Lluis Orriols, autor de Democracia de trincheras: "Como votantes, todos tenemos un poco de Jorge Javier y un poco de Belén Esteban”


“Pensar en la política como algo racional, sin emociones, es una falacia”
“En política hay polarización buena y polarización mala, como el colesterol”
“Cuando más hondas son las trincheras, más mala fama tienen los equidistantes”
En 2010, Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban discutían en Sálvame sobre qué partido votarían en las próximas elecciones. España caía en una profunda crisis económica, el Gobierno socialista acometía recortes de gasto, el descontento social y la desconfianza hacia el presidente Zapatero era creciente, incluso entre los votantes socialistas. Con este ruido de fondo, las dos estrellas de Sálvame mantuvieron el siguiente diálogo que abre el libro Democracia de trincheras (Península) del politólogo Lluis Orriols:
Jorge Javier Vázquez: “Cuando votas, ¿a qué partido votas? Y no me digas que el voto es secreto”. Belén Esteban: “Dime tú el tuyo…”.JJV: “Pues mira, te lo voy a decir: socialista, pero tengo dudas ahora ya. No, cuidado, no es que tenga dudas. Socialista, pero sin Zapatero. Pero, vamos, esta es mi idea, pero yo: ¡socialista! Y tú, ¿a quién votas? BE: “Yo voté una vez al PP y otra vez al PSOE. Y esta vez voy a votar… al PP. Porque hasta ahora Zapatero lo único que ha hecho por mi familia es dejar a dos en paro y bajarle a mi madre la pensión. Entonces, voy a ver si con el próximo se cambia”.
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“Jorge Javier representa el votante identitario y Belén Esteban la votante racional”, escribe Orriols. Uno, pese a su insatisfacción, mantiene su lealtad al PSOE. En cambio, Belén Esteban no muestra vínculos emocionales y partidistas, evalúa las políticas que ha desarrollado el Gobierno y, si no se ajustan a sus intereses, vota en consecuencia. “Si la política debe ser racional y dejar de lado las emociones quizás la argumentación de Belén Esteban sea la más satisfactoria”, apunta el politólogo de la Universidad Carlos III. Sin embargo, “la lealtad grupal hacia los partidos es un motor fundamental de la política”, señala y añade que "no se puede entender la política sin identidad", esa identidad partidista es la que da estabilidad al sistema democrático.
NIUS: Admite que hace unos años estaba a favor de los votantes como Belén Esteban y en contra de los Jorge Javier. ¿Ha cambiado su opinión?
Lluis Orriiols: Sí, sí. A lo largo de estos años he comprendido que la democracia es un ecosistema que requiere tanto de racionales, como Belén Esteban, que buscan la política de forma desapasionada, como de gente que vive la política desde la identidad y la emoción a la hora de votar, como Jorge Javier.
P: ¿Vivimos tiempos en los que prima la emoción sobre la racionalidad en política?
R: Es lo que discuto en el libro. Creo que esta visión de la política como algo racional, donde las emociones se dejan a un lado, es una falacia. No es que ahora haya más, que vivamos más las identidades que antes en política, es simplemente que siempre ha habido ese ideal de quitar las emociones y las identidades en política, pero siempre han estado ahí.
P: ¿Imperan ahora más las emociones negativas? ¿Votamos más bien en contra que a favor de un candidato o de un partido?
R: Nos motivan mucho las emociones negativas hacia nuestro rival. Las trincheras se forman a base de crear mi grupo contra el otro grupo. En esa confrontación, imperan tanto emociones de adhesión a los tuyos como de rechazo a los demás. Son dos caras de la misma moneda, de la identidad.

