¿Ha matado la COVID-19 a la globalización? La respuesta es no


Frente a quienes dicen que la COVID-19 ha puesto en jaque a la globalización, la historiadora Valerie Hansen, de la prestigiosa Universidad de Yale en Estados Unidos, explica a NIUS por qué el mundo se mantiene como una aldea global pese a la pandemia.
Nius entrevista a Valerie Hansen, historiadora de Universidad de Yale (EEUU)
“El mundo post-coronavirus puede ser el final de la globalización”. El titular se leía el pasado mes de abril en la prestigiosa revista estadounidense Forbes. A este lado del Océano Atlántico, los había, por ejemplo, en la Deutsche Welle, el servicio alemán internacional de radio y televisión, que se preguntaban en marzo: “¿Significará el coronavirus el final de la globalización?”.
La respuesta a ese interrogante es no. Al menos así lo entiende Valerie Hansen, historiadora de la prestigiosa Universidad de Yale en Estados Unidos. Ella también contradice la afirmación de Forbes. “Ahora se habla del final de la globalización, pero yo lo que creo es que vamos a ver una nueva forma de globalización, aunque no estamos seguros de qué forma de globalización va a ser”, dice Hansen en una conversación con NIUS.
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Hansen es la autora del libro The Year 1.000 (Ed. Scribner, 2020) o “El año 1.000”. Se trata de un volumen dedicado al año “en que los exploradores conectaron el mundo y comenzó la globalización”. Próximamente saldrá publicado en España por Paidos.
Si la globalización comenzó en el año 1.000 tal y como sostiene Hansen, entonces parece claro que hace falta mucho menos de lo que se presupone para mantener vigente la idea de “aldea global” de la que hablara en su día el filósofo canadiense Marshall McLuhan. Para que haya globalización, de hecho, no son precisos grandes desarrollos tecnológicos.
“La globalización ocurre cuando gente en una parte del mundo está produciendo bienes y los vende a otra parte del mundo sobre la que no tiene ningún tipo de control”, explica Hansen. Esto precisamente era algo que ya ocurría el mundo en el año 1.000. The Year 1.000 son 320 páginas en las que la historiadora de Yale da buena cuenta de ello.
“China, en el año 1.000, ya estaba exportando objetos como cerámicas, productos metalúrgicos o textiles a toda una región del sureste asiático, al mundo islámico y al este de África. Esa ruta comercial, que iba desde el Océano Pacífico hasta el Océano Indico y hasta el este de África, era el pasillo comercial más importante de aquel tiempo”, mantiene Hansen. A su entender, el caso de China permite hablar ya de una “forma de globalización avanzada”.
Entonces, la actividad económica del gigante asiático, que sumaba unos 100 millones de personas – aproximadamente el 40% de la población mundial –, conectaba buena parte de las regiones del mundo. Ello implicaba conectar también los puntos intermedios distribuidos en las líneas comerciales que usaban los exportadores chinos, algo a lo que hay que sumar los diferentes lugares del planeta de los que China conseguía sus materias primas.
El “descubrimiento nórdico” de América
Paralelamente, en otros puntos del planeta, las civilizaciones del norte europeo ya habían conectado a la vieja Europa con el continente americano en el año 1.000. Eso ocurrió casi cinco siglos antes de que Cristobal Colón 'descubriera' América.
El vikingo Leif Erikson, hijo del también explorador noruego Erik Thorvaldsson – más conocido como “Erik el rojo” –, figura en la historia como el primer europeo en haber pisado el continente americano. Lo hizo en el año 1.000, cuando llegó a lo que él llamó “Tierra del bosque” y que “probablemente fuera el noreste de Canadá”, escribe Hansen.

Los vikingos llegaron a tener contacto con los pobladores de aquella Norteamérica. “Comerciaron con pieles de animales. Los indígenas querían especialmente las pieles de color rojo. Sabemos es que los vikingos estuvieron allí unos 10 años. Transcurrido ese tiempo, y tal vez por conflictos con los pobladores locales, decidieron volver hasta Groenlandia e Islandia”, cuenta la profesora de historia de Yale.
Para este descubrimiento nórdico de América no hizo falta ningún avance tecnológico. En el año 1.000 la humanidad ya había empezado la globalización y fue sin necesidad de los medios de comunicación que en el siglo XX permitieron a McLuhan hablar de “aldea global”.
“Ésta es una de las cosas más interesantes: en el año 1.000 no hubo ningún avance tecnológico que supusiera una ruptura”, plantea Hansen. “La tecnología de navegación que permitió a los vikingos cruzar el Océano Atlántico es la misma que usaban siglos atrás las culturas del mar Mediterráneo”, sostiene la autora de The Year 1.000.
Los polinesios recorrían más distancias que Colón
Es más, en el año 1.000 ya había civilizaciones capaces de recorrer distancias marítimas mucho más amplias que las que hiciera Cristobal Colón para el “Descubrimiento de América”. “En polinesia, por ejemplo, los había que eran capaces de viajar desde Malasia hasta Madagascar. Esa es una distancia increíble, mucho más que la que completó Colón en su día”, según Hansen.
“Para navegar, usaban únicamente las estrellas”, apunta la historiadora, aludiendo a la “tecnología” que permitía a los polinesios realizar sus viajes, que incluyen la exploración de todo el Océano Pacífico. Lo que Hansen considera clave en que la humanidad lograra cerrar el círculo alrededor de la tierra en el año 1.000 no es la tecnología, sino la producción agrícola.
“Lo que ocurrió es que la población mundial, en el año 1.000, llegó a un punto aproximado de entre 250 millones y 300 millones, lo suficiente como para que hubiera en la agricultura increíbles aumentos en la producción en diferentes partes del mundo a la vez: en Europa, China, Oriente Medio y la cultura maya”, expone la historiadora. “A partir de ahí se hizo posible que se pudieran manufacturar otros productos, comerciar más y explorar más. Por eso creo que ocurrieron esas conexiones simultáneas en todo el mundo”, añade Hansen.
La globalización está a salvo
La globalización, por tanto, no sólo tiene como única expresión lo que el economista y profesor turco-estadounidense de la universidad de Harvard Dani Rodrik llamó a principios de la pasada década “hiperglobalización”.
Ese concepto alude a la desenfrenada velocidad que ganaron las relaciones económicas, políticas y culturales en el planeta a partir de los años 90. Esa velocidad, debido a las medidas que se han impuesto frente a la Covid-19, podría ahora verse afectada. Pero incluso siendo así, la muerte de la globalización no parece estar a la vuelta de la esquina.
Según Hansen, en el pasado, cuando una ruta de comunicación se cortaba, entonces sí que terminada del todo la conexión. “Pero ahora, Internet y los medios de comunicación que tenemos a nuestro alcance permiten que estemos en contacto directo pese a las distancias”, dice Hansen, aludiendo a los cerca de 10.000 kilómetros que separan New Heaven, donde vive la historiadora, de su interlocutor.
Mientras esos medios tecnológicos sigan ahí, la Covid-19 no podrá tumbar la conexión entre humanos. Por eso, pese a la pandemia, la globalización está a salvo.