El recuerdo del 23-F resucita a un rey emérito autoexiliado en Abu Dabi a 7.500 kilómetros de distancia


La presidenta del Congreso elogia a Juan Carlos "que asumió en cabeza la defensa de la democracia"
Pedro Sánchez, Pablo Casado y el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, coinciden en el acto del 23-F entre rumores de cierre inminente del pacto del Poder Judicial
El vicepresidente Iglesias no aplaude los discursos del rey Felipe VI y de Batet y pone en cuestión la monarquía
40 años después del golpe de Estado el elefante seguía allí. A más de 7.500 kilómetros de distancia, el rey Juan Carlos, decisivo para abortar el 23-F, volvía a ser protagonista en los silencios y en las menciones expresas. Hasta en el color azul, -el color del estandarte de Juan Carlos I-, de la corbata del rey Felipe VI y del traje de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, se ha hecho presente como una enorme mole invisible.
Su hijo, el rey Felipe VI pronunciaba su nombre después de meses de sonoro silencio defensivo. Una empalizada levantada frente a las cuentas opacas, las comisiones ilegales y el autoexilio entre los palmerales de Abu Dabi del padre. Menos de un minuto para poner en valor la figura del rey emérito. De un tirón, sin molestos carraspeos que instantes antes salpicaban, como fastidiosos obstáculos, las primeras frases de su discurso pronunciado con voz ronca.
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El rey Felipe VI y la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, nombran expresamente a Juan Carlos I y revindican su papel para parar el golpe de Estado del 23-F
Felipe VI revindicaba la “firmeza y determinación del rey Juan Carlos I”, y su propio compromiso “más fuerte y firme que nunca” con la Constitución en el Salón de Pasos Perdidos. Hasta la nomenclatura, ‘Pasos Perdidos’, se empeñaba en volver a arrastrar a la memoria de los presentes la imagen de un rey caído en desgracia, en un acto tan sobrio que eliminaba cualquier atisbo de emoción.

No ayudaba ni el escenario, a una zancada del hemiciclo donde las cicatrices de los disparos de los guardias civiles golpistas siguen allí como testigo mudo del día en que se puso en peligro la incipiente democracia, ni parte del público. Expectación por comprobar la reacción del vicepresidente Pablo Iglesias, que segundos antes del acto solemne volvía a poner en cuestión la institución monárquica y proclamaba a los cuatro vientos su republicanismo. En la solapa una chapa de la UMD, la Unión Militar Democrática, los jóvenes oficiales que lucharon por democratizar las Fuerzas Armadas en los últimos estertores del franquismo.
En España se nos dijo que la condición para tener una democracia homologable a las de nuestro entorno era aceptar como jefe de Estado a un rey designado por Franco. 4 décadas después, es absurdo que alguien defienda que la monarquía es condición de posibilidad de la democracia. pic.twitter.com/7wB7iqYY92
— Pablo Iglesias 🔻 (@PabloIglesias) 23 de febrero de 2021
Iglesias cumplió rápido con el saludo protocolario al rey, no movió una ceja durante los discursos y clavado a la silla, se negó a aplaudir las palabras del rey Felipe VI y de la presidenta del Congreso Meritxell Batet, y se marchó como una exhalación del Parlamento. No se acercó al hemiciclo a escuchar como Miquel Roca, uno de los dos padres de la Constitución que quedan vivos junto a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, explicaba al monarca, 13 años cuando el golpe –“yo fui testigo y aprendí del inmenso e incalculable valor que tiene la libertad para el pueblo español”-, al Presidente Sánchez, 9 años por entonces, o al presidente del PP Pablo Casado, que acababa de nacer, como vivieron en primera persona los tiros de los golpistas. Tampoco Iglesias asistió a la comida posterior. A ninguno de esos dos momentos estaba invitado a participar.

Batet elogió el papel del rey Juan Carlos, ella también con todas sus letras, el compromiso de los medios de comunicación con una democracia “consolidada y reconocida en todo el mundo” pero a la que hay que “defender permanentemente” de los populismos y de la deslegitimación de las instituciones. Quizá fue lo que no le gustó al vicepresidente Pablo Iglesias y por eso no aplaudió, ahora que asegura que “no hay normalidad democrática” en España y reclama “controles” para los medios de comunicación.

Tras los discursos y la visita obligada al hemiciclo, Felipe VI se sentaba a una mesa ovalada en la cuarta planta del Congreso a compartir almuerzo con las altas autoridades del estado. Ensalada de cigalas, carrillera al vino, fruta y café. En total diez personas, cuatro más de las que se pueden sentar en una terraza en Madrid, guardando la distancia que manda el coronavirus. Entre los comensales tres, el presidente Pedro Sánchez, el líder de la oposición, Pablo Casado, y el presidente del Tribunal Constitucional, Carlos Lesmes, con una gran tarea pendiente por delante: renovar el Poder Judicial.
Después de que Sánchez rompiera el hielo y llamara a Casado para desbloquear el órgano de Gobierno de los jueces, volvían los gestos de cordialidad. Flanqueado por la vicepresidenta, Carmen Calvo, el líder de los populares acudía sonriente a la comida. Por protocolo le ha tocado sentarse junto a Lesmes. Enfrente tenía a Sánchez. La pregunta es si habrán estado lo suficientemente cerca como para cerrar de una vez un acuerdo que parece inminente.