Lecciones de supervivencia en un campo de refugiados

Sus historias son grandes lecciones de supervivencia
Algunos refugiados han pasado toda su vida en campos
El número de personas que huyen de su país bate un triste récord, según ACNUR
Humaira estaba embarazada cuando los soldados la apalearon e incendiaron su casa. Su marido fue capturado por el Ejército birmano. No sabe si está vivo o muerto. Ella escapó con su hijo de siete años, Mohamed, intentando ponerse a salvo de las matanzas y la persecuciones desatadas contra los rohingyas. Caminaron durante días, durmiendo a la intemperie y comiendo sólo hojas de los árboles. En la orilla de un río, cogieron un bote rumbo a Bangladesh. Y allí, en esa barca, Humaira dio a luz a su bebé.
Tres meses más tarde, Médicos Sin Fronteras encontró a la mujer de 25 años en estado de shock. No había podido amamantar a su hija, que estaba desnutrida y muy débil. Era su hijo de siete años quien alimentaba a la pequeña con patatas fritas reblandecidas en agua. Ahora, también es él quien cuida a su madre, lava la ropa de su hermana, espera en la cola de comida y busca agua.

Los tres viven en el mayor campo de refugiados del mundo, el de Kutupalong, en Bangladesh, que acoge más de 700.000 rohingyas.
En estas fotos tomadas por satélite se ve el antes y el después del masivo éxodo.
Niños con problemas mentales en el mayor campo de refugiados del mundo
Allí crece también Myshara, de 13 años, intentando sobrevivir con sus traumas y su dolor a cuestas. Un horror que deja terribles secuelas. La pequeña Myshara, que sueña con ser profesora, tiene una misión especial. Participa en un programa impulsado por ACNUR para hacer frente a los problemas mentales que sufren niños de entre 6 y 16 años. Ella ejerce un papel de líder en esos grupos, guiando a sus compañeros y ayudándoles a verbalizar sus heridas. También lo hace otro niño de 16 años, Abdul Sukker. Él intenta superar la muerte de su padre. Gracias a estas charlas, dice, puede exteriorizar su sufrimiento. “Por las noches siento su presencia. Siento que mi padre está conmigo. Se acerca y quiere despertarme para asegurarse de que voy a la escuela”.
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Malvivir y estudiar con nota en un campo
Pero hay otros campos que parecen auténticas ciudades. En el sureste de Kenia, cerca de la frontera con Somalia, encontramos el de Dadaab con 245.000 habitantes. Todos somalíes que escapan de la violencia, la sequía y la hambruna.
También en Kenia, en el norte del país y cerca de la frontera con Sudán del Sur, el campo de Kakuma. Nació en 1992 y tiene 184.550 refugiados de casi 20 países diferentes. Allí las enfermedades contagiosas y la malnutrición infantil están a la orden del día. Pero sus pequeños habitantes son también un ejemplo de superación: los estudiantes de Kakuma sacan notas superiores a la media del país.
El mayor campo de refugiados sirios está en Jordania. En Zaatari, en medio del desierto viven 77.781 personas. Algunas han pasado aquí toda su vida. El campo tiene dos hospitales, nueve escuelas y 3.000 tiendas regidas por los propios refugiados.

En Sudán del Sur está el campo de Yida. Acoge a 70.330 refugiados que huyeron tras el conflicto en ese país.
El campo de refugiados más antiguo del mundo y un triste récord
El campo de refugiados más antiguo está en Tanzania. Es el de Katumba y nació en 1972 para refugiar a los burundeses que huían de la masacre de los hutus. Tiene 66.146 refugiados. Muchos han pasado toda su vida en el campo.
También en África, en Etiopía está el de Pugnido, con 63.262 refugiados sudaneses.
En Panian, Pakistán, hay 62.262 refugiados afganos. La mayoría de sus actuales habitantes han nacido y crecido allí.
En el norte de Tanzania encontramos el campo de Mishamo, con 55.380 burundeses. Su estilo de vida agrícola les ha permitido, incluso, producir excedentes que ayudan al desarrollo de la economía local.
Y si miramos a Europa, en Grecia encontramos 77.150 refugiados y migrantes. De ellos, 14.650 se encuentran en los campos de la islas (como Lesbos), el resto han sido alojados en la península.
El número de refugiados en el mundo bate un triste récord: hay ya, según ACNUR, más de 70 millones.