La réplica perfecta del planetario de Eisinga invita a estudiar las estrellas en un bar de Sevilla


Roberto e Ignacio aceptaron el reto de replicar para un bar de copas de Sevilla el planetario de Eisinga
El coste de la fabricación y pintura en total rondó los 20.000 euros
Los directores del planetario original quedaron fascinados con la réplica de la obra
Ser artista y trabajar como autónomo significa en muchos casos estar abierto a todo tipo de proyectos. Este es el caso Roberto Alberto, un pintor nacido en Sevilla que se ha hecho viral por su hilo recordando el trabajo realizado hace cuatro años, donde le tocó replicar nada menos que el planetario más antiguo del mundo en funcionamiento.
Era el verano de 2018 y disfrutaba de unos días de playa con su pareja y sus hijos. Entonces, su compañero de estudio Ignacio, ebanista, le llamó para ofrecerle un trabajo que le marcó. Le habían encargado una superficie de 20 m2 replicando el planetario de Eisinga, toda una joya, y quería que Roberto fuera quien lo pintase. Este planetario recibe su nombre de su creador, Eise Eisinga, que lo construyó a finales del siglo XVIII y es el más antiguo del mundo que aún continúa funcionando, dentro del museo dedicado a esta obra, en Franeker, Países Bajos.
"La primera impresión fue que sería duro", recuerda Roberto a NIUS, "porque era muy grande y además era pleno verano". Tras aceptar el encargo, acordaron unos honorarios de en torno a 20.000 euros para ambos, de los cuales 13.000 correspondían al pintor. "Hice una estimación según algunas obras grandes que hago y ajusté el precio al conjunto", asegura.
Hace 5 años me llamaba un compañero ebanista con el que compartía taller para hacer trabajo. Él tenía que hacer una estructura para un techo, y yo pintar la superficie:
— robertoalberto (@robertismo) 14 de julio de 2022
-Es grandecito, 20m². Te mando la foto de lo que tienes que pintar.
- Venga.
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Después de cerrar el acuerdo, comenzó una labor de investigación para conseguir las mejores imágenes y detalles posibles del original para poder replicar todos sus detalles. "La foto que recibí era muy pixelada y temí un poco", confiesa, "pero en el Rijksmuseum de Ámsterdam tenían una copia en alta definición y así pude recrear los detalles una vez construida la estructura de madera".
Este trabajo no era uno cualquiera, pues la superficie era íntegramente de madera y estaba dividida en varias piezas. "Cada una podía pesar unos 120 kilos de madera maciza", asegura Roberto. Si alguien le ayudaba a moverlas para pintarlas no había problema, pero al hacerlo solo le dejaban llamativas marcas en los brazos. "Te ayudabas de los antebrazos o lo que fuera y llegabas a casa que parecía otra cosa", cuenta entre risas.
Después de muchos días de calor solo acompañado de un ventilador y muchas noches sin dormir, llegó el momento del montaje en el local, el sevillano bar de copas Kepler en el concurrido Paseo de Colón, que estaba en obras. "Temimos por la integridad de la obra porque cualquier roce podía cargarse la pintura, pero los montadores fueron fantásticos", afirma. Una vez montado, "sentí mucho alivio por mí y por Ignacio", confirma, ya que "aunque veas el trabajo está bien hecho, quien te lo encarga es quien tiene que quedarse satisfecho".
No obstante, los propietarios del bar donde instalaron la obra no fueron los únicos asombrados por la calidad de la obra, sino que recibieron una visita muy especial. "Escribimos a los gerentes del museo original y les gustó mucho, vino incluso un representante de vacaciones y aprovechó para visitar el bar", comenta Roberto orgulloso, ya que "quedaron muy contentos".

Un visitante muy especial
Durante el proceso de creación, no todo fue de color de rosa y, quizá en el peor momento de todo el proceso, Roberto tuvo un visitante especial que le dejó huella. "Una tarde estaba agotado y bajo de ánimo, ya que aún faltaba mucho y es de esas veces que piensas que no vas a llegar", comienza.
"Apareció un pajarito que aún no sé por dónde entró y vi que tenía una anilla en la pata con los números 107/18, la misma fecha, el diez de julio de 2018, en que había muerto mi padre", recuerda Roberto. Su padre falleció apenas un mes antes de comenzar el proyecto después de una larga enfermedad, por lo que "no había roto a llorar aún porque es de esas veces que, como lo esperas, no te coge por sorpresa".
Pese a todo, la aparición de ese compañero ovíparo consiguió que rompiese a llorar. "Estaba totalmente de bajona y rompí definitivamente y me harté de llorar y así pude recobrar la fuerza para seguir", asegura. En su larga trayectoria, Roberto ha tenido muchos momentos así en que creía que no terminaría nunca, pero recuerda que "cuando la pintura te maltrata al final viene ese impulso que no esperas".