Codogno, un año del pueblo italiano que nos cambió la vida


Se cumple un año del primer caso de coronavirus diagnosticado en Europa
Hoy hay sólo una veintena de contagiados en Codogno y la gente trata de volver a la normalidad
“Chicos, es oficial. Sólo tres regiones pasan a zona naranja, nos quedamos en zona amarilla”, exclama una joven en un bar. En los despachos, es día de analizar los datos sanitarios y decidir las restricciones por territorios. En Codogno, el pueblo que detectó el primer caso de covid-19 en Europa, es momento de respirar. Es mediodía y un grupo de hombres se baja la mascarilla para tomar un vino antes del almuerzo. En zona naranja, con la hostelería cerrada, no hubieran podido hacerlo. Lombardía, la región a la que pertenece este municipio, estaba en el límite. De momento, no habrá nuevas medidas en el lugar donde se decretó el primer confinamiento.
Todo ocurrió muy rápido. Aquel 20 de febrero, el de 2020, Mattia Maestri, un vecino de 37 años, deportista y de complexión fuerte ingresó de urgencia en el hospital de Codogno con una pulmonía grave. Había empeorado tan rápido y era tan inexplicable, que lo atendieron varios doctores, entre ellos Laura Ricevuti, gastroenteróloga. “Le subíamos la cantidad de oxígeno, pero no éramos capaces de estabilizarlo”, recuerda. El descubrimiento fue casual. La anestesista Annalisa Malara preguntó a la esposa del paciente si éste había estado en China, la mujer contestó que había cenado con un colega que regresaba de allí y le hicieron un test. A las 9 de la noche Codogno, Italia, Europa y Occidente tenían su primer caso local de coronavirus.
Después, resultó que el contacto indirecto con China no tenía nada que ver. “Pero fue como una mecha que hizo prender la llama. Ya teníamos algunos pacientes con síntomas similares y, en ese momento, empezamos a hacer pruebas a todo el que entraba en el hospital”, relata la doctora. El resultado es que horas más tarde los casos se contaban por decenas. La mañana del 21 de febrero, sin saber muy bien cómo ni por qué, el alcalde de Codogno firmó la circular por la que el pueblo quedaba confinado. En total, cerraron una decena de municipios en Lombardía y otro en Véneto, 50.000 personas.
Nadie entendía nada, todo era improvisación. En la farmacia Navilli, en la plaza del pueblo, se encerraron antes incluso que el resto. Su propietario, Giuseppe Maestri, pensó que las aglomeraciones podían implicar más contagios. Echó el cierre y abrió un boquete en la puerta para seguir prestando servicio.
“No sólo vendíamos medicinas, también nos tocaba dar consejos. Corría el rumor de que el hospital estaba lleno de contagiados, que lo podían cerrar y que acudir allí era peor que quedarse en casa. Les dominaba el pánico, todos tenían miedo y la única referencia que teníamos eran esas imágenes que veíamos de Wuhan, en las que parecía que no se podía casi respirar el aire para no contagiare”, cuenta.
En octubre, el presidente de la República, Sergio Mattarella, le concedió la distinción de Caballero de la Orden de Mérito junto a la anestesista Malara. Maestri señala que nunca lo entendió como un reconocimiento individual, sino que “está dedicado a todos los farmacéuticos que han hecho su trabajo durante este tiempo”. De los 15.000 habitantes de Codogno, los registros oficiales contabilizan a unos 800 infectados por covid. Aunque las cifras, probablemente, sean mucho mayores, ya que sólo entre marzo y mayo 224 personas murieron con esta enfermedad.
Quien más, quien menos ha perdido a alguien aquí. Luisella trabaja en la residencia de ancianos del pueblo, donde ese virus que acababa de llegar se cebó con especial crueldad. “Justo en esos días tuvimos el primer caso, el segundo, el tercero… Nos hacíamos todo tipo de preguntas, pero lo único que veíamos era morir a las personas solas, únicamente en nuestra presencia. Fue una experiencia horrible”, rememora. De los 32 ancianos que había en su planta, la mitad fallecieron por covid-19.
Vuelta a la normalidad
Ahora la vacuna ya ha llegado a las residencias. Luisella y los actuales internos han sido inmunizados. Codogno sólo cuenta ahora mismo con una veintena de contagiados y la vida no es muy distinta a la de cualquier otro lugar. Los bares están llenos, sobre todo de jóvenes, que apuran hasta las 6 de la tarde -cuando cierran en las zonas de Italia con menores restricciones- para el aperitivo. “Hay muchas ganas de salir adelante, pero es necesario mantener la atención, ya que esto todavía no ha terminado”, asegura una chica, que celebra junto a sus compañeros una fiesta de graduación.
En la plaza Cairoli, junto a una iglesia del siglo XV, se concentran las esencias del lugar. Riccardo, un señor de unos 60 años, ha quedado con los amigos para tomar un café y ponerse al día. Dice vivir encima del considerado “paciente uno”, el hombre más buscado. “¿Sabéis que el Mattia se ha ido estos días del pueblo? Desde hace tiempo no paraban de llamar al telefonillo”, suelta Riccardo. Sólo unos metros más allá hay tres equipos de televisión, grabando a la gente pasar, haciendo las mismas preguntas, buscando los mismos recuerdos.
Codogno no es más que una localidad tradicional de la llanura Padana, esa Italia rica y conservadora al norte del río Po. Un pueblo, como otros tantos, que va al mercado por la mañana, se vacía a la hora de comer, resucita antes de caer al sol y va a misa los domingos. Hace un año, por un momento, fue el centro del mundo. Quién se lo iba a decir. Hoy sabemos que lo único que hizo fue levantar la señal de alarma antes que el resto.