P: Tenemos la sensación, quizá amplificada por las redes sociales y por las tertulias, de que vimos un clima político más crispado que nunca, pero en el libro dice que no es nuevo.
R: No, no es nuevo. La polarización de la que se habla mucho ahora es la polarización en términos afectivos, de rechazo emocional. No tanto una polarización porque tus propuestas ideológicas sean distintas a las mías, sino de animadversión hacia quien no piensa como tú. Eso depende del país y depende del contexto. En Estados Unidos la polarización de ese tipo sí ha aumentado respecto a los años cincuenta. En aquel tiempo, la gente sentía un rechazo especial por quién pensaba distinto en política. El rechazo era racial. El familiar incómodo no era que el que pensaba o votaba distinto, era la raza. En Europa este tipo de polarización ya existía en algunos países como Italia en los años cincuenta. En España no tenemos datos de aquel tiempo, obviamente.

P: La polarización, dice en el libro, deteriora el apoyo a normas básicas de la democracia liberal. Hemos visto en EE.UU. y Brasil cómo los perdedores cuestionan la transición pacífica y niegan su consentimiento a los vencedores.
R: Hay expresiones de la polarización que pueden ser muy nocivas para la democracia. Que tengas emociones negativas hacia quien piensa distinto que tú acaba provocando que consideres que sus opiniones no son válidas, que no deberían estar en el juego político y que, por tanto, sus demandas son ilegítimas. Cuando esto ocurre se rompe uno de los principios básicos de la democracia: el consentimiento de aquellos que pierden porque consideran que la victoria del rival es excesivamente dañina para el país o sus instituciones.
Cuando todos los partidos presentan lo mismo, la democracia deja de ser útil. En parte, la emergencia de los populismos en los últimos años está muy relacionada con la falta de polarización
P: Y, sin embargo, plantea una idea contraintuitiva: que la polarización también tiene cosas buenas. Es necesaria, dice, para que un tema sea políticamente relevante.
R: La polarización es como el colesterol. Hay colesterol bueno y colesterol malo. Ciertas dosis de polarización ideológica, de propuestas políticas, es deseable. Cuando todos los partidos presentan lo mismo, la democracia deja de ser útil. En parte, la emergencia de los populismos en los últimos años está muy relacionada con la falta de polarización. La ciudadanía tiene la sensación de que la democracia no funciona cuando la globalización no permite alternativas, cuando todas las propuestas económicas son las mismas, salvo algunos matices. Ciertas dosis de polarización son buenas, una polarización de corte ideológico, no la polarización en términos más emocionales, como la de un Barça- Madrid. Un rechazo al equipo rival, por el mero hecho de ser el equipo rival.

P: ¿Polarizan los políticos o recogen el cabreo de la calle?
R: Si algo sabemos los politólogos es que las élites son fundamentales para estructurar la opinión pública. Los líderes políticos no recogen solo el sentido de la calle, construyen las realidades. A través de sus estrategias, lideran o manipulan la opinión pública. No hay ninguna duda de que los partidos políticos son agentes de polarización, tanto ideológica como efectiva.
R: Tres de los seis primeros problemas de España, según el último CIS, son los políticos, los problemas políticos y los partidos. En su libro reivindica los partidos políticos.
R: Pues sí. Intento revindicar que los partidos políticos estables, que perduran en el tiempo, generan efectos muy beneficiosos para la democracia. Con eso no quiero caer en una nostalgia de politólogo del régimen que añora el bipartidismo. La entrada de nuevas formaciones en ciertos momentos puede ser interesante. Lo que yo reivindico son partidos políticos que sean capaces de sobrevivir al líder. Eso es lo fundamental. Los partidos políticos, si sobreviven al líder, son aliados de la ciudadanía. Esos partidos que son meras plataformas para el líder carismático de turno terminan por no ser un contrapeso al poder.
Hay partidos donde existen bases electorales capaces de soportar un deterioro del partido grave y aun así seguir votándolos. Son los leales. Prestan un servicio fundamental para el sistema
P: Asistimos a la debacle aparentemente inexorable de Ciudadanos. ¿Los partidos nuevos carecen de la lealtad? ¿Los partidos también se suicidan?
R: No hay ninguna duda de que los líderes pueden deteriorar de forma grave una organización. La pregunta es, ¿por qué a veces ese deterioro acaba destruyendo un partido y otras veces no? Eso en gran parte se explica porque hay partidos donde existen bases electorales capaces de soportar un deterioro del partido grave y aun así seguir votándolos. Son los leales. Prestan un servicio fundamental para el sistema, porque son los garantes de que existan segundas oportunidades y de que los partidos puedan regenerarse tras un bache sea por corrupción, por un mal liderazgo o por un mal gobierno. Eso es lo que no le ha podido ocurrir a UPyD y probablemente a Ciudadanos. No han tenido esta base de leales capaces de aguantar para darles una segunda oportunidad.

