El que llora, mama


Los dos colosos del fútbol mundial se dieron cita en un partido en el que el Barça resultó beneficiado tras sus quejas
Érase una vez un partido en Anoeta. En el último minuto, una jugada polémica provoca la polémica. El árbitro no considera que haya penalti en el forcejeo entre Diego Llorente y Gerard Piqué. El VAR tampoco entiende que el lance sea lo suficientemente claro como para instar al colegiado de campo a que cambie su decisión. Y en cuanto acaba el partido, empieza el lío. El Barça se queja del arbitraje y amenaza con una carta de su presidente al de la Federación como protesta por la actuación de los colegiados. Sus medios afines echan una mano hablando de robo, persecución, y adulteración de la liga. Lo habitual en éstos casos. Pasadas unas horas, el club cumple con su anuncio y Josep María Bartomeu envía una misiva a Luis Rubiales describiendo su sentimiento de agravio por el arbitraje de San Sebastián. Y todo eso con el clásico a la vuelta de la esquina.
Llegó la cita entre los dos colosos del fútbol mundial, con el liderato en juego, con el lío político rodeando al partido, y aún con el recuerdo de lo que había pasado en Anoeta. Apenas se había superado el primer cuarto de hora cuando Varane sufre, en la misma jugada, un agarrón clamoroso y un plantillazo peligroso en su muslo dentro del área del Barça. Son dos penaltis, y ninguno de ellos se sanciona. Minutos después, otro agarrón sobre Varane a la salida de un córner tampoco se castiga con la pena máxima.
El Madrid protesta en los medios por boca de Emilio Butragueño y de alguno de sus jugadores. Pero el mal ya está hecho. Y el mal no es que el Barça fuera perjudicado ante la Real, que es interpretable, o que el Madrid no tuviera la opción de adelantarse en el marcador del Camp Nou en pleno “repaso” a los azulgrana. El mal es que, como ha sucedido tantas y tantas veces, el Barça resultara beneficiado tras sus quejas y reclamaciones. El mal es que el Barça se encomendara al famoso “el que no llora, no mama”, y le saliera bien. El mal es que el Barça lloró, y mamó. El cuento, una vez más, se ha repetido.