Fernando Castillo, escritor: “El aborrecimiento de Madrid viene desde la Restauración del siglo XIX”


"El rechazo a Madrid tiene un origen muy conservador, el temor a los cambios que trae la ciudad contemporánea"
Moscú en el Manzanares: la II República y la Guerra Civil confirman los temores conservadores
Con el franquismo, la crítica a Madrid pasa de la derecha a la izquierda
“Madrid es España dentro de España”, la expresión de la presidenta madrileña Díaz Ayuso esta semana no se ha librado de las burlas. “Madrid es una aspiradora de recursos”, ha sentenciado el presidente valenciano en su parlamento. La capitalidad madrileña tiene “efectos desequilibrantes”, subrayaba esta semana un estudio de un instituto económico valenciano. Más al norte, el catalán Torra desaconsejaba a sus paisanos viajar a la capital y pedía que se hicieran controles de temperatura a los viajeros procedentes de Madrid. Por si faltaba algo, Madrid, de nuevo, capital de la pandemia y desvelo de España. Madrid desoye, al Gobierno, dicen los titulares, porque no aplica las medidas que pide el Ejecutivo. El director de La Vanguardia sugiere la aplicación del artículo 155.
La crítica de la periferia no es una singularidad española. La Liga Norte denunciaba la “Roma ladrona”. En París desembarca la ira de las provincias vestida con chalecos amarillos. El conservadurismo libertario americano detesta la “ciénaga de Washington”, en palabras de Trump. La Inglaterra profunda se venga con el Brexit del Londres cosmopolita.
Nunca ha sido Madrid una ciudad ensimismada, más bien propensa a autoflagelarse. ¿Será porque uno de cada dos madrileños ha nacido fuera de esta "ciudad abierta"? Madrid, rompeolas de todas las Españas, escribió Machado. Madrid, una mezcla entre Navalcarnero y Kansas City, dijo Cela. Madrid, cruce de caminos donde las niñas ya no quieren ser princesas, cantaba Sabina.
En contra de lo que pueda parecer, el discurso contra Madrid no es una obsesión reciente de columnistas catalanes que siguen los pasos de Pla, suspiran con el corredor mediterráneo y el fin de la España radial. Comenzó mucho antes. El escritor y ensayista Fernando Castillo Cáceres (Madrid, 1953) la ha documentado en un par de libros, Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad, del 98 a la postguerra (Polifemo, 2010) y Los años de Madridgrado (Fórcola, 2016)
NIUS: ¿Cuándo empezó el aborrecimiento de Madrid?
Fernando Castillo: Todo tiene un origen en el siglo XIX. Va de la mano del rechazo hacia la construcción del estado liberal contemporáneo, sobre todo a raíz de la Restauración. El carlismo, el agrarismo castellano, la periferia anticentralista, todos movimientos muy conservadores, empiezan a ver con temor y hostilidad el crecimiento de Madrid como capital de ese estado.
¿Por qué?
Una sociedad agraria, rural, muy conservadora, teme los cambios que aporta el liberalismo ejemplificados en la ciudad contemporánea, masificada, donde las clases y la población está mezclada, donde se producen transformaciones que no se entienden. Por otro lado, Madrid es la capital de un sistema político que se rechaza: impuestos que se cobran y gestionan desde el centro, la uniformización del servicio militar, la unificación de pesos y medidas, el sometimiento de los poderes locales a un poder central con los gobernadores civiles; en fin, lo que supone la creación del estado liberal.
Llama la atención que el rechazo a lo urbano se focalice en Madrid. Una ciudad que arrastró hasta hace bien poco aquella caracterización de “poblachón manchego”, como si a sus habitantes les costara sacudirse el polvo de la dehesa.
Lo de “poblachón manchego” se atribuye a Azorín y no deja de ser verdad. Es una ciudad que no tiene el tejido ni artístico ni arquitectónico que pueda tener una Barcelona. No es especialmente industrial, pero sí es una ciudad que está creciendo a finales del XIX y principios del XX en relación con el resto de España. No es comparable a las grandes metrópolis. No tiene el aire cosmopolita de Barcelona, que es puerto de mar y está más cerca de Europa. Pero Madrid se va a convertir en muy pocos años en una metrópolis. Eso se hace muy rápidamente y eso quizá ha contribuido a ese rechazo.
¿La animadversión a Madrid procedía sólo de Cataluña o el País Vasco?
