Coronavirus y estado de alarma en Venezuela: incertidumbre ante un escenario imprevisible

Ocho nuevos casos se reportan en el país, seis hombres y dos mujeres provenientes de España, EEUU, y Colombia.
El presidente Nicolás Maduro anunciará el domingo nuevas medidas de cuarentena para el país
Mascarilla estilo “tapabocas” puesta, Nicolás Maduro anunció el Estado de Alarma en Venezuela para poder tomar “decisiones drásticas” y evitar la expansión del coronavirus desde que se detectaran los dos primeros casos en el país a los que habría que sumar ocho nuevos casos anunciados la noche del sábado por el Ministro de Comunicación Jorge Rodríguez.
Todos están ya en cuarentena y su entorno está siendo monitoreado. Los dos primeros positivos son ciudadanos venezolanos que ingresaron a Venezuela desde España los pasados 5 y 8 de marzo. Los pasajeros que volaban en esos mismos vuelos de la compañía española Iberia llevan varios días en aislamiento y las autoridades sanitarias les han realizado las pruebas pertinentes para saber si tienen o no el COVID-19.
Uno de los pasajeros, David Uzal, un francés de 50 años que llegó a Caracas en el vuelo del día 8, relata que está confinado en la habitación de su hotel desde hace más de 24 horas aunque puede recibir visitas (y de hecho las está recibiendo), que una doctora del gobierno fue a buscarle junto a varios policías en la mañana del viernes 13 de marzo; y que fue ella quien le hizo las pruebas allí mismo, en su cuarto del hotel del barrio de La Candelaria donde se hospeda. No fueron al Hospital aunque en un primer momento le dijeron que sería trasladado.
Le sacaron muestras de saliva y mucosa nasal. David dice que no descarta tener la enfermedad porque se encuentra “cansado y con síntomas febriles”.
“Estuve en España y antes, un mes y medio en Japón donde viví la crisis del coronavirus antes de que llegase a Europa”, sostiene.
En caso de confirmarse este caso, la situación podría ser dramática porque el pasajero francés, aparte de haberse paseado por toda la ciudad durante varios días, participó el pasado 10 de marzo en la marcha chavista que convocó el gobierno de Nicolás Maduro y a la que acudieron miles de personas. Fue el mismo día que Juan Guaidó también sacó a los suyos a la calle y las dos marchas transcurrieron en simultáneo.
Maduro, en su alocución en cadena a la nación por televisión y radio, especificó los detalles del estado de alarma: se suspenden las clases escolares, el ejército tomará el mando de la seguridad del país y anunció que están evaluando la suspensión de todas las actividades laborales por regiones.
“Aquí nadie se duerme en los laureles porque estamos ante una catástrofe mundial (…) No es mamadera de gallo”, dijo, después de pedir máxima “conciencia, serenidad y equilibrio” a la población. “No es para entrar en pánico”.
Las mascarillas ya están agotadas en Caracas
No es para entrar en pánico, pero durante las primeras horas desde que se anunció que el virus había llegado al país caribeño, en las farmacias de la capital se vieron largas colas de venezolanos buscando mascarillas, jabón y geles antisépticos para las manos. Las mascarillas ya están agotadas en Caracas y los jabones especializados para el desinfectante en seco se encuentran cada vez menos.
Otro asunto es el precio desorbitado de estos productos. En apenas unas horas han pasado a costar hasta tres o cuatro veces más de su valor habitual. La especulación es habitual en el mercado venezolano debido a la hiperinflación y el mercado cambiario ilegal propio de su economía, pero esta vez amenaza con condenar a un pueblo ya muy denostado por la crisis y con una situación económica catastrófica.

