Los hijras, el tercer sexo

Aunque la comunidad intersexual avanza en materia de derechos, la sociedad bengalí todavía estigmatiza a este sector
La parte vieja de Dhaka, Bangladesh es un caos. Los cables desnudos “abrazan” como enredaderas los apartamentos decadentes, pintura gastada, una mezcla de olor dulce y basura. El sonido infernal de los autos y los rickshaw -vehículos ligeros de dos ruedas que se desplazan por tracción humana- se torna ensordecedor. El pasillo verde, lleva hasta una puerta en la que nos recibe S. Srabonty. Es la que maneja esta casa convertida en hogar y refugio. Termina de maquillarse, aretes, labios, ojos. Entra en la sala un hombre, Biplop, de 46 años. Los suyo fue amor a primera vista.
“La vi un día bailando y no pude contenerme. Ya estaba separado de mi mujer y con hijos. Ellos lo entendieron, me enamoré. No siento ninguna vergüenza cuando voy por la calle agarrado, al revés, es mi novia la que se sonroja y aparta la mano” cuenta Biblop, de bigote y pelo teñido de naranja, mientras acaricia su cara. S. Srabonty. no levanta la cabeza de su hombro. Se acurruca. Viven en la casa hace cinco años.
Su pareja S. Srabonty, es un hijra. Forman una de las comunidades más desconocidas, controvertidas y estigmatizadas del mundo. No se les considera hombres ni mujeres, tampoco transexuales. Pertenecen al genero intersexual. Originalmente nacían con un exceso o defecto de testosterona, que puede llevar a genitales ambiguos o caracteres sexuales secundarios asignados al otro género binario.
Algunos de ellos se cercenan el pene en un ritual –en realidad esta práctica se ha ido extinguiendo- o se operan. Excluidos, perseguidos y maltratados por gran parte de la sociedad, denominados como el tercer genero. Países como Estados Unidos, Australia o Canadá están avanzando en el reconocimiento de la intersexualidad aunque todavía, queda mucho.
Representan un estilo de vida que se mueve entre lo religioso y el misticismo. Abarcan la India, Pakistán y Bangladesh. Entre los tres países la suma asciende a tres millones –un estimado, sin que haya un censo oficial-.
S. Srabonty vende telares a unos vecinos. Luego se arrodilla para cortar algunos vegetales y preparar aloo bhaji, una base de patatas, sazonada con hojas de curry y cúrcuma en polvo. Antes de comer enciende velas a Bajuchara, diosa de la fertilidad y la templanza, armada con su espada y tridente. Huele a incienso y comida en la casa.

El origen de los hijras es divino, proviene de una leyenda de hace mas de veinte mil años, según la cual el dios Krishna al oír un soldado moribundo que se lamentaba de morir soltero, se transformó en doncella y se casaron.
En la habitación de al lado, Solinanor Jahan elige su vestuario. Es la más joven, con tan solo 18 años no para de moverse. Se debate entre una camiseta rosa alargada o un sari –traje tradicional- verdoso oscuro. Opta por el segundo. En una de sus orejas cuelga un gran pendiente, plumas doradas que recuerdan a las escamas de un dragón.

“Mi mentalidad es de mujer pero ante todo pertenezco a esta comunidad, eso es lo más importante. Precisamos más respeto por parte de la sociedad, cuando salimos, siempre esas sonrisas... Respeto”, exclama.
Partimos en grupo. Un par de rickshaw para llegar al próximo destino. Antes de entrar bailan frente a dos tiendas, coquetean con uno de los tenderos. Danzan en algunos puestos hasta que reciben “propinas”.

A los hijras les suele acompañar el estigma de la prostitución. A pesar de que algunas han renunciado a llevar vida sexual otras ejercen como método de trabajo.
Ivan Ahamed, directora de Sahacheton Somajseba Hijra Shanga, una organización que lucha por lo derechos de esta minoría, dice: "Crecemos en familia pero pronto somos separadas, a partir de eso empezamos a luchar, en teoría tenemos ciertos derechos pero luego, en los hogares, no nos dejan acceder, estamos estigmatizadas”.

Entran en una casa, los reciben con un bebe que berrea entre el tumulto. Su madre se la entrega a Serika otra de las hijras, quien la abraza. Comienzan los canticos, los bailes. La familia ha entregado unos cinco euros y un kilo de arroz al grupo. Sus amigas rodean al niño. Las hijras son odiadas, temidas, amadas. Se cree que poseen el poder de bendecir o maldecir pero sobre todo, de potenciar la fertilidad con sus rituales, en este caso a un recién nacido. También son requeridas para librarse del mal de ojo.

Cae la noche, volvemos. Biplop enciende el caldero junto a S. Srabonty. Cuentan las monedas, suficientes para continuar. Mañana tienen otra ceremonia, también bendicen bodas. “Nos llaman para que el matrimonio sea próspero, pero no suelen relacionarse. Observan como si fuéramos ‘personajes’ de un circo. No nos aceptan,” asegura.