Berlín estrena museo de samuráis, cuyas armas se midieron a las españolas en el siglo XVI

Berlín acaba de estrenar el Museo Samurái, un centro de exposiciones en el que admirar la colección del empresario alemán Peter Janssen, coleccionista apasionado del mundo nipón.
Berlín es conocida por su isla de los museos. Ese es uno de los centros museísticos más importante de Europa. Allí se aglutina media docena de museos que, por sí solos, bien valen una visita a la capital alemana.
En otro recorrido museístico ajeno al que ofrece esa isla, Berlín también cuenta con un museo de la extinta República Democrática de Alemania (RDA), un Museo de la Stasi, otro dedicado a los espías, los videojuegos e, incluso, a Carlo Pedersoli, estrella italiana del cine más conocido como Bud Spencer.
Desde la semana pasada, a esa lista de otros museos se suma el Museo Samurái. Así se llama el centro de exposiciones que ha levantado con su colección de objetos japoneses relacionados con los míticos guerreros nipones el empresario alemán Peter Janssen. Él y los responsable del centro de exposiciones reivindican su espacio como “el primer museo de samuráis de Europa”.
Sea como fuere, la colección de Janssen cuenta con unos 4.000 objetos. En el museo que acaba de abrir sus puertas hay expuestos un buen millar de ellos. Básicamente, la muestra exhibe logística militar que cuentan siglos de historia de una tradición guerrera que, a estas alturas, goza de fama planetaria.
No en vano, “lo que hoy entendemos por arte japonés se remonta, pues, estéticamente a los samuráis”, ha escrito a cuenta de la apertura del Museo Samurái de Berlín Andreas Platthaus, responsable de información cultural en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Platthaus era de los críticos culturales que señalaba la corta colección de espadas que exhibe Janssen en su pinacoteca. Bien es cierto que, de joven, el empresario se interesó como aficionado al kárate por las catanas – las espadas japonesas que contribuyeron a la fama de los samuráis – muy pronto. Su primera compra de una catana la hizo siendo un chaval, “el 17 de junio de 1969 en un mercadillo”, según recordaba Janssen el día de la presentación oficial del museo.

Las espadas que presenta Janssen en su museo son obras maestras. Él, de mano de la empresa tecnológica austriaca Ars Electronica Solutions, parece haber tirado la casa por la ventana para hacer que estos objetos hablen a través de pantallas táctiles en las que se explican los detalles de lo exhibido en su museo.
Además, a través de una tecnología holográfica se pueden ver en una de las salas del museo extractos originales de teatro noh representados en Tokio. Esta es una manifestación cultural reconocida por la UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad. Sus raíces datan del siglo XIV y aún se preserva como tradición japonesa en selectos lugares.

“El samurái normal era un funcionario”
Ahora bien, los verdaderos protagonistas del museo que ha logrado levantar Janssen son los objetos, especialmente los de origen bélico. No en vano destacan en su colección 70 armaduras, 200 cascos y 160 hojas, entre catanas y otras armas cortantes. Los hay con cientos de años de antigüedad.

Comprados en subastas públicas, Janssen dice no haber echado números nunca cuando se le pregunta en cuánto está valorada su colección. De lo que no hay duda es que las armas expuestas, según explica a NIUS Eckhard Kremers, Presidente de la Sociedad para la Preservación Artística de las Espadas Japonesas (NBTHK), son auténticas obras de arte.
Son obras de arte que, sin embargo, estaban hechas también para guerrear y poner orden. “El samurái normal era un funcionario, se le daban tareas de gestión, que podían ser financieras, pero también eran ellos los que componían la tropa de la policía y, en buena medida, eran los bomberos que luchaban contra incendios”, señala Kremers.

Para esos menesteres, esta casta de guerreros, emergida en Japón en el siglo XII que acabaría implicada en tareas de gobierno hasta mediados del siglo XIX, tenía en su espadas auténticas y sofisticadas hojas cortantes. “El 25 en nombre de 1672, el probador [de armas, ndlr., se lee en la zona ornamentada de una de las catanas expuestas en Berlín.
Espadas de Toledo contra catanas
“La espada japonesa, por su forma y por la forma en la que está hecha, debe empuñarse de una forma especial, y se debe golpear con ella de manera muy precisa. En duelos, la técnica consiste en esperar a golpear. No se blande la hoja, sino que uno espera hasta que haya una posibilidad de golpear con éxito”, explica Kremers.
A su entender, las espadas de Toledo, con las que el Imperio español dominó en América y el Océano Pacífico, se utilizaban de otro modo, moviendo más el arma en busca de la estocada que hiriese o matase al enemigo. Hasta expertos como Kremers se muestran sorprendidos al oír hablar de que en las batallas de Cagayán, la Armada Española de Filipinas se enfrentó a piratas japoneses armados con catanas.
La novela gráfica de Ángel Miranda y Juan Aguilera “Espadas del fin del mundo”, publicado en 2021, cuenta precisamente los combates que lideró el militar palentino Juan Pablo de Carrión, a sus 69 años, contra el temido pirata Tayzufú a finales del siglo XVI. Este pirata japonés poseía una “gran flota que superaba todo lo que los españoles podían reunir en esta parte del mundo”, cuentan Miranda y Aguilera.

“Los piratas japoneses podrían llevar catanas, sin duda, pero no serían de las calidad que hay aquí”, dice Kremer aludiendo a las obras de arte expuestas en Berlín.
La última atracción museística berlinesa, una “contribución a la etnografía”
En los 1.500 metros cuadrados que ocupa el Museo Samurái de Berlín, sólo hay sitio para el lado más noble de los guerreros japoneses. En Japón, a la piratería solían dedicarse, mayormente, “desertores y tropas de señores feudales muertos”, según explican Miranda y Aguilera.

Para ese perfil de combatiente buscavidas no hay sitio en la muestra berlinesa que, sin embargo, sí ofrece una amplia perspectiva a los múltiples aspectos culturales asociados a los samuráis, sea a través de su código moral – formalizado en el bushido –, su cultura del té, su refinado gusto estético o sus influencias aún observables en la cultura popular.
Tanto es así que ya se reconoce a la muestra de Janssen y compañía por “poner honor etnográfico” a la capital alemana. Al menos así concluía Platthaus, el responsable de información cultural en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, su crónica sobre la apertura de la última atracción museística berlinesa.
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