Baltasar Garzón recuerda su entrada al zulo de Ortega Lara: "Era un agujero infecto y la sensación de opresión insoportable"


Nueve días después de la liberación de Ortega Lara, ETA secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco
El funcionario de prisiones estuvo 532 días en un habitáculo de 3 metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 de alto
Garzón recuerda que Ortega Lara salió "muy demacrado, delgadísimo y con barba"
Tras 532 agónicos días de cautiverio en un zulo de tres metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 de alto, el funcionario de prisiones Ortega Lara volvía a ver la luz, tal día como hoy de hace 25 años. Era martes 1 de julio de 1997 y el reloj marcaba las 07.00 horas de la mañana. El ex magistrado Baltasar Garzón, que coordinó la inspección de la nave de Arrasate y estuvo presente en el desenlace del secuestro más largo de la historia de ETA, ha recordado en una entrevista radiofónica que lo vivieron con mucha tensión porque "no sabíamos que nos íbamos a encontrar”.
Reconoce que él estaba de guardia cuando autorizó el registro, a pesar de “la escasez de datos objetivos”, pero guiado por “la enorme convicción de la Guardia Civil”. Se arriesgó y aquel 1 de julio se convirtió en “en uno de los días más importantes de mi vida profesional porque salvamos una vida”. Aunque el ex juez sabe que asumió muchos riesgos ya que “si no llegamos a tener éxito habríamos condenado a muerte a una persona”.
Arrasar la nave
No fue fácil. El registró del edificio de tres plantas -baja, semisótano y sótano- y 687 metros cuadrados duró toda la noche. La consigna estaba clara: “Si tienen que arrasar la nave, que la arrasen”. Pero todo requiere su trámite legal por eso, Garzón recuerda que “poco antes de las 07.00 horas le dije a la Guardia Civil que había que renovar el permiso de entrada y registro”. En el momento en que estaba redactando la prórroga oyó una algarabía. Alguien había localizado el reborde de una arandela cerca de un torno.
El comando de ETA formado por José Luis Erostegi Bidaguren, Xabier Ugarte Villar, Josu Uribetxebarria Bolinaga y José Miguel Gaztelu Otxandorena excavó el zulo en el suelo del sótano, al fondo del pabellón. Al escondrijo se accedía por un agujero de apenas 56 centímetros de diámetro abierto en el suelo del taller que era taponado por una pieza integrada en un torno-revólver. “Era un agujero infecto, la sensación al estar dentro sólo unos minutos era de opresión absoluta”, rememora Garzón. Hoy en día ese habitáculo permanece sellado e inutilizado con hormigón por mandato de la Audiencia Nacional.
El resplandor de las luces instaladas para el registro y el miedo, llevaron a un demacrado Ortega Lara a retroceder sobre sus pasos cuando estaba siendo liberado y volver a meterse en el zulo. “¿Por qué iba a creer que era de verdad la Guardia Civil la que estaba allí y no los propios terroristas que querían matarle?, se pregunta. Se apagaron todas las luces para no deslumbrar los ojos de un hombre que no veía la luz del día desde hacía un año y medio. Ortega Lara salió y los presentes, entre ellos, Baltasar Garzón quedaron impresionados al encontrarse ante “una persona totalmente demacrada, con barba y muy delgado”.
Cuando le trasladaron en una camilla hasta la ambulancia que esperaba ante el taller el juez se acercó. “Me identifiqué y me reconoció de haberme visto alguna vez en los medios, poco después me despedí de él y no le he vuelto a ver”, admite.
La respuesta de ETA
Los responsables del secuestro más largo de la historia de ETA fueron condenados a 32 años de cárcel por secuestro y asesinato en grado de conspiración con el agravante de ensañamiento. “Fue un éxito del Estado de Derecho”, lo define Garzón. Era la primera vez que “se le ganaba la partida a ETA en un secuestro” y aquello no iba a quedarse ahí. “Yo era consciente de lo que podía suceder”, reconoce. ETA iba a responder a este golpe que se le había asestado “de la única manera que sabe”. Nueve días después la banda terrorista secuestraba al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco y 48 horas después lo asesinaba.
Sin embargo, todo lo que ocurrió aquellos primeros días del mes de julio de 1997, desde la liberación de Ortega Lara hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco “marcó un antes y un después, fue un punto de inflexión que marcó el comienzo del declive de ETA”, sentencia Garzón.