Amed, un joven ateo que escapó a su familia musulmana para encontrar refugio en Alemania


El joven activista ex-musulmán Amed Sherwan, afincado en Alemania, cuenta a NIUS cómo renunció a la fe islámica, algo que le obligó a dejar a su devota familia en el Kurdistán iraquí. Él mismo narra su dura historia en un libro de reciente publicación en Alemania.
Es ateo pero no cualquier ateo. Amed Sherwan es kurdo y nació hace 22 años en el seno de una familia musulmana muy devota de Erbil, en el Kurdistán iraquí. Él mismo era muy creyente, hasta que le asaltaron las dudas sobre la existencia de Dios.
Con el tiempo y la acumulación de experiencias traumáticas esas dudas se convirtieron en activismo ateo. En Alemania, país al que llegó en 2014 para encontrar asilo, acaba de convertirse en un autor de éxito. Ha escrito un libro que para él ha servido de “terapia”, según cuenta a NIUS.
Kafir: Allah sei Dank bin ich ateist (Ed. Nautilus, 2020) o “Kafir: Gracias a Alá soy ateo”, se titula el volumen. Lo firma junto a su actual compañera sentimental Katrine Hoop.
“Kafir” es la adaptación a la caligrafía latina de la palabra árabe "كافر ", utilizada para designar a “infieles” y “ateos”. A ese colectivo llegó por sorpresa Sherwan navegando en Internet cuando acaba de llegar a la adolescencia.
Cuando encontró en la red los primeros contenidos de gente que cuestionaba la fe islámica, el joven Sherwan no daba crédito. “Aquello me sorprendió primero. No podía creer que se pudiera escribir algo así. Pero después se me ocurrió hacer una prueba. Me dije: 'si quemo un Corán entonces algo malo me pasará'. Pero en lugar de recibir lo que hubiera sido una prueba irrefutable de la existencia de Dios no pasó nada. Entonces empecé a sentirme libre”, cuenta Sherwan en una conversación con este diario.
Esta prueba fue un test duro de pasar para el joven Sherwan. Primero, tuvo que leer a escondidas durante meses textos críticos sobre la fe musulmana. Hay que tener en cuenta que en su familia lo criaron de un modo muy devoto.
Su madre: “El demonio se esconde en la roña de las uñas”
Entre las muchas escenas de su infancia que ha rescatado para su libro, Sherwan cuenta cómo su madre le obligaba a lavar las manos muy pero que muy bien antes de comer. No sólo era por cuestión de higiene.
Su madre le decía a Amed y sus hermanos que tenían que lavarse bien debajo de las uñas porque “Satán podía esconderse allí” ya que “Satán utiliza toda posibilidad de acercarse sigilosamente”, cuenta Sherwan en su libro.
Pero la fe de su familia iba mucho más allá de ser utilizada como un elemento que guiara los hábitos y costumbres del día a día. La fe también debía servir para resolver problemas serios. Por ejemplo, “yo tenía problemas en el colegio”, cuenta Sherwan. “No era como el resto de mis hermanos, ellos lo hacían todo bien en la escuela. Yo no tanto”, añade.
En Alemania, a Sherwan le diagnosticaron que sufría trastorno por déficit de atención. En su familia, sin embargo, los síntomas que padecía el joven Amed fueron considerados una “posesión por un espíritu malvado”. “Con 11 años me llevaron a un exorcista. Aquello fue traumático”, recuerda Sherwan.
La sesión de exorcismo, según ha contado este joven, tiene mucho que ver con la tortura a un menor con problemas de atención. El exorcista de Kirkuk – ciudad situada a un buen centenar de kilómetros de Erbil – le clavó la rodilla en el pecho para sacarle el supuesto espíritu que lo poseía. Le hizo mucho daño y pese a que gritó de dolor durante el exorcismo, las quejas del Sherwan niño no sirvieron de nada. El exorcista presionó con su rodilla hasta que se dio por satisfecho.
Un exorcismo fallido generó dudas en su fe
“Yo entonces era creyente. Pero aquel fue el primer momento en el que empecé a tener dudas sobre la religión”, dice Amed. Por casualidad y un par de años después llegó a las páginas de Internet cuyo contenido lo animaron a ser ateo. Cuando decidió 'salir del armario' como ateo, lo primero que recibió fue una paliza de su padre.
