajes de alas cerca de la montaña. Algo en lo que Juan es un especialista y que, a ojos de muchos de sus seguidores, le convierte en una especie de Supermán."Es un deporte que crea admiración", reconoce, "y a mucha gente le parece que somos superhéroes. Pero puedo asegurar que somos gente normal y corriente, aunque parecemos pajarillos", afirma entre risas.
Su peor momento en las alturas
Por suerte, nunca ha estado tan al límite saltando como para jugarse la vida, aunque sí recuerda un episodio en el que, junto a tres compañeros, lo pasó muy mal: "Fue en Suiza, subiendo el Eiger, una montaña a casi 4.000 metros de altura y con una roca muy mala. Pasamos muchísimo miedo en la subida porque la roca no paraba de desprenderse y no llevábamos cuerda ni arnés. Estuvimos durante 60 metros muy expuestos, pasamos mucho miedo".
Ha recorrido tantos lugares únicos en el mundo que le hace difícil elegir algunos. Puntúa muy alto, por ejemplo, los Alpes suizos o los Dolomitas italianos, "donde parece que estás en la luna con una roca en forma de cráteres y con las alturas que tienen allí los picos". En saltos urbanos, se queda con Kuala Lumpur, y su salto "desde la torre KL, situada junto a las Torres Petronas".
Mi precaución es máxima, no soy un temerario, he bajado muchas veces andando de la montaña porque no lo he visto claro por la meteorología", dice Juan Arenas
Ni los 30.000 euros al año que cuesta dedicarse profesionalmente al salto base, ni la falta de patrocinadores fijos, ni que su deporte sea junto al alpinismo o el buceo de cuevas uno de los más arriesgados del mundo… nada le quita las ganas a Juan de seguir sintiéndose un pájaro entre las montañas. Además, le tranquiliza que en su familia todos confíen plenamente en él, "porque son ya muchos años practicando y saben que pongo mucha precaución".
"Ellos saben que mi precaución es máxima, que no soy un temerario y que me he bajado muchas veces andando de la montaña porque no lo he visto claro por la meteorología. Eso sí, mi madre prefiere no saber cuándo me voy de viaje. Prefiere que cuando esté de vuelta, la llame", concluye, riendo de nuevo, Juan, un sevillano que se siente halcón.