No, procede de todo el rechazo de los sectores más conservadores. Los nacionalismos tienen una raíz muy conservadora, que atiende a lo propio. El catalanismo ruralista se encuentra en el campo no en los obreros de la CNT. Que es lo que quiere el nacionalismo catalán o el nacionalismo vasco, volver a eso, patria, fueros y libertad, lo contrario del estado contemporáneo.
¿También Castilla y Andalucía?
Andalucía no. Curiosamente. Hay lejanamente en la literatura algo suelto. En el castellanismo, claro que sí. En Pereda, conservador santanderino, uno de sus personajes llega a decir que lo mejor que podían hacer es dinamitar Madrid. Y en Castilla ese rechazo toma forma política, porque los intereses agrarios coinciden con una idea castellanista, ruralista, que ve en Madrid un enemigo. En la II República, hay un Partido Agrario. Y ahí está también esa especie de fascismo castellano, agrario y católico de Onésimo Redondo, fundador de las JONS.

¿Cómo evoluciona el rechazo a Madrid en el siglo XX?
Desde la Restauración el rechazo es nacionalista y conservador. En la república se produce un ambiente revolucionario. Madrid ejemplifica la república y luego la resistencia al golpe de estado. A la España conservadora esto le confirma que Madrid es el lugar terrible que han rechazado con razón, porque se ha convertido en una ciudad revolucionaria, igual que Petrogrado, Moscú en el Manzanares. Después de la guerra, cambia. El rechazo a Madrid empieza a ser cosa de la izquierda. A partir del 39, con el franquismo, empieza a ser vista como la capital del centralismo autoritario y eso durará hasta que se muere Franco y llega la Transición.
La crítica a Madrid suele pintar la capital como un lugar donde unas élites extractivas de empresarios y altos funcionarios se reparten el país sentados en el palco del Bernabéu… ¿Esto tampoco es nuevo?
No es nuevo ni temporal ni geográficamente. Se puede aplicar a París a Moscú a Washington o incluso a Dallas respecto de Texas. Todo centro va a concitar esta crítica. Pero ciertamente es así, también. Madrid como cualquier capital es el centro político. Los centros políticos y los financieros suelen ir unidos y en ellos las oportunidades de negocio, de prosperar, de medro político, son mucho más importantes que en la periferia, pero eso no sólo pasa en España, pasa en Suecia también.
¿Ha sido el fuerte crecimiento de la economía madrileña -Madrid se va, escribió Pasqual Maragall- la causa de los recelos?
Son competiciones absurdas. En caso de serlo Madrid, lo será por unas décimas, nunca será por goleada. No sé si se acordará usted de aquella “tragedia” de si iba a tener Barcelona más coches matriculados que Madrid. Esto no es más que una expresión caricaturesca y ridícula de una periferia muy crítica con el centro y un centro que a veces es poco sensible a las reclamaciones de la periferia…
Hay quien cree que situar la capital en Madrid, en una meseta a 600 metros sobre el nivel del mar y lejos de cualquier vía navegable, fue una decisión política hasta cierto punto antinatural. Madrid fue capital antes de ser una gran ciudad, mientras otras capitales lo han sido porque eran grandes ciudades que aglutinaban las comunicaciones de un país.
¿Qué es una capital natural? Madrid es capital desde hace 400 años por decisión de Felipe II. En algún momento, por cierto, se le planteó llevar la capital a Lisboa. La opción de Sevilla no la veo tanto. Pero todo eso es un juego estéril. En el centro de la península, Felipe II se encontraba en el centro de sus reinos hispánicos. España era una suma de reinos y Madrid estaba bien situado.
Esa centralidad también es motivo de crítica por la estructura radial de las comunicaciones en España, hay que pasar por Madrid para todo.
Eso es indudable. La estructura de comunicación ha sido de un centralismo tremendo. También es muy parecido a lo que sucedía en la admirada Francia. Por eso la crítica venía de los sectores ultraconservadores. Los sectores progresistas, Azaña, por ejemplo, siempre tan próximo a lo francés, tan deseoso de convertir a España en una Francia adaptada, nunca hizo ese tipo de críticas. Usted tenía que ir a Huelva desde Gerona, por Madrid. Ahora, si quiere puede dar más vuelta también, pero es que Madrid no tiene la culpa de estar en el centro. La gente se enfada con la geografía y la historia. La geografía y la historia son inamovibles, salvo para Inglaterra que es capaz de situarse a principios del siglo XXI mucho más cerca de EEUU que de Europa.