Pedro el Magnánimo y su 'diccionario' de los indultos

Repaso al lenguaje utilizado por el presidente para defender la concesión de la medida de gracia
Pedro Sánchez ya ha dejado caer como quiere que le recuerde la historia: Pedro, el Magnánimo. El adjetivo ha sido la palabra de la semana desde que él mismo la pusiera en circulación en Buenos Aires, reclamando “confianza y magnanimidad” a quienes no ven del todo clara su idea de conceder los indultos a los presos del procés.
Pedro el Sabio hubiera sido pretencioso; el Cruel, agresivo y probablemente injusto (además está cogido); Pedro, el de la Pandemia, una faena. Lo del Magnánimo encaja con su empeño de exhibir el mejor talante posible en lo que espera sea el fin de una página negra en la historia del conflicto catalán. La voluptuosidad del adjetivo cuadra, además, con la dimensión de la empresa. Si lo del procés acaba de una vez por todas, y por las buenas, qué menos que llevarse a la posteridad un alias
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Lo de la “magnanimidad” tiene su aquel. Pedirla es una especie de reconocimiento de que a la otra parte no le alcanzan los méritos para obtener lo que le pretendes dar. O que los que hace no te lo crees del todo. Y que reclama un plus por tu parte. Sánchez no ha pedido justicia; no ha pedido inteligencia como pidió Rubalcaba cuando intentaba acelerar la agonía de ETA; pide "magnanimidad". O seam generosidad, clemencia… hacer de tripas corazón, vamos. Es una invocación de último recurso.
Lo de la “magnanimidad” tiene su aquel. Pedirla es un reconocimiento de que a la otra parte no le alcanzan los méritos
“La oportunidad lo merece”, es el argumento del presidente, consciente de que, en efecto, ser generoso es un recurso extremo en cualquier negociación, solo justificado por lo que se espera conseguir a cambio. Requiere, además, cierto ejercicio de fe: no hay garantía de nada, con el riesgo que eso supone. La generosidad no correspondida es un mal negocio. Al menos en política.
La afición por las palabras 'fetiche'
A Sánchez le gusta poner palabras y expresiones en circulación. Es una de las constantes de la comunicación durante su mandato. No las comunes de todos los políticos que también usa él con frecuencia (oportunidad, reto, desafío…). Otras.
De la época en la que aspiraba al poder se recuerda lo del “trampantojo”, ese engaño visual que, por aquel entonces, era para él la idea de una coalición PSOE-Podemos. En el tiempo de pandemia ha manejado unas cuantas más. Palabras, como “compatriota” o “resiliencia”; o frases hechas, como lo de “no dejar nadie atrás”, “este virus lo vamos a vencer” o el repetido “entramos juntos, saldremos juntos”. Todo ello, antes de que estrenara la cuenta atrás “estamos a 100 días de la inmunidad de grupo”, que repetía todos los días y que abandonó al ver que la estrategia era muy vulnerable a las bromas.
Ahora, en el no demasiado tiempo que lleva preparando la pista para el aterrizaje de los indultos, Sánchez ha vuelto a acuñar un diccionario de ocasión. Para lo que, a su juicio, requiere el momento, sus palabras favoritas son “diálogo”, paciencia”, “convivencia”, “reencuentro”, “distensión”, “concordia”… Esta última está en el top.
Para describir lo que pasó en 2017 (la declaración de independencia, el referéndum ilegal y demás…) su favorita es “desgarro”. También han tenido éxito, no por la frecuencia sino por su dureza, sus apelaciones a la “venganza” y a la “revancha”, para advertir que no son valores constitucionales y, por tanto, no los tendrá en cuenta a la hora de decidir. Como frase, su preferida del momento es que hay que “dejar atrás un mal pasado para ir a un futuro mejor”.
El último y quizás más sonado hit de la lista ha sido “magnanimidad”. Ha entrado con cierto estruendo en esa cuidada selección de palabras que practica Sánchez, que tiene, por cierto, su contrapartida: evidencia demasiado que lo que dices responde a un guion. Es algo así como si te pasan un papel y te dicen: ¡Lee esto! De alguna manera, automatiza. Lo hace menos tuyo. La autenticidad se resiente ante el miedo al error. Más aún cuando el dictado no lo usas tú solo, sino que es cosa de varios.
Medir en exceso las palabras tiene riesgo. Es como si te pasan un papel y te dicen: '¡Lee esto!' Automatiza. Lo hace menos tuyo.
Esta misma semana, Sánchez no ha tenido reparos en usar justo la misma expresión, “reparo” (valga la redundancia), que empleó la ministra portavoz, María Jesús Montero, para referirse al sentimiento que pueden experimentar quienes están incómodos con la idea de ver en la calle a Junqueras y demás presos del procés, después de la que se armó a finales del 17.
A cambio, el presidente se ha dado el gusto de protagonizar un estreno, lo de “magnanimidad”, que probablemente veremos proyectarse en breve en otras pantallas (léase declaraciones de ministros). Tiempo al tiempo. Ha nacido otra estrella.