Una gorra de deporte para resolver la última ejecución de la mafia en Marbella

El abandono de la prenda llevó a los investigadores a localizar a los presuntos sicarios, que se movían con documentación falsa
La Policía sospecha que este ajuste de cuentas es el último de una guerra entre los clanes de los Balcanes que se ha saldado ya con 41 asesinatos en media Europa
El ataque se produjo al mediodía del pasado dos de agosto en pleno centro de Marbella. Eran cerca de las tres de la tarde cuando un hombre se acercó a otro en un paso de cebra, le ajustició por la espalda con seis tiros y se marchó de allí, oculto con una camisa azul, una gorra y unos guantes. El fallecido era un delincuente de Montenegro que se movía por España con documentación falsa y el sicario que terminó con su vida, también. Según ha podido confirmar NIUS, una gorra que el asesino abandonó en unos matorrales fue la pista determinante que sirvió para resolver el caso, y para desvelar una lucha a sangre y fuego que dos clanes de los Balcanes libran por media Europa, con 41 asesinatos por encargo tras las tensiones generadas por un envío de 200 kilos de cocaína robados en el puerto de Valencia en 2014. Una guerra mafiosa trasladada a España.
Los primeros en detectar el ataque fueron los efectivos de la Policía Local de Marbella, que encontraron el cuerpo de un hombre tendido en el suelo, en la calle Arturo Rubinstein, frente a la entrada del edificio gran Marbella. Los testigos aseguraron que eran las 14:55 de la tarde cuando escucharon los disparos, que parecían provenir de un arma automática. Una especie de metralleta. El ruido fue tal que una de las testigos realizó fotos del pistolero cuando se marchaba de la zona andando a paso ligero. En el suelo, quedó el cuerpo de un hombre, identificado por su documentación como Slavisa Zekic, de nacionalidad serbia. Sin embargo, los agentes de Policía Nacional dudaron desde el primer momento de su identidad, pese a que la víctima llevaba un pasaporte auténtico.
Al día siguiente, los investigadores confirmaron que Zekic tenía antecedentes por tráfico de drogas en Ceuta. De allí, pasó un tiempo en la prisión de Botafuegos, en Almería, donde conoció a la que desde entonces fue su pareja. Ella misma les reconoció que en la cárcel, Zekic era tachado de chivato, por lo que desde el primer momento la tesis de los agentes fue que su muerte se debía a un ajuste de cuentas entre mafias. En cualquier caso, pidieron a los compañeros de la Científica que comprobara la autenticidad de su identidad y la validez de su pasaporte.
De forma casi coincidente, se produjo uno de los hallazgos más importantes del caso. A las preguntas de la Policía, varios testigos mantuvieron que el sicario había escapado corriendo de la escena del crimen, para subir después en una moto tipo scooter y escapar de allí a toda prisa. Poco después, uno de los agentes localizó una moto modelo Burgman de color gris, coincidente con la descripción de los testigos, abandonada en una carretera en la zona de Nagüeles. A varios metros y junto a unos matojos, el agente encontró unos guantes negros, similares a los que llevaba el sicario, y una gorra. Una prenda que fue la clave para resolver el presunto asesinato.
Una gorra y un coche alquilado
Los agentes confirmaron que la moto encontrada tenía una matrícula de Gibraltar falsa, y que el número de bastidor del vehículo había sido modificado. Complicado entonces conocer la procedencia, aunque no cabía duda de que había sido robada ya que ni siquiera tenía el bombín de arrancado. Los informes policiales arrojaron además que otro agente había reseñado en días anteriores la presencia de una persona sospechosa realizando una especie de vigilancia con una moto de esa misma matrícula. Fue entonces cuando los agentes se centraron en la gorra, de la marca Decathlon y que llevaba un número de serie y de lote. Con esos datos, preguntaron directamente al establecimiento más cercano de la marca, y a las pocas horas, los miembros de la Policía Nacional confirmaron que la prenda se compró en el Parque Miramar el pasado 22 de mayo, a las 10:10 de la mañana. Las cámaras de vigilancia del establecimiento sirvieron para que los agentes consiguieran una imagen del principal sospechoso y otro dato determinante: la matrícula de un ford fiesta negro. Un coche de alquiler que según las bases de datos policiales era conducido por dos ciudadanos también serbios: Nikola Devic y Nemanja Simic. ¿Cómo lo sabían? Porque los dos habían sido multados ese mismo mes de mayo con el vehículo por saltarse el confinamiento en pleno estado de alarma.
La madeja siguió creciendo. Los investigadores confirmaron que el coche utilizado supuestamente por los asesinos había sido devuelto a la empresa de alquiler de vehículos 24 horas después del crimen, y revisaron los contratos hasta obtener una dirección en Marbella. La supuesta casa donde habían residido hasta marcharse. Tras registrar la vivienda, los efectivos de la Policía Científica encontraron un croquis manuscrito en el que se reflejaba la zona del asesinato y los distintos puntos donde debía ubicarse el tirador y la moto preparada para favorecer su huida, tal y como refleja el siguiente documento:
De forma paralela, los agentes confirmaron que la víctima no se llamaba Slavisa Zekic, si no que era un ciudadano de Montenegro llamado Milos Perunicic. Una persona vinculada presuntamente con un clan mafioso llamado Zenum. La tesis del asesinato por encargo cobró más fuerza cuando los agentes confirmaron que uno de sus principales sospechosos, Nemanja Simis, estaba buscado por un intento de asesinato en Belgrado. El ataque se produjo dos días antes de que Simic entrara en España en un vuelo procedente de Turquía, según la tesis de los investigadores, con la orden concreta de acabar con la vida de su compatriota en suelo español.
Fue entonces cuando los agentes de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado de la Costa del Sol pudieron terminar el puzzle que al parecer se presentaba ante sus ojos. Los clanes de los balcanes, especialmente activos desde hace seis años, habían trasladado sus ajustes de cuentas a España en una guerra abierta que se inició en 2014, con el robo de un cargamento de 200 kilos de cocaína que entró en España por el puerto de Valencia. Desde entonces y según desveló el consorcio de periodismo de investigación OCCRP, esta guerra entre los clanes de la droga de Montenegro se ha saldado con 41 asesinatos en Alemania, Austria, Países Bajos, Ucrania o Grecia. Ahora, esa guerra había llegado de nuevo a España.
Tras identificar el vehículo y revisar los contratos firmados por los presuntos sicarios, los agentes localizaron varios teléfonos presuntamente utilizados por ellos. No tenían mucha esperanza de que esos números dieran resultados tras confirmar a lo largo de los años que este tipo de delincuentes cambia con asiduidad de número para dificultar su localización. Aun así, el 26 de junio, tres semanas después del ataque, uno de esos terminales da la pista definitiva. El usuario de ese número, fuera quien fuera, había reservado una mesa en una pizzería de una localidad cercana a Girona. Mesa para tres.
Los agentes montaron un operativo de seguimiento y se centraron en el restaurante. A su salida, confirmaron la detención de los dos principales sospechosos. Sobre el primero, tenían para comparar las imágenes de la compra de la gorra que sirvió para localizarles. Sobre el segundo, confirmaron que se trataba del mismo sicario pese a un cambio en el corte de pelo por el tatuaje de un lobo que lucía en la pantorrilla de la pierna izquierda. Así, los dos sospechosos fueron detenidos junto a una tercera persona a la entrada de un aparcamiento a cientos de kilómetros de donde se produjo el asesinato, solo 24 días después del crimen.