“Un día, le pedí a mi padre que habláramos. Yo le dije que ya no creía en Dios y empezó a pegarme. Un día después, comencé a escribir cosas críticas sobre el Islam en Facebook. Pero aquello generó presión hacia mi familia de mis otros familiares y de mis vecinos. Al final, mis padres me denunciaron a la policía”, rememora Sherwan.

La policía lo detuvo y lo torturó durante toda una noche. “¿Tú crees en Darwin? ¿Somos monos? […] Nosotros te vamos a enseñar a respetar al profeta”, le gritaban los policías torturadores, según se lee en su libro. La sesión de golpes, insultos y escupitajos de los policías acabó a las seis de la mañana, cuando Amed perdió el conocimiento. Pero ese no fue el final de su calvario.
El chico, con apenas quince años entonces, pasó casi quince días en dependencias de un centro penitenciario para menores donde también fue torturado. Después fue puesto en libertad pero quedó pendiente de una decisión judicial. Su caso llamó la atención de mucha gente en Erbil. Hubo una ola de solidaridad con él. Evitó la cárcel.
“Como tenía quince años pude evitar una condena, y también jugó un papel que hubiera esa movilización”, sostiene Sherwan.
Viaje a Europa porque su familia lo consideraba una “vergüenza”
Lo que a sus quince años Sherwan no pudo evitar fue tener que salir de Irak. “Mi familia me pagó el viaje a Europa porque no podía vivir en seguridad. También querían que la vergüenza en que me había convertido dejara la familia”, dice Sherwan.
Durante días viajó de la mano de traficantes de seres humanos desde Erbil hasta Turquía. Desde allí puso dirección a Europa, viajando un año antes de que se popularizara la llamada 'ruta de los Balcanes' durante la crisis migratoria de 2015-2016. Una vez llegó a suelo búlgaro, viajó escondido debajo de un camión hasta Viena. De la capital austriaca, en coche, llegó hasta Alemania.
“Yo quería ir a Dortmund, ciudad en la que tengo un tío. Vive allí desde hace casi 20 años. Pero por lo visto se ha radicalizado mucho desde que vive aquí. Tras unos días de estar con él, me dijo que no quería ocuparse de mí. Y por eso ya no tengo contacto con él”, cuenta Sherwan.
Como su tío tampoco quería ayudarle más de la cuenta por ateo, Sherwan puso dirección Suecia, donde según él había quien podía ayudarle por su condición de ex-musulmán. Sin embargo, no pudo llegar al país nórdico. Fue detenido en la frontera germano-danesa, en la ciudad alemana de Flensburgo.
“Me detuvieron porque no tenía papeles. Me llevaron a un centro de menores y desde entonces vivo en Flensburgo”, afirma este joven que se dice pese a todo agradecido por todo lo que ha vivido.
Agradecido pese a las amenazas de muerte
“Me considero afortunado por haber descubierto todas estas cosas sobre el Islam de manera fortuita. Sino, a estas alturas, con 22 años, estaría casado y ya tendría varios hijos. Agradezco a la casualidad que me haya traído hasta esta situación”, asegura. Sherwan da gracias a la vida a pesar de que está amenazado de muerte por islamistas radicales que le reprochan ser un infiel y por extremistas de derechas que no lo quieren en Alemania por inmigrante.
En lugar de vivir como el buen musulmán que hubiera deseado su familia, Sherwan ha terminado con éxito sus años de educación en el instituto. Con su familia no tiene mucho trato. Las conversaciones telefónicas con sus padres suelen ser breves. Acaban en discusiones sobre su ateísmo.
Ahora Sherwan tiene planes para formarse como “educador” o “trabajador social”. Independientemente de la formación que elija, este chico está decidido a seguir escribiendo sobre lo que es ser ateo y ex-musulmán.
“Estoy en contacto con mucha gente, hay muchas personas con experiencias como la mía”, dice Sherwan. “Mi historia, por mucho que la cuente, no va a ser nunca pasado. Es presente y futuro. Siempre habrá gente que se encuentre en una situación como la mía”, concluye.