Gerardo se queja en la puerta de una farmacia en una zona comercial del centro de Caracas. “Son unos sinvergüenzas y unos desgraciaos”, dice, refiriéndose a los dueños del establecimiento. “¿Cómo es posible que un bote de alcohol cueste diez dólares? ¿Y un gel para desinfectarte las manos 6 dólares? Esto es una alarma sanitaria y los perjudicados somos todos”. Hace dos días el precio era considerablemente inferior.
Gerardo se va con las manos vacías como muchos de sus compatriotas. El salario mínimo mensual en Venezuela apenas llega actualmente a 7 dólares al mes (varía cada mes dependiendo de la inflación). No salen las cuentas.
Y Gerardo no es un caso asilado. La incapacidad para acceder a productos como el jabón, el alcohol o las mascarillas para prevenir el virus debido a su alto precio en el mercado pueden fomentar a corto y medio plazo una propagación mayor y más rápida del COVID-19. A ello hay que añadirle la ausencia del Estado, que por el momento no ha repartido ningún tipo de insumos médicos preventivos entre la población más vulnerable, y la mala situación de los Hospitales y el sistema sanitario público del país, así como la escasez de agua en todo Venezuela.
Tener agua en casa es, sencillamente, un lujo, y el venezolano se ha acostumbrado a vivir racionándola en cubos o tanques que instalan en sus casas cuando su economía doméstica se lo permite.
“Más del 50% de los Hospitales de Venezuela no tienen agua”, denuncia Ana Rosario Contreras, presidenta del Colegio de Enfermeros de Caracas.
El personal sanitario, temeroso
Contreras asegura que el personal sanitario del país está temeroso “por el escenario venidero. Venezuela no está preparada para asumir una crisis de esta magnitud. Para empezar, exigimos al Gobierno que dote a los médicos y enfermeros de las barreras de protección individuales necesarias para poder atender a los pacientes enfermos o en riesgo. Hoy por hoy no contamos con ese material”.
La enfermera habla de guantes, mascarillas N95, batas de manga larga impermeables, protectores oculares y gorro.
Además, denuncia que le parece insuficiente el plan anunciado por Nicolás Maduro de poner 47 Hospitales centinela a lo largo y ancho del territorio nacional para tratar los casos de COVID-19 y realizar los test a pacientes que muestren síntomas de contagio.
“En Caracas hay solo cuatro hospitales centinela que además no están funcionando todavía correctamente; y eso es claramente insuficiente para una ciudad donde las dificultades de movimiento son infinitas. ¿Cómo hace una señora de Petare (barrio al este de Caracas) si necesita acudir al médico y no tiene un centro cerca? Todos los hospitales del país, que suman más de 300, deberían poder atender los casos sospechosos, al menos en una primera instancia”, sostiene la presidenta del Colegio.
Las cifras no ayudan mucho a pensar que, si el coronavirus se extiende en el país caribeño, la epidemia no se convertirá en una pesadilla incontrolable. Según la Red Defendamos la Epidemiología, solo hay 206 camas de terapia intensiva en todo el país y solo 102 se encuentran en habitaciones con ventilación mecánica o aire acondicionado (la temperatura media en Venezuela ronda los 30 grados centígrados todo el año).
El 50% de esas camas están en Caracas (dejando prácticamente a la intemperie al resto del país) y solo 49 están preparadas para el aislamiento.
Por su parte, las cifras que aporta el Gobierno son bastante dispares a estas. En las últimas horas, anunció que más de 4.000 camas serían puestas a disposición de enfermos por COVID-19.
Otro dato poco alentador es que en 11 de los 23 estados venezolanos no hay aire acondicionado en las Unidades de Cuidados Intensivos; y a eso hay que sumarle los constantes cortes de luz de hasta 12 horas seguidas que sufren algunas regiones.
Situación de normalidad de momento
Por el momento, y a pesar del Estado de Alarma decretado, la situación es de normalidad dentro de lo que cabe.
Durante la jornada del sábado, en el centro de Caracas los establecimientos permanecían abiertos y aunque el coronavirus ha pasado a ser el principal tema de conversación en los corrillos de la gente, no se aprecia una histeria colectiva. Es cierto que en los supermercados y mercaditos callejeros de barrio la afluencia ha sido un poco mayor de ciudadanos haciendo acopio de lo que podían para varios días.
Magda vende queso en uno de esos mercados y reconoce que la mañana “ha sido intensa con algunas compras nerviosas, pero tampoco nada del otro mundo. Por mí, por ahora, ¡mejor!”, decía contenta por las sobreventas de la jornada.

Algunos caraqueños caminan con tapabocas por las principales avenidas de la ciudad, aunque muchos de ellos los llevan de adorno, mal colocados o incluso en la cabeza a modo de diadema. Los restaurantes permanecen abiertos y bajo el estado de alarma solo tienen permitido poner comida para llevar. Algunos están cumpliendo con la norma y otros no, atienden sus mesas con total normalidad (e impunidad).
Nicolás Maduro también ordenó el cierre de los museos y prohibió los eventos multitudinarios. Desde el viernes por la noche, además, la frontera terrestre con Colombia permanece cerrada por decisión unilateral del presidente colombiano Iván Duque.
El encierro sería "una condena muerte" para muchos
Venezuela todavía está lejos de ordenar (parece) medidas más exigentes con la población. Y muchos no contemplan una situación extrema de cuarentena masiva y confinamiento en las casas como está ocurriendo en países como España o Italia. El motivo es que, en el país, la mayoría de los trabajadores cobran un sueldo en función de comisiones, o tienen un trabajo informal o sencillamente, si no van a trabajar no cobran.
“En Venezuela, la mayoría de la gente tiene sueldos miserables así que su capacidad para 'encerrarse' para protegerse del virus es una condena a muerte. Esa situación les llevaría a una situación donde tendrían que enfrentarse a elegir: o el virus o la crisis y el hambre”, sostiene Asdrúbal Oliveros, economista y analista venezolano.
“Un conjunto importante de venezolanos empezó a mejorar sus ingresos trabajando por su cuenta, en oficios principalmente, que se pagan en su mayoría en dólares y eso les ha dado cierta capacidad de consumo. El aislamiento que el virus exige mata también ese ecosistema”, sentencia Oliveros.
El panorama es bastante poco alentador en Venezuela a pesar de la calma tensa que vive el país desde que se hiciesen públicos los dos primeros casos positivos de COVID-19. Y lo cierto es que la sociedad caribeña puede presumir, y lo hace, de haber superado crisis fuertes. Ya no solo la actual depresión económica y política sino también otras epidemias sanitarias como la del virus del zika o la reaparición reciente de enfermedades que estaban erradicadas como el sarampión o la malaria.
A todo eso hay que sumarle un pueblo acostumbrado a lidiar con la escasez de alimentos, el hambre, los apagones nacionales, la falta de servicios públicos, la carestía de medicamentos o una inflación que por muchos momentos y hasta ahora se encuentra entre las más altas del mundo.
¿Podrá el coronavirus con su espíritu de lucha incansable para sobrevivir? Esperemos, por el bien de todos, que no.