El deporte no es para ellas en Afganistán

Los talibanes prohíben cualquier tipo de práctica deportiva a las mujeres
"Mi drama es doble: No puedo acudir a la escuela, ni hacer deporte", denuncia una jugadora paralímpica
Tras la llegada de los talibanes el pasado agosto, algunas deportistas han conseguido huir de Afganistán
Las luces se apagan en el barrio de Dasht e Barchi, uno de los más amenazados de Kabul por los continuos ataques de grupos como el Estado Islámico. Allí Waheda Noor juega con su pelota deshinchada, la tira una y otra vez contra la pared. En su espalda puede leerse Benzema en honor al jugador francés y la camiseta del Real Madrid que lleva puesta. Sufrió un accidente de tráfico, perdió una pierna, pero no se rinde. Con su prótesis de madera se levanta y recuerda tiempos de gloria con la selección nacional en silla de ruedas de baloncesto. “Después de los talibanes no podemos hacer nada, ni salir solas, mis esperanzas se han desvanecido” dice. “Además quiero casarme con mi novio que también jugaba en la selección” añade.
Durante el anterior gobierno el deporte se había convertido en todo un símbolo de libertad. Sin embargo, el regreso al poder de los talibanes el pasado agosto, acabó con los sueños de millones de mujeres. Como ocurrió durante su anterior mandato entre 1996 y 2001, el régimen aplica su particular interpretación de la ley de la sharía -ley islámica- El gobierno ya anunció la prohibición en general de cualquier tipo de deporte, excepto el buzkashi, deporte nacional, una especie de polo que se juega de manera brutal con el cadáver de una cabra. Los mismos jinetes pertenecientes a diferentes tribus, que cabalgan esos caballos, enfrentaron a los talibanes durante los 90. “Pero los tiempos han cambiado, el viento trae paz” afirma uno de los jugadores. Los talibanes también aseguran que en meses el críquet y el fútbol podrán volver a las calles. Aunque ya muchos hombres lo practican de manera abierta.
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"Los deportes no son necesarios para las mujeres. Es posible que se enfrenten a una situación en la que no se cubran la cara y el cuerpo y el Islam no permite que las mujeres sean vistas así, que el cuerpo muestre partes indecorosas", justifica Ahmadullah Wasiq, subjefe de la comisión cultural y director de la inteligencia talibán.
Drama doble: ni escuela, ni deporte
Otro barrio cercano de la capital, la misma realidad. Rahila de 21 años, entra con una muleta a duras penas a la habitación. Nada más llegar al poder, los talibanes hicieron chequeos casa por casa. Confiscaron la silla de ruedas y la pelota…su vida. Pero consiguió esconder las medallas relucientes y los diplomas que muestra con orgullo. “El baloncesto era mi ilusión era conocida en mi barrio, en mi país. La oportunidad de ser alguien se esfumó. Los talibanes son como una pesadilla, aparecen en mi cabeza por las noches. Recuerdo cuando me expulsaron de mi escuela secundaria nada sentarme, a los diez minutos, el pasado marzo. Mi drama es doble: No puedo acudir a la secundaria, estudiar, ni hacer deporte, las dos cosas que más me motivaban” dice.
Centro de Kabul. Llaman a rezar en la Mezquita Azul. Las luces del sol cayendo se funden con la cúpula turquesa. Los gorriones dejan de volar. Llegan los últimos días del Ramadán -mes durante el cual los musulmanes deben de practicar ayuno durante el día-. Para llegar a la casa de Maeena hay que sortear las tumbas sagradas que rodean el santuario. Encamarse a uno de los cerros hasta llegar a su humilde residencia de adobe. Se enfunda la camiseta de la selección. “Pude ´proteger´ la silla y el uniforme en la buhardilla”, susurra con una sonrisa picarona. “Soñaba con jugar los paralímpicos ahora solo aspiro a volver a practicar, inshallah -si Dios quiere- suspira. “No podemos hacer nada, solo esperar a que el baloncesto empiece de nuevo. Un deporte que beneficia mis piernas, mi espalda, mi voluntad” agrega.
Otra de sus compañeras Shakila, enfrenta una situación complicada. Sus padres no tienen trabajo y apenas puede salir de casa. Muchas familias han dejado de percibir sus salarios por la crisis que atraviesa el país, tras el corte de las ayudas internacionales que suponía el 75% del presupuesto nacional. Sus ojos rasgados son propios de la minoría hazara esa etnia chií de origen mongol y turco, perseguida históricamente en Afganistán y que representa un 10% de los cerca de 39 millones de habitantes. “Todos mis sueños han sido destruidos, poder viajar, era mi posibilidad de moverme, conocer otros países. Es como volver a la edad media. Sin embargo somos más fuertes que antes, un día nos levantaremos, erguidas, orgullosas, les plantaremos cara y seremos libres” sentencia.
Voces desde el exilio
Algunas deportistas han conseguido “huir” del país. La selección de Fútbol Femenino ha sido acogida en Portugal. Zakia Khudadadi, campeona de taekwondo y que participó en los Juegos Paralímpicos de Tokio, aterrizó en suelo francés poco después del cierre de la cita. O la capitana de la selección afgana de baloncesto en silla de ruedas, Nilofar Bayat, que hoy juega en Bidaialdeak BSR de Bilbao, tras pedir asilo en España. Respira tranquila: “Los retos son dobles para las mujeres, pero todo el mundo está sufriendo mucho en Afganistán”.
Pero la mayoría continúa atrapada. Las más temerarias entrenan de manera clandestina en sótanos y gimnasios abandonados. Sin poder estudiar -excepto las niñas-, trabajar -solo en ciertos puestos sanitarios, aduanas y colegios-, tampoco viajar solas -solo en compañía de un hombre- y según el último decreto tienen que llevar burka. -prenda de una pieza que cubre todo el cuerpo-, las mujeres han quedado abandonadas en manos de las mismas “bestias” que las lapidaban y decapitaban en público a finales de los 90. A oscuras, sumidas en las sombras, prisioneras en sus propias casas. Con los talibanes la pelota no volverá a rodar. El deporte no es para ellas en Afganistán.