Los ataques rusos no pueden con la moral de los ucranianos: "Vamos a ganar y entraremos en la UE"

Un vecino de Vínnytsia cuenta a NIUS cómo se vive la guerra lejos, por ahora, del campo de batalla
Serhiy se muestra convencido de la victoria de Ucrania
Última hora del ataque de Rusia a Ucrania
No tiene prisa Serhiy Matkovsky en colgar el teléfono, porque "el mundo tiene que saber la verdad de lo que está ocurriendo", explica. Solo el ruido de las sirenas pone fin a una larga conversación en la que este hombre ucraniano relata a NIUS cómo es el "día a día" de un país en guerra.
A sus 47 años, Serhiy habla un perfecto castellano aprendido durante su estancia en Valencia. Más de una década en la que trabajó allí donde había empleo, "sobre todo en el campo y en la construcción", cuenta. Pero hace más de 11 años que Serhiy regresó a Ucrania y ahora no piensa huir "no vaya a ser que sea yo el último guerrero que rompa la cabeza al puto Putin, perdón por el taco", se excusa.
Dispuesto está. De hecho, corrió el primer día a alistarse como voluntario, aunque solo le tomaron los datos y le dijeron que, si hacía falta, ya le llamarían. Hombres jóvenes dispuestos a luchar por Ucrania "por ahora no faltan", asegura orgulloso.


Desde entonces, desde el jueves 24 de febrero, este hombre pasa las horas mirando las calles vacías y nevadas de Vínnytsia desde la ventana de su casa, donde vive con su mujer y su suegra. Al mundo se asoma a través de las redes sociales, pendiente y consciente de lo que está ocurriendo en su país, porque "esto también es una guerra informativa", constata.
La situación en Vínnytsia, a unas cuatro horas en coche al suroeste de la capital, Kyiv, por el momento está tranquila así que Serhiy y los suyos permanecen "a la espera". Su hija y su hijo se quedaron en España y las noticias de la gran columna militar que se aproxima a Kyiv no empañan su ánimo. "Vamos a ganar y lo vamos a hacer de tal forma que después de esta guerra, en solo un par de meses, entraremos en la Unión Europea porque no habrá nadie que piense que los ucranianos no somos dignos de ello". Y los que no quieran formar parte "son libres para irse, a eso se llama democracia", subraya.
La ayuda de bancos y empresas privadas ucranianas
En su trabajo como camionero en una empresa de transportes regional, ya le han dicho que estos días se contabilizarán como si fueran vacaciones y que tanto él como sus compañeros seguirán cobrando a final de mes. "Hasta los bancos -cuenta a NIUS- están ayudando al país". Las dos principales entidades ya han avisado a sus clientes que "no estamos obligados a pagar los préstamos ni las tarjetas de crédito hasta junio, así vivimos", dice orgulloso.
Gestos que mantienen alta la moral de una población que se enfrenta a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, pero "nosotros estamos defendiendo nuestra patria". Las informaciones de las agresiones"salvajes" en Járkov y otras ciudades ucranianas no restan fuerza a sus esperanzas de victoria, tampoco las sirenas que suenan entre cuatro o cinco veces al día para alertar de posibles ataques. Entonces, toca ponerse a salvo en el lugar más seguro posible, en el caso de Serhiy en el sótano de su edificio.
Una guerra que se vive también lejos del campo de batalla
"Como no saben exactamente dónde van a impactar los proyectiles, avisan a la población con antelación, aunque aquí solo se escucharon grandes explosiones el primer día y fueron contra objetivos militares", asegura. Vínnytsia no es Kyiv. En esta ciudad al oeste del país "bastante alejada" de la zona de combate, también hay toque de queda de ocho de la tarde a seis de la mañana, "no se puede salir porque si no las fuerzas ucranianas entenderán que eres un agresor ruso", pero en cambio no se viven largas colas en los supermercados, en las farmacias o en las gasolineras, como sí se vive en la capital, cuenta Serhiy. Además, siguen teniendo calefacción, electricidad y agua. Empieza, eso sí, a escasear productos como la leche, los huevos, el azúcar o los macarrones, aunque el alcalde ya ha dicho que dentro de un par de días se solucionará el "problema logístico". Además, no han subido los precios, añade justo antes de que vuelvan a sonar las alarmas.
Esta vez Serhiy no va a bajar al sótano de su casa, en realidad, "solo fuimos los dos primeros días o vamos si es por la noche", reconoce. Ahora prefieren esperar en una habitación sin ventanas a que las sirenas vuelvan a avisar de que ya no hay peligro. Aún así, es momento de colgar y despedirse con un "cлава воїнам", un "gloria a los guerreros" en ucraniano, por si acaso esta vez la amenaza no pasa de largo.