Protagonizó un ascenso imprevisto y una caída súbita, pero el abogado no tiene intención de abandonar la política
Si los fantasmas del Palacio Chigi hablaran, Roma acogería una ‘rave’ multitudinaria. La trituradora política italiana deja un reguero infinito de cadáveres. Aproximadamente, uno cada año y medio. Pero aquí los muertos nunca se van del todo. Sus políticos, de usar y tirar, se adaptan también al reciclaje. Los mejores son capaces de proclamar una nueva anunciación, el resto suelen sobrevivir entre las sombras. El último ejemplo es Giuseppe Conte, que ni es político ni aún se ha ido del todo. Y, aún así, ya experimenta lo que es la vida después de la muerte.
Su alumbramiento le llegó con 54 años, cuando dejó las clases de Derecho en la Universidad de Florencia para convertirse en primer ministro. El jurista se presentó como el “abogado del pueblo”, aceptando un papel de notario en el Gobierno entre el Movimiento 5 Estrellas (M5E) y la Liga. Resistió a la ruptura y pese a que el Ejecutivo cambió completamente de signo con la llegada de los socialdemócratas del Partido Democrático (PD) y la salida de la ultraderechista Liga, él siguió ahí.
Tenía la planta, el poder y el control de la comunicación; le faltaba un perfil para aguantar. Los italianos descubrieron que su primer ministro era moderado, centrista e imitador de los democristianos. Estudió en Villa Nazareth, un colegio religioso muy apreciado por el papa Francisco. Draghi se formó en los jesuitas, como Bergoglio. En Roma conocer las artes negociadoras de esta congregación y contar con el apoyo del Vaticano es importante.
En el plano internacional, Conte hizo frente común con España. Pedro Sánchez y él se convirtieron en buenos amigos. Ambos representan esa maldita palabra que tanto les gusta, la resiliencia. El primer ministro italiano salió airoso de los primeros meses de una pandemia que golpeó en primer lugar a este país, hasta que todo volvió a ser medio normal e Italia fue de nuevo Italia.
La caída
Nadie en las instituciones, salvo Matteo Renzi, quería una crisis ahora. Sin embargo, se impuso la voluntad de la excepción. Conte perdió el mando en el momento en el que se vio obligado a dimitir. Veía cómo el Ejecutivo al que había sido invitado, pero que ya manejaba, se iba desmoronando sin poder intervenir. Lo intentó todo. Las ofertas a un grupo de tránsfugas a plena luz del día, una última llamada de misericordia a Renzi. Y no hubo manera.
Cuando Mattarella pronunció finalmente el nombre de Draghi, cuentan que Conte se encerró en su despacho. Deprimido, disgustado, sin querer hablar con nadie. Renzi, hábil jugador de ruleta rusa, sabía que un debutante en política tenía poco que hacer contra él. Conte filtró que su rival lo tenía ya todo apañado con la derecha y mantuvo el silencio monacal.
Su retiro duró dos semanas, desde su última aparición pública, cuando intentó resistirse en el Senado. Ni mensajes institucionales, ni redes sociales. El todavía primer ministro en funciones estaba ofreciendo una imagen de mal perdedor. Y, entonces, horas antes de que Draghi iniciara las consultas con los partidos para buscar apoyo parlamentario, Conte se manifestó. Salió del Palacio Chigi e improvisó una mesa con micrófonos en la calle, a medio camino entre lo institucional y una merienda.
Seguirá en política
Dijo que colaboraría con Draghi y se ofreció a formar parte de un Gobierno político, no compuesto únicamente por tecnócratas. “A los saboteadores, buscadlos en otra parte”, respondió a una acusación imaginaria, pues no hubo preguntas. Se especulaba con la formación de un tercer Gobierno de Conte y, al final, el Conte III era esto. Un recordatorio para que no se olviden de él.
Dejó claro que su intención no es volver a un bufete de abogados, sino continuar en política. “El problema que tiene es que corre el riesgo de desaparecer de escena y perder ese influjo que había conseguido. Todavía tiene cartas para seguir jugando, pero pasan por mantenerse en primera línea”, sostiene el politólogo Giovanni Orsina, de la Universidad Luiss.
Esto podría traducirse en un Ministerio o un alto cargo institucional. Algo que le mantenga a la vista hasta las próximas elecciones, que, si Draghi agota la legislatura, se celebrarán en 2023. Mucho tiempo. Sus opciones en ese caso serían dos: dar vida a una formación centrista, cuyos apoyos podrían rondar el 15%, según las encuestas; o presentarse como futuro líder del M5E, con quienes ya participa en las reuniones como unn activo más. Los sondeos lo animarían a una aventura por su cuenta, pero una cosa es preguntar a los ciudadanos cuando uno es primer ministro y otra votar dos años después de haber dejado el cargo.
El futuro de Conte y el M5E van estrechamente ligados. El movimiento podría haber optado por pasar a la oposición y regresar a sus orígenes de partido protesta, pero la línea elegida parece ser la contraria. Cuando pactó con el PD, Beppe Grillo ya impuso una última mutación para convertir la formación en un aparato institucional, alineado con la UE. Y ahora el fundador del movimiento marca la misma línea para apoyar a Draghi.
“Si esa es su estrategia, tendrán que definirse finalmente como un partido europeísta de centroizquierda -algo que nunca han terminado de hacer-, con la esperanza de conservar entre un 12% y un 15%”, opina Orsina. El M5E nació como una fuerza contestataria transversal, que pescaba a izquierda y derecha. Y ahora se posicionarían justo a la mitad, en un centro moderado. Ahí podría tener su papel Giuseppe Conte. Su recorrido ya es tan extenso que aparece de entre los muertos.