La humanidad pierde un símbolo de su patrimonio: Santa Sofía

De la India a Turquía, el estado laico se ve asediado por una ofensiva identitaria religiosa
"Salomón, te he vencido"
Según algunas fuentes bizantinas, cuando el emperador Justiniano contempló el 27 de diciembre de 537 la inmensa cúpula de Santa Sofía elevarse en el cielo a 55 metros de altura, conmovido por el trabajo de sus arquitectos, no pudo sino decir: “Salomón, te he vencido”.
Otros textos añaden incluso que el emperador hizo erigir, en el pórtico de un edificio que enfrentaba a la nueva iglesia, una estatua del legendario rey de Israel en la que él mismo se agarraba la mandíbula con la mano con gesto de perplejidad, reconociendo su evidente derrota.
Estas anécdotas, y otras muchas que circularon durante siglos sobre Santa Sofía, quizás no sean reales, pero reflejan perfectamente la importancia que en el imaginario de los emperadores romanos cristianos tenía el mítico templo de Salomón, construido en el siglo X a. C.

Sin embargo, a diferencia del templo bíblico, destruido por los asirios quinientos años después, el templo que Justiniano acababa de consagrar a la Santa Sabiduría (pues eso es lo que significa hagia sophia en griego) iba a convertirse durante mil años en el edificio más grande de la cristiandad. Su silueta recortada sobre el Cuerno de Oro señalaría a los marineros, como un faro, la proximidad de la capital imperial, Constantinopla.
La mayor cúpula de la cristiandad durante mil años
La cúpula de Santa Sofía no fue superada hasta que, con la caída del imperio en 1453, las nuevas potencias se afanaron en construir edificios de mayores dimensiones: las cúpulas de las catedrales de Florencia o de San Pedro en Roma o las de la mezquita azul en la propia Constantinopla son ejemplos palpables del frenesí que provocó el deseo de superar al modelo en la edad moderna. Antes de ello, los ocupantes de la ciudad intentaron apropiarse del símbolo, y así los cruzados que ocuparon por unas décadas la ciudad en el siglo XIII le construyeron un campanario o los turcos la rodearon de minaretes.
Afortunadamente, los otomanos no alteraron el diseño de la catedral cristiana y simplemente la reconsagraron como mezquita, uso que tuvo durante siglos, hasta que en 1934, Ataturk la desconsagró y puso bajo la autoridad del Ministerio de Educación, que la convirtió en museo al año siguiente.
Este 9 de Julio el Consejo de Estado turco ha revocado esta decisión, vigente desde entonces, y autorizado su uso para el culto islámico. ¿Qué importancia tiene este hecho, que quizás para muchos pase desapercibido entre las acuciantes angustias cotidianas que provoca la pandemia global?

Ataturk "desveló" los mosaicos
Si Ataturk convirtió Santa Sofía en un museo fue, ante todo, porque era la única forma en la que todos los visitantes podrían contemplar los asombrosos mosaicos bizantinos que las intervenciones de los restauradores acababan entonces de descubrir, ocultos durante siglos tras las revocadas paredes islámicas.
Ataturk reformó completamente el decadente estado otomano y fundó la moderna República turca con medidas pioneras que aún hoy provocan nuestra admiración: en ese mismo año 1934, las mujeres turcas participaban plenamente con su sufragio en unas elecciones generales, apenas un año después de que las españolas ejercieran por primera vez su derecho al voto en la Segunda República.

La pionera medida de Ataturk, desacralizando una mezquita, se extendió a otros edificios bizantinos, que el estado turco convirtió en museos para disfrute de todas las confesiones. Muchos de estos edificios han sido inexorablemente reconsagrados como mezquitas por Erdogan en los últimos años, como Santa Sofía de Trebisonda, cuyos magníficos frescos bizantinos, cubiertos de ángeles multicolores, han sido tapados por pantallas para que su visión no incomode a los fieles musulmanes que acuden a rezar.
La reciente deriva islamista del estado turco no es nueva, pues va precedida de décadas de incuria y desdén hacia el legado bizantino, del que se han resentido muchos edificios del pasado cristiano de Turquía, por no hablar de innumerables yacimientos arqueológicos.
El desmontaje del estado laico
Esta vuelta a la religión no es privativa de Turquía, sino que se da en otras grandes democracias del mundo de tradición laica, como en la India embarcada recientemente en una cruzada hinduista, por no hablar de evoluciones como la de Israel. Estos procesos de progresivo desmontaje de las estructuras laicas del Estado son con frecuencia lentos y silenciosos, pues su éxito pasa en muchas ocasiones por la gradualidad. Pero llega un momento en el que la inercia conduce al inevitable choque con los grandes símbolos. Como hoy con Santa Sofía.
Ciertamente, el estado turco no va a picar los mosaicos de la catedral bizantina movido de una furia iconoclasta. Si implementa la autoridad que le ha dado el Consejo de Estado, Erdogan simplemente permitirá el uso del edificio para el culto, primero quizás esporádicamente, luego de manera permanente.
Los mosaicos serán cubiertos, los mármoles del suelo serán tapizados con alfombras, el mantenimiento del edificio recaerá en asociaciones religiosas… Se nos privará así de un símbolo de toda la Humanidad
Los mosaicos serán cubiertos, los mármoles del suelo serán tapizados con alfombras, el mantenimiento del edificio recaerá en asociaciones religiosas… Se nos privará así de un símbolo, que no lo es solo de los cientos de millones de cristianos ortodoxos que hay en el mundo, sino de toda la Humanidad, tal como lo reconoció la UNESCO.
No se trata tan solo de que Santa Sofía sea uno de los monumentos más bellos y singulares arquitectónicamente que ha producido la Humanidad, sino que encarna de alguna manera esa encrucijada de culturas y pueblos que fue Constantinopla durante mil años y que lo fue también, durante otros quinientos, la Estambul otomana.
Bizancio ya desapareció en 1453, pero el pasado todavía molesta a algunos dirigentes políticos turcos. Turquía prefiere promover su lejano y borroso pasado hitita (un pueblo indoeuropeo que nada tiene que ver con los turcos) antes que reconocer las profundas raíces cristianas de su población: muchos turcos (no solo los jenízaros) llevan sangre cristiana en sus venas.
No dejemos que se pierda un símbolo más de convivencia con esta decisión, que aleja, quizás irremisiblemente, a Turquía de Europa, donde muchos pensamos que debería estar. Los símbolos importan. La historia nos habla desde sus piedras a las generaciones futuras.
Juan Signes Codoñer es catedrático de Griego y especialista en Bizantinística.