Cómo aprendimos a la fuerza a vivir confinados


Se cumple un año de la entrada en vigor del estado de alarma decretado por la pandemia
Recordamos cómo el confinamiento nos obligó a cambiar nuestras conductas de la noche a la mañana
Reflexionamos sobre cómo hemos aprendido a vivir confinados y qué nos ha enseñado este año de pandemia
Ha sido un año de muchos cambios y aprendizajes. Ahora es fácil darse cuenta de que el confinamiento absoluto que vivimos aquellas 6 semanas de marzo y abril de 2020, fue como un curso intensivo e introductorio de lo que iba a venir después: la fase de desescalada y los nuevos confinamientos de la segunda y tercera ola de la pandemia.
De la noche del 14 de marzo a la mañana del 15 de marzo de 2020 muchas de nuestras libertades quedaron reducidas a la mínima expresión. Tuvimos que adaptarnos a la nueva situación a la fuerza: muchos de nosotros aprendiendo a trabajar en remoto a marchas forzadas, otros reestructurando horarios y equipos de trabajo, otros de brazos cruzados esperando las noticias de un inminente ERTE y otros muchos, angustiados, devanándose los sesos… ¿qué va a ser de mi negocio?, ¿cómo voy a sacar a mi familia adelante?
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Fueron días muy terribles; un verdadero cóctel de incertidumbre y ansiedad aderezado con las noticias que llegaban al minuto sobre la evolución de la pandemia: muertos, más y más contagios, un sistema sanitario que colapsaba. ¿Cómo hicimos para salir de esa? La respuesta es sencilla y compleja a la vez: el ser humano tiene una increíble capacidad de adaptación.
Un ejemplo: nuestra percepción de la mascarilla
La mejor prueba de ello es que en solo un año hemos cambiado radicalmente muchas de nuestras conductas y hemos adquirido nuevos hábitos. También hemos cambiado sutilmente nuestra manera de percibir la realidad que nos rodea. Uno de los ejemplos más ilustrativos: la mascarilla.
Ahora, en marzo de 2021, me doy cuenta de que a estas alturas de la pandemia me saltan las alarmas cuando veo a alguien por la calle sin mascarilla. Es curioso, porque hace solo un año, me pasaba todo lo contrario: las alarmas saltaban si veía a alguien con la mascarilla puesta. No soy capaz de recordar cuál era mi narrativa interna ¿qué me decía entonces? Probablemente ¡halaaaa qué exagerados, de verdad, que tampoco es para tanto!
Lo que sí recuerdo bien es el pensamiento que vino a mi cabeza cuando anunciaron que en verano íbamos a tener que llevar mascarilla incluso en la playa. Me parecía una locura. “Pues no pienso ir a la playa este año”, me dije. Al final se pueden imaginar lo que pasó: como todo hijo de vecino fui a la playa con mi mascarilla incorporada…y tan ricamente.
Cómo aprende el ser humano: sensibilización y habituación
No es cuestión de hacer un tratado sobre psicología del aprendizaje, pero sí es interesante conocer algunos fenómenos muy básicos de aprendizaje que han jugado un papel fundamental en todo este año de pandemia y que nos han ayudado a adaptarnos a la nueva situación.
En términos psicológicos podríamos decir que en la base de todo nuestro cambio del último año se encuentran los dos procedimientos más básicos de aprendizaje: la sensibilización y la habituación.
Sensibilización y habituación son el resultado de procesos que nos ayudan a organizar nuestra conducta en entornos como el nuestro, en el que hay una gran cantidad de estímulos. Sobra decir que en las primeras semanas de la pandemia, en marzo de 2020, los estímulos de nuestro entorno cambiaron mucho: calles desiertas, silencio, trajín de ambulancias, sobre-exposición a noticias relacionadas con la enfermedad y la muerte… nuestro entorno se transformó de la noche a la mañana. Pasó de ser un entorno conocido y seguro, a uno volátil, incierto, complejo y ambiguo; lo que se conoce como un entorno VUCA.
La habituación y la sensibilización permitieron que, ante estos nuevos estímulos, hiciéramos cambios en nuestras conductas para poder adaptarnos al nuevo entorno.
Primeras semanas de confinamiento: sensibilización
Muchos no nos creíamos lo que estaba pasando en el mundo hasta que nos confinaron. