La caja B de Juan Carlos, el hombre que quiso reinar y cobrar

La biografía menos publicitada de Juan Carlos I muestra que la supuesta comisión del AVE no es una excepción
Por las manos de Goyita, la modista, pasaron trapos viejos de la familia real. Le encargaron poner parches en sábanas y adaptar las cortinas que Sofía de Grecia reutilizaba, pasándolas de los salones a las alcobas.
Años antes, Juan Carlos se quejaba hasta de pagarle la peluquería a su esposa, con su asignación de 70.000 pesetas. Desde joven estuvo atado en corto por la ruindad de Franco, administrada por el vizconde de Villavicencio, “que le racionaba hasta las coca-colas”. Pero él no ha sido hombre de ataduras.
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Los hilos de la relación de Juan Carlos de Borbón con el dinero llevan desde sus apreturas de juventud y su miedo a verse un día sin trono ni patrimonio hasta sus dos grandes proveedores de ingresos: los empresarios españoles y las monarquías árabes. Ambos se anudaron en el AVE del desierto.
La supuesta comisión o regalo de cien millones de dólares no es una excepción en su biografía, sino más bien otro cabo suelto más de lo que se convirtió en un modo de vida.
A diferencia de otros, la justicia está tirando de este hilo que puede descoser, si no el pendón de la monarquía, sí la imagen ensalzada e intocable de monarca ejemplar, “el mejor rey desde Carlos III”, “el motor del cambio” que recuperó la democracia en España.

“¿Sabes lo que yo gano?, Peñafiel”
En 1962, casi sin oficio ni beneficio y pendiente de los designios inescrutables del dictador Franco, el entonces príncipe preparaba su boda con Sofía y ya entonces asomaron sus primeras fuentes de ingresos.
“La banca organiza una colecta con grandes empresarios como regalo de boda”, cuenta el periodista José García Abad, autor de La soledad del rey. La cifra: cien millones de las antiguas pesetas.
La colecta la organizó el banquero Rafael Termes, que durante la Transición se convertiría con sus maneras sosegadas y su cabellera blanca en la encarnación de la patronal bancaria. Antes y siempre fue un miembro destacado del Opus Dei, la agrupación religiosa que nutrió los Gobiernos de Franco en los sesenta y que apostó desde el primer momento por la opción sucesoria juancarlista.
El periodista Jaime Peñafiel suele contar una anécdota que recoge bien las estrecheces y la obsesión por el dinero de Juan Carlos a la sombra de Franco: “Cuando a mí me contrataron en la revista Hola y salió un comunicado diciendo que había sido el mayor fichaje de la historia del periodismo, Juan Carlos me llamó a la Zarzuela. Lo único que me dijo es: ‘Quiero que me digas cuánto te van a pagar. ¿Sabes lo que yo gano? Setenta y cinco mil pesetas para todo. Incluso para la peluquería de la princesa. Eso es todo lo que yo tengo. No tengo más dinero’. Así que no tenía dinero. Lo que ocurre es que eso es la historia de cómo se aficionó, más que al dinero, a las comisiones”.

Los céntimos saudíes y los millones del sha
La crisis del petróleo en 1973 y una orden de Franco para que medie con el rey de Arabia y garantice el suministro de petróleo para España, abren a Juan Carlos la puerta de los negocios con los árabes. “No había petróleo para nadie -cuenta Peñafiel- y con la mediación de D. Juan Carlos, el rey saudita se comprometió a que a España no le faltase el suministro”.
La gestión salió bien y tuvo su recompensa. Franco permitió a Juan Carlos quedarse con unos céntimos por cada barril de petróleo que venía de Arabia. “Eran cientos de miles de barriles. Ese fue el origen de su fortuna y de las comisiones. Empezó a cobrar esos céntimos y se acostumbró”, explica Peñafiel.
Dinero de empresarios, dinero del petróleo y dinero iraní. En 1977, siendo ya rey, Juan Carlos pidió ayuda económica al sha de Persia, Reza Pahlevi, para “fortalecer la democracia”, frenar el ascenso del PSOE y supuestamente financiar a la UCD de Suarez. Las elecciones eran inminentes. “En la carta le pide dinero para tratar de que no lleguen aquellos que pinta como rojos terribles. El sha le da mil millones de pesetas”, cuenta García Abad. Se desconoce cuántos fueron para UCD y cuántos se quedó él.
“Nunca se aclaró nada de eso, hubo ríos de tinta, incluso en la prensa extranjera”, recuerda el periodista Ernesto Ekaizer. “Llegó al Parlamento y luego, como sucedía en aquella época, terminó muriendo, nadie impulsaba la investigación”.

Del elefante blanco al de Botswana
A la 1:24 de la noche del 24 de febrero de 1981, Juan Carlos I pronunció su discurso más importante, el que certificó el fin del 23-F. Una hora antes, el golpista Tejero se daba cuenta de que el “elefante blanco” que él esperaba para liderar un retorno al pasado nunca llegaría.
Fue entonces cuando se produjo un punto de inflexión en el papel institucional rey. Lo que García Abad llama un “nuevo pacto social no escrito”: él daba por concluida su aportación a la vida política del país, no se metía en las cuestiones de los partidos y ellos no interferirían en sus asuntos privados.
Así se pasó del momento de máxima legitimidad a los años de mayor sensación de impunidad al sol de Mallorca, cuando en Reino Unido se preguntaban por qué no podían tener una familia real tan modélica como la española.

Todos los hombres del rey… pasaron por el banquillo
“Él presumía de que al contrario que sus antepasados no había creado ninguna corte. Pero crea una de personajes que acaban todos en la cárcel o a las puertas de la cárcel”, recuerda García Abad. A su amigo Manuel Prado y Colón de Carvajal se fueron sumando Ruiz Mateos, los Albertos, Mario Conde, Javier de la Rosa… Todos protagonizan casos judiciales que irían estallando como bombas de relojería en la década siguiente.
“Mario Conde buscaba la complicidad del rey por sus aspiraciones políticas”, apunta Ernesto Ekaizer, autor de Vendetta sobre quien fuera presidente de Banesto.
“Conde entró en el entorno de Mallorca con su yate Alejandra. El rey tenía cuentas en Banesto y Mario Conde hacía sus movimientos, le asignaba inversiones, de alguna manera le asesoraba y, en algunos casos, donde perdió dinero, Conde se lo compensó”. La noche de la intervención de Banesto, recuerda Ekaizer, una de las cuestiones que quitaba el sueño al entonces presidente Felipe González era que ahí estaban las cuentas del rey.
La caída en desgracia de Conde, la entrada en la cárcel de Javier de la Rosa, los paseíllos de Manuel Prado por la Audiencia Nacional, las cintas del CESID con grabaciones del rey, hasta el caso de alguna antigua amante indiscreta…
A mediados de los 90, las balas de la corrupción silban cerca de los oídos del rey. Pero el blindaje político y mediático se mantiene intacto con el pretexto de los servicios prestados por la democracia y por la estabilidad institucional.

100 millones como unidad de medida
En el mayor de los escándalos de aquellos años también hubo dinero árabe de por medio. Tras la primera guerra del Golfo, el emir de Kuwait quiso poner orden en sus cuentas y detectó el agujero causado por De la Rosa, su gestor en España. El empresario catalán alegó que había entregado dinero a Juan Carlos de Borbón para que promoviera una intervención militar estadounidense contra Sadam Husein destinada a restablecer al emir en su trono.
“Es difícil saber cuánto dinero le dio”, comenta García Abad, “Javier de la Rosa habló de 500 millones de dólares, pero quizá fueron más bien cien, que parece que es la unidad que se repite en los negocios del rey. Parece la unidad básica del rey”. De los cien millones del préstamo del rey Fahd en los setenta a los cien millones del regalo de su sucesor, Abdalá, cuarenta años después.
“Cuando llega el momento procesal en el que hay que dirimir si todo es un pretexto de De la Rosa o si el rey percibió dinero, el proceso se para porque el rey es inviolable”, relata el periodista, “es la primera vez que la Justicia se acerca a la figura del rey”.
De la Rosa: “Tengo las cuentas suizas del rey”
Ekaizer reconstruye la escena que le contó el que fuera jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández Campo. Centro Asturiano de Madrid. De la Rosa acababa de salir de su primera estancia en la cárcel. Llegó rodeado de escoltas y atenazado por una manía persecutoria. Pero tenía claro el mensaje que quería trasladar a Fernández Campo: que le pagó 100 millones al rey y que tiene todas las cuentas suizas del monarca.
“Esto es interesante porque ya hablaba de cuentas suizas en tiempos pretéritos, esto es el año 95”, señala Ekaizer. “Y estamos hablando de que el pago fue en mayo del 92. Y dice que esa fue la última parte de la pasta, los últimos 20 millones de dólares que llegaron a ser 100 millones”.