R: Se les suele afear a los políticos que gobiernen a golpe de encuesta. Pero usted recuerda que, en definitiva, eso es lo que se les pide. No le parece tan mal.
R: Sí, a mí me parece una de las paradojas más relevantes para entender la desconfianza en nuestro propio sistema: queremos que la que los políticos respondan a las demandas de los ciudadanos y, cuando lo hacen, sospechamos que practican electoralismo. Esta paradoja es un síntoma de lo que yo quiero trasladar en el libro. ¿Por qué la gente dice esto? ¿Por qué la gente sospecha de los políticos cuando actúan a golpe de encuesta? ¿Por qué se considera que no es buena idea? Pues porque se sospecha que los ciudadanos no tienen la capacidad para votar bien, no tienen la capacidad para votar como los teóricos de la democracia esperan de ellos.
P: ¿Cómo ve las próximas elecciones? ¿Primarán el voto identitario o emocionales o el examen de la gestión de Sánchez? ¿Jorge Javier o Belén Esteban?
R: Vamos a ver de todo. En la democracia española hay un cierto equilibrio entre aquellos que votan de forma racional, de rendición de cuentas, y aquellos que tienen una adhesión emocional a un partido. En el libro lo planteo como si hubiera votantes como Jorge Javier y votantes como Belén Esteban. En realidad, todos tenemos un poquito de cada. Muchos nos identificamos con un partido pero, aun así, somos capaces de calibrar, en función de la coyuntura, si vale la pena ir a votar o no. Lo que llamo en el libro ‘ambivalencias’. Hay mucha gente que se siente de un partido, que puede caer fácilmente en una en una ambivalencia y dejar de votar el partido, aunque sea temporalmente. Lo que me preocupa y me genera perplejidad es que se considere que la única forma de votar bien sea la racional, la de la rendición de cuentas, dejando las emociones a un lado. El homo sapiens tiene identidades en todas las facetas de su vida y no puedes esperar que las olvide cuando se trata de la política.
El sistema mediático español, que está muy segmentado, facilita la tarea de vivir en la zona de confort, en un contexto confirmatorio
P: La polarización política se refuerza en los medios de comunicación. Dice que en España tenemos un pluralismo poralizado: muchos medios de distinta ideología, pero muy poca diversidad ideológica dentro de cada medio. ¿Sólo leemos, escuchamos y vemos a quienes refuerzan nuestras posiciones?
R: España es un sitio realmente cómodo para los ciudadanos. Tenemos una tendencia a buscar información confirmatoria y tenemos una tendencia a que nos den la razón, porque nos genera mucha incomodidad tener una idea y leer opiniones contrarias. Queremos que el mundo sea coherente, que no haya contradicciones, queremos siempre tener la razón. Y, por lo tanto, el sistema el sistema mediático español, que está muy segmentado, facilita la tarea de vivir en la zona de confort, en un contexto confirmatorio. Vives en la ilusión de la objetividad, porque todos los inputs que tú recibes confirman lo que piensas.
P: ¿Por qué la equidistancia tiene ahora tan mala fama, como escribe en Democracia de trincheras?
R: En contextos de trincheras, impera la cosmovisión de ‘nosotros contra ellos’. La gente necesita posicionar en una trinchera a las personas a su alrededor. Quienes tienen esta visión sienten una enorme incomodidad ante aquellas personas que no están en ninguna trinchera o que están en una, pero muestran dudas. Cuanto más hondas son las trincheras, más mala fama tiene la equidistancia. Y, sin embargo, es algo que deberíamos reivindicar. Ser equidistante no te hace peor persona.