“Para que un antivacunas cambie de opinión hace falta lo mismo que para sacar a alguien de una secta”


El profesor de la Escuela de Medicina del Instituto de Tecnología de Nueva York Jonathan Berman explica a NIUS cómo lidiar con los antivacunas
Es un colectivo que ha encontrado nuevas audiencias en la pandemia de la COVID-19 y que se opone a la mejor arma frente al coronavirus
A Jonathan Berman se le conoce en Estados Unidos porque no hace tanto era una de la caras visibles de las Marchas por la Ciencia, un movimiento que salió en defensa del conocimiento científico frente a las políticas de recortes presupuestarios del presidente Donald Trump.
Berman, profesor de Fisiología en la Escuela de Medicina del Instituto Tecnológico de Nueva York, también se dedica a la divulgación científica. Pero fue su experiencia de salir a la calle con miles de personas “pro-ciencia” contra Donald Trump lo que explica que haya escrito un libro sobre los anti-vacunas.
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Anti-vaxxers o “anti-vacunas” se titula el volumen, que ha sido publicado recientemente por la prestigiosa editorial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
“En ese tiempo de movilizaciones por la ciencia me encontré con gente que, si hablabas un poco con ella, decían ser 'prociencia', pero luego te dabas cuenta de que eran antivacunas”, explica Berman a NIUS al hablar del origen del volumen que acaba de publicar. “Esta contradicción llamó mi atención. Quise explorar por qué había gente con estas ideas tan contradictorias”, añade.
Así, Berman se adentró en las profundidades del mundo de unos anti-vacunas, cuya actitud tiene prácticamente tanto tiempo como las propias vacunas. De hecho, data de 1866 la formación de la Liga contra la Vacunación Obligatoria en Inglaterra. Aquella fue una reacción contra la ley que mandaba en 1853 la obligatoria inmunización de la población británica contra la viruela.
“Anti-vacunas los hay desde hace siglos. Ya los había en la década de los cuarenta en el siglo XIX y también se hicieron escuchar en los años veinte el siglo pasado. Dependiendo de lo que estuviera pasando en el mundo, había más o menos actividad de los anti-vacunas. La popularidad de sus creencias ha ido subiendo y bajando durante siglos”, explica Berman.
La pandemia del SARS-CoV-2, el virus de la COVID-2019, parece ser uno de esos momentos en los que el movimiento anti-vacunas goza de una mayor visibilidad. No hay ciudad importante del mundo que se precie que no haya vivido de un tiempo a esta parte al menos una manifestación multitudinaria con anti-vacunas.
La extraña pareja: antivacunas y negacionistas de la pandemia
Berman, que se ha ocupado de estudiar la historia de los anti-vacunas, constata que si bien no se puede decir que el movimiento esté floreciendo gracias a la COVID-19, lo cierto es que “han ganado una audiencia que antes no tenían”.
“Me refiero, por ejemplo, a la gente que está preocupada o en desacuerdo con las restricciones que ha implicado la COVID-19 o esa gente que piensa que la COVID-19 no es tan peligrosa como de verdad lo es”, señala. “Ahora estamos viendo a los anti-vacunas trabajar con negacionistas de la pandemia, un colectivo que está diciendo cosas que los anti-vacunas han estado haciendo durante años, es decir, compartiendo desinformación”, abunda.

En esta alianza de negacionistas y anti-vacunas, las tecnologías de la información juegan un papel clave. Estas tecnologías resultan decisivas en la difusión masiva de los falsos argumentos que nutren el escepticismo ante las vacunas, ya se llame “chip para controlar a la población”, “riesgo de provocar autismo” o cualquier otro infundio.
“Una de las cosas buenas de Internet es que si tienes unos intereses muy precisos, puedes encontrar gente de todo el mundo con los que compartir tus intereses. Y una de las cosas malas de Internet es precisamente eso”, dice Berman. “Si no hubiera Internet, los anti-vacunas estarían abandonados a su suerte. Les costaría estar en contacto los unos con los otros, tal vez se escribirían por carta o algo así”, añade.
Internet, una plataforma de grande posibilidades
Para los anti-vacunas, Internet constituye una plataforma de grandes posibilidades de comunicación. “Hay grupos de anti-vacunas en Facebook con cientos de miles de miembros. Si en ellos una organización plantea un mensaje contra la vacuna de la COVID-19, se puede llegar a mucha gente”, subraya Berman. Además, “gracias a Internet se pueden crear esas comunidades que se refuerzan a sí mismas. Y una vez que estás en una comunidad, ya es más probable que dejes que la comunidad tome decisiones por ti”, agrega.
En suma, las creencias de los anti-vacunas, cuando funcionan a través de grandes grupos, dejan de ser miedos personales ante un determinado desarrollo médico-tecnológico para convertirse en dogmas más propios de una secta. De lo contrario, Berman no plantearía que, para dejar de ser un anti-vacunas, hay que pasar por lo mismo que ha de vivir un miembro de una secta al abandonar a su gurú o a su comunidad religiosa.
“Para que un anti-vacunas cambie de opinión hace falta lo mismo que para sacar a alguien de una secta”, dice Berman. “A nadie se le puede llegar con la idea de cambiarle las opiniones sobre nada. Porque lo que piensa una persona es algo que ocurre en su cabeza”, sostiene el autor de Anti-vaxxers.
Sin embargo, eso no quiere decir que no haya remedio ni tratamiento contra quienes hoy salen a la calle para manifestar su oposición a una vacuna anti-COVID-19. Para Berman, el rompecabezas psicológico de un anti-vacunas no se resuelve con información veraz ni con estudios científicos. A su entender, para “sanar” a un anti-vacunas prácticamente hay que recurrir a trabajo social.
Anti-vacunas, más que idiotas
“Lo que se puede hacer es crear un ambiente seguro para que esa o esas personas puedan cuestionar sus creencias. Hay que tener conversaciones en las que esas personas se interroguen por qué creen en lo que creen. No hay que juzgarles, hay que generar confianza para que esas personas pueda pensar de otro modo”, plantea Berman.
Él se muestra muy crítico con el modo en que a veces se ha señalado e incluso etiquetado de “idiotas” a quienes se han manifestado en Madrid, París o Berlín contra las medidas anti-COVID-19 con un cartel anti-vacunas. “Lo que nunca ha funcionado para hacer que alguien cambie de parecer es llamarle estúpido”, asevera el autor de Anti-vaxxers.
Para frenar a esa ruidosa minoría que se opone al desarrollo de la que parece ser la mejor arma contra el coronavirus – esa vacuna que el mundo espera –, Berman recuerda la importancia de las discusiones con familiares, amigos y vecinos.
”Hay que tener conversaciones como las que he descrito a nivel familiar, a nivel de barrio y los médicos de cabecera deben tenerlas también con sus pacientes”, apunta Berman. “Se trata así de crear una relación y un ambiente en el que no esté bien visto ser un anti-vacunas o, al menos, que sea inusual y que no esté bien visto. Tal vez así podamos evitar que la gente caiga en eso”, concluye.