Los obreros reaparecen en el Hospital Isabel Zendal tras un día desaparecidos "para la foto"


Crónica del día después de la inauguración en la nueva infraestructura sanitaria de Ayuso: "Un hospital no es"
-Un hospital no es.
Lo dice como quien emite una sentencia. Con la autoridad que le da su casco y su chaleco amarillo y las muchas horas de curro que lleva metidas en el flamante edificio que tiene justo detrás. “Hospital Isabel Zendal” se lee en el enorme cartel que acaba de desmentir con sus palabras.
Es miércoles, a eso de las once. Hora del almuerzo en el tajo. Este lo es. Enorme. Más de mil personas, tres turnos desde el pasado verano, intentando levantar a marchas forzadas la infraestructura que Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, inauguró este martes y con la que pretende “asombrar al mundo”. Difícil, visto lo visto en este 2020.
Lo que sí ha conseguido, de entrada, es sorprender.
Sorprende el paisaje de casetas, máquinas, vallas, contenedores, escombros, materiales y obreros que van y vienen en torno al hospital oficialmente inaugurado. Sorprende el escepticismo que rezuman los comentarios que dejan caer algunos de esos obreros, entre mordisco y mordisco al bocata con el que reponen fuerzas, antes de volver a la obra supuestamente acabada.
- Esto es para una emergencia. Y ahora se acaba la emergencia.¡Manda cojones!, dice uno.
- Para emergencia la mía, replica otro, acompañando la frase con un par de palmadas en el bolsillo.
Son media docena. De primeras no quieren hablar. Ni dar nombres. Ni fotos. Por aquello de que “no nos reconozcan”. Luego ya, en la intimidad del banco que los reúne frente a un descampado, se sueltan. Se quejan del martes perdido por la foto de la inauguración. “Ayer no trabajó nadie. Nos tuvieron que si viene, que si no… Y un día perdido. Nos lo harán recuperar el fin de semana”.
Explican lo evidente: que la obra está acabada… a cachos: “Ellos (los políticos) entraron por la otra puerta. Vinieron a lo que vinieron. Solo tienes que ver cómo está por el otro lado”. “No querían que se viera esto, y luego meten prisas”.
La “otra puerta” es la de las fotos, la cara visible del edificio. “Esto” es la cruz. La zona de sombra de un proyecto para unos emblemático, para otros más que cuestionable. El presupuesto se ha disparado al entorno de los 100 millones (oficialmente nadie pronuncia una cifra); no tiene plantilla; los enfermos están por llegar… Es un hospital sin quirófanos y sin urgencias, a no ser la de acabarlo en “tiempo record”.
- No hace falta ser muy listo para ver qué esto es una mierda, apunta el operario más lenguaraz de todos, el del casco morado.
- Un hospital de chinos sin chinos. Ése es el resumen, remata un compañero que aún no se ha abierto el sándwich que ha traído de casa, y ni sabe de qué es.
El micromundo encerrado en las vallas que todavía rodean el Zendal sigue, 24 horas después del corte de cinta, cerrado por obras. En un universo que se mueve por oficios, y por subcontratas. Y a cada uno le va como le va.
Miguel, Juanma y Fernando, por ejemplo, que montan los equipos de rayos, no se quejan: “No hemos terminado, pero casi”, dicen. También ellos ayer pasaron la jornada inaugural “escondidos”, también ellos hacen hoy un alto para el bocata, a la intemperie.
-Por dentro se ve bien.
- Hay oxígeno, están ya las camas... No es un hospital, pero…
Incluso en esta versión más optimista del proyecto, el Hospital Isabel Zendal no está claro que lo sea.
“Es como un Ifema, bien hecho. Un hospital de pandemias. Punto. Cuando desaparezca ésta, pues debería quedar cerrado”, afirma Manuel, vigilante de seguridad, como queriendo dar por zanjado el debate. Aunque a qué precio.
Le encontramos al final del recorrido por la gigantesca manzana que ocupan las naves del Zendal, en este día después del dia D. Su diagnóstico cuestiona el volumen de la inversión. Pero bueno, para gustos… En todo caso, añade: “Si algún día tiran La Paz lo pueden sustituir con éste”, como dándose cuenta de lo frustrante que resulta su análisis.
Lo de cien millones de hospital para responder a fenómenos que se han venido contando por siglos ya ha escandalizado a sus críticos. Y casi más lo de que se apunte que puede servir para accidentes aéreos, como ha sugerido la presidenta. Sí que está al lado de la T-4. Pero son también catástrofes infrecuentes. Y el Zendal no tiene quirófanos. Un problema.
A David, que escucha atónito a Manuel al mando de su manipulador telescópico cargado con fardos de tela asfáltica, lo que le preocupa es “el curro”. Pragmático, gallego como delata su acento, está encantado de que la obra siga: “Por lo menos me da el trabajo que no tengo allí”. Como él hay unos cuantos.
Con sus petos amarillos y naranjas, trajeados o en mangas de camisa los más cualificados, pululaban este miércoles por el escenario tomado horas antes por políticos y periodistas. Muchos. Sin parar. El hospital “brutal”, heredero del hospital “milagro” (así los llama Ayuso) en los papeles está inaugurado. En la práctica, sigue en construcción.