Reabren las tiendas, centros comerciales o peluquerías y vuelven los clientes a bares y restaurantes
Italia vive dos mundos paralelos: el del centro de las ciudades, vacías y consagradas al turismo; y el de los barrios donde vuelve la actividad
A las tiendas de la Appia Nuova han vuelto los coches en doble fila. Aquí antes llegaban los romanos, aparcaban sin preocuparse mucho por el de al lado y echaban el día. Ahora, con más razón, porque para entrar en los comercios hay que hacer cola. Valeria espera su turno frente a una conocida cadena de ropa española. “Hay rebajas y después de todo este tiempo, quería aprovechar para ojear un poco”, dice. Muchos vienen a eso, a mirar, pero también se ve cierto desfile de bolsas en el primer día de apertura de las tiendas.
En San Giovanni, un barrio de clase media donde viven los romanos, el movimiento volvió hace ya días. Primero con torpeza, como estrenando la nueva normalidad, y cada vez más con más soltura dentro de ella. Nada es como antes, pero este mundo tampoco tiene nada que ver con el de hace un mes. En la Cannoleria siciliana, donde hacen esos dulces exquisitos que salían en El Padrino, llevan dos semanas experimentando la vuelta con el servicio para llevar. Y ahora que ya se puede tomar un café en la barra y en taza siguen viniendo los mismos clientes, cuenta Federico, el camarero. “Hoy habrá entrado una veintena, son muchos menos que antes, pero esperamos que la reapertura sea progresiva”, afirma.
Son las doce de la mañana. Hace tres horas que Massimo abrió, por fin, su peluquería y ya tiene el calendario lleno hasta dentro de diez días. La Roma en la que viven los romanos se ha vuelto a apropiar de lo que era suyo. Pero todo cambia en un trayecto de 15 minutos en metro, que parece un viaje en el tiempo. Concretamente a la época dura de la cuarentena. La Plaza de Barberini, donde empieza la ciudad barroca que ya sale en las fotos de TripAdvisor sigue vacía.
El centro turístico, desierto
La Via del Tritone es otra avenida de tiendas. Pero ésta de las empaquetadas para el turista, donde te saludan en inglés al entrar y no hay riesgo de perderse, ya que hay fotocopias de los mismos negocios repartidos por todo el mundo. Aquí la mayoría siguen cerrados, porque, ¿para qué, si no hay vuelos internacionales? La patronal Confcommercio calcula que, aunque este lunes todas las tiendas tuvieran vía libre, sólo el 70% levantaría la persiana.
Gabrielle es uno de los pocos que han abierto y, aunque ha adaptado su negocio de ropa a la venta de mascarillas ‘fashion’, sólo ha visto entrar durante la mañana a un periodista. “Nos da igual estar abiertos que estar cerrados, necesitamos ayudas a fondo perdido del Estado y no más créditos ni rebajas de impuestos”, opina.
Es lo que reclaman también los carteles que se ven en el escaparate. El Gobierno aprobó la semana pasada una inyección de hasta 62.000 euros para las pymes, sin que tengan que devolver nada, y suprimió el impuesto de sociedades para las empresas que facturen hasta 250 millones de euros. Pero el problema no es ese. O, al menos, no solo. Toda esta zona, que debería absorber las esencias de Roma, le ha sido arrebatada a sus ciudadanos y entregada en sacrificio al modelo del turismo masivo. Y ahora, claro, los comerciantes no tienen a quien vender.
Una postal deformada
Bajando la calle hay un centro comercial ultramoderno. Roma no es de estas cosas, de tener unas Galerías Lafayette en el centro de la ciudad, pero hace un par de años lo inauguraron para alegría de ‘instagrammers’ y turistas de lujo. Curiosamente se llama la Rinascente, la renaciente. Un buen reclamo para el reestreno también de los centros comerciales. Un vigilante de dos por dos toma la temperatura al cliente, que se ha desinfectado previamente las manos, y ya se puede entrar. Dentro lo que se ve son, en su gran mayoría, extranjeros residentes en Italia, que vienen de ‘shopping’. “Todo este tiempo he estado en una casa en el campo, pero ya había ganas de volver por aquí”, reconoce una joven rusa.
El centro de Roma se ha convertido en una postal. Con mil ángulos y otros tantos rincones para fotografiar, pero ahora deformada. Pocos sitios lo reflejan mejor que la Enoteca Corsi, uno de los últimos restaurantes auténticos que quedan por estas callejuelas cercanas al Panteón. El lugar conserva sus mesas de madera, su buena camiseta de Francesco Totti y algunos clientes de toda la vida. “El problema es que los propietarios de todas estas casas las vendieron o las pusieron a disposición de AirBnb y cada vez nos quedan menos”, asegura su responsable. Tampoco les ha ido mal para ser el primer día en el que se puede volver a comer la carbonara en la mesa. Con un metro de separación entre comensales, eso sí.
El Gobierno espera que a partir del 3 de junio todo esto empiece a cambiar, con la decisión de reabrir sus fronteras sin que los ciudadanos de la Unión Europea tengan que guardar cuarentena. Empiezan ya a poner cifras sobre la mesa, pues este lunes hubo 99 fallecidos, la primera vez que se baja del centenar desde que estalló la epidemia. Italia se encomienda a los turistas para levantar la economía. Pero resulta que quienes consumen, gastan y viven ahora están lejos del centro de la ciudad. En la Fontana de Trevi no hacía falta ningún guardia para evitar que nadie se meta en la fuente. ¿No sería todo mejor así?