La comisión de los Albertos
Con estos escándalos, el rey perdió capacidad de maniobra. Hasta entonces nadie había importunado sus asuntos, ni siquiera su afición a recibir regalos caros: coches, motos, el segundo yate Fortuna donado por el rey Fahd, el tercero costeado por empresarios españoles... Juan Carlos llegó a vetar el intento de aprobar una ley para limitar los obsequios que podían aceptar los cargos públicos.
Con el cambio de siglo ya no podía llegar tan lejos, pero siguió haciendo valer su capacidad para mediar por las empresas españolas en el mundo.
Según el Sunday Telegraph, en 2003 Álvaro de Orleans, primo lejano y supuesto testaferro del rey, recibió una comisión por mediar en la venta del Banco Zaragozano a Barclays. Fueron Alberto Cortina y Alberto Alcocer, ‘los Albertos’, amigos de cacería de Juan Carlos, quienes dieron un pelotazo al vender su paquete accionarial al banco británico. Según el Telegraph, el rey emérito tiene acceso a esa cuenta de la Fundación Zagatka.
Ese mismo año, cuenta el periodista Ernesto Ekaizer, “el rey hizo una mediación con el letrado” que elaboró la ponencia del Tribunal Constitucional que exoneró a los Albertos de la condena de tres años de cárcel por estafa.

El papel de Corinna
En estos años también ha entrado en escena la amante alemana de Juan Carlos, Corinna Larsen. Ha ocupado no sólo el corazón del rey, también el papel financiero que antes desempeñaron otros.
“Corinna parece que hizo este papel de testaferro que hacía Manuel Prado”, dice García Abad, “está por ver, ella dice que le dio el dinero por amor, habrá que ver si hubo un acuerdo posterior para repartírselo”.
El episodio de la cacería de elefantes en Botswana con su amante hizo caer la cortina de silencio que había protegido hasta entonces a Juan Carlos.
“Una parte de la culpa de todo lo que hizo el rey fue de la prensa”, cuenta García Abad, “Juan Carlos es un gran seductor y cultivaba con habilidad a la prensa, sobre todo a los grandes propietarios. Se puede decir que la prensa le reía las gracias. A mí mismo, cuando escribí La soledad del rey, me dijo ‘Pepe, qué disgusto me das. A mí me da igual porque yo estoy aquí para aguantar, pero la reina está desolada’. Eso halaga, ¿no? Sabía cautivar a la gente y la prensa no hizo su trabajo, que era contar lo que estaba pasando. Tampoco el establishment, quizá con el noble propósito de pensar que no estaba consolidada la monarquía”.

La credibilidad del rey ha muerto, viva la credibilidad del rey
Esa cobertura se acabó para Juan Carlos. La confianza en él se quebró como la cáscara de huevo de la canción infantil de la que sale la frase “todos los hombres del rey”. Ni todos juntos pueden recomponerla una vez rota por la caída.
Otra cosa es el trato que siga recibiendo la figura del rey, ahora en la persona de Felipe VI. De momento, desde el Gobierno y más allá se intenta reforzar la idea del cortafuegos que impida que la hoguera de Juan Carlos abrase a su hijo.
Felipe VI ha intentado cortar los hilos con los negocios de su padre. Rechazó la herencia y le retiró la asignación, pero no lo comunicó hasta un año después, cuando se hizo público que el rey emérito le había designado beneficiario de la sociedad Lucum.
Todo aquello salió a la luz, casualmente o no, justo en la noche en la que se decretó el estado de alarma y el confinamiento de los españoles por el coronavirus.
La Casa Real aseguró en un comunicado muy medido que un año antes había informado a las “autoridades competentes”, pero ha evitado precisar cuáles fueron. ¿Eso incluye al presidente del Gobierno? En La Moncloa tampoco lo aclaran. Y es difícil saber qué han hecho las autoridades en un año, aparte de pedir información a Suiza en noviembre de 2019 y esperar.
“Ahí Felipe VI tiene cosas que explicar”, valora García Abad, “Juan Carlos ha intentado, de cara a las relaciones con Arabia Saudí, implicar al hijo. Reflejar que la amistad inquebrantable no es una cosa sólo suya, sino que seguirá con el hijo”.
“Coincidí con Felipe en un cóctel, le dije: “majestad, yo iba a preparar un libro sobre cómo será la tercera república y me lo está estropeando usted porque no lo está haciendo mal”. Y el rey me dijo, ‘bueno, bueno, no te precipites, ya se verá’. Lo tiene difícil para salvar la institución.”
Si es cierto que Juan Carlos alguna vez sintió que debía hacer dinero por si un día le dejaban sin corona, fue entonces cuando empezó a perderla.