Neofascistas, ultras y anarquistas vandalizan la Italia del descontento


Estos grupos aprovechan al malestar social existente en Italia
Algunos colectivos tienen relaciones con la extrema derecha política, que trata de sacar partido
Las manifestaciones violentas volvieron este sábado a Roma. Había convocadas protestas de distintos colectivos por toda la ciudad, aunque la mayor tensión se vivió en Campo di Fiori, una de las tradicionales zonas de bares de la capital. Grupos de extrema derecha lanzaron botellas y bengalas contra la policía, aunque los agentes lograron disolverlos antes de que los incidentes fueran a más. La noche anterior había ocurrido algo parecido en Florencia, donde hubo cuatro detenidos. El clima de revuelta social lleva instalado en Italia desde hace más de una semana.
La noche del 23 de octubre cientos de personas salieron a las calles de Nápoles para protestar por las últimas restricciones del Gobierno, que imponen la clausura de algunas actividades y el cierre a las 6 de la tarde de bares y restaurantes. Las concentraciones habían sido convocadas por los comerciantes, pero en ellas se infiltraron grupos violentos. El Ministerio del Interior sospechaba entonces de la participación de jóvenes de la Camorra, ultras del equipo de fútbol del Nápoles y colectivos neofascistas. Los habituales de estas citas. Fue la chispa para que otros grupos se quitaran la careta -y las mascarillas- y salieran a la calle siguiendo el ejemplo.
El día siguiente el movimiento Forza Nuova, un partido neofascista con unas bases que actúan como una suerte de guerrilla urbana, recogió el guante y convocó una manifestación en Roma. También los anarquistas de Askatasuna, un movimiento de extrema izquierda con simpatías por los abertzales vascos y base en Turín, llevó la agitación al norte de Italia. Turín y Milán registraron los incidentes más graves de esta semana. La novedad era que los radicales ya no necesitaban ampararse en las movilizaciones de los comerciantes, sino que eran ellos mismos quienes las organizaban.
Entre los convocantes hay negacionistas que ya estaban detrás del movimiento de los chalecos naranjas, un grupo surgido en Italia entre mayo y junio, que, sin embargo, no logró calar demasiado. El país acababa de salir entonces del peor momento de la epidemia y la preocupación por la situación económica no era aún tan extrema. Ahora ese sentimiento ha crecido y lo que están haciendo estos grupos es aprovechar el malestar social. Otros de los habituales, los llamados ‘mascarillas tricolores’, respetan los protocolos sanitarios. Forman parte de la extrema derecha y su objetivo es proteger a las clases italianas más desfavorecidas.
Tradición radical a derecha e izquierda
En Italia existe una larga tradición de movimientos contestatarios de todo tipo. En los noventa, con el auge de las protestas antiglobalización, vivieron su momento de esplendor los colectivos de extrema izquierda, asentados en los ambientes universitarios de Bolonia, Florencia o Milán. La extrema derecha tiene un arraigo más fuerte en Roma y el centro de la península, donde grupos neofascistas llevan décadas actuando como una especie de organizaciones caritativas para italianos desfavorecidos.
Un ejemplo claro se produjo tras los últimos terremotos, cuando los neofascistas se organizaron para llevar ayuda a la población italiana que se había quedado sin nada. Los más conocidos son Casapound, que actúan también como partido político y tienen vínculos con los denostados Hogar Social Madrid. Entre la izquierda y la derecha se suelen mover los ultras de los equipos de fútbol, que a menudo pertenecen a uno de estos dos mundos y que simplemente aprovechan las gradas como refugio.
Conexiones con la extrema derecha política
Los vínculos de los neofascistas con la extrema derecha política en ocasiones son difusos. El partido Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni, surge directamente de los restos de una formación postfascista. Mientras que Casapound ha acompañado en los últimos años a la Liga de Matteo Salvini en mítines y manifestaciones. Cuando la Liga, un partido que antes se circunscribía al norte, quiso ampliar su fuerza hacia el centro y sur recurrió a esta extrema derecha presente en el territorio. El ex eurodiputado leguista Mario Borghezio, conectado con la intelectualidad ultraderechista de los setenta, fue el encargado de afianzar estas relaciones, señala el periodista Davide Maria De Luca.
Salvini y Meloni adoptan ahora una táctica muchas veces vista. Ambos se desmarcan de la violencia, pero en los últimos días han intensificado su campaña a favor de los pequeños comerciantes que lo están pasando mal. A los dos se les ha visto esta semana en manifestaciones pacíficas de estos colectivos. Los líderes políticos agitan el fuego, los violentos se ven legitimados para actuar y tanto Salvini como Meloni esperan recoger el viento de cola que deja la agitación.
Todo esto no se puede desligar de un descontento social que existe y sin el que, seguramente, este clima no se hubiera asentado. El último sondeo de Demos para ‘La Repubblica’ revela que cerca de la mitad de la población no aprueba la gestión del Gobierno en esta segunda ola de la pandemia. Un porcentaje que contrasta con el 94% de aprobación que tuvo el confinamiento de marzo. La popularidad de Conte ha caído 16 puntos desde entonces, según esta encuesta, y aunque se mantiene como el líder más valorado ese consenso social hacia su figura ya se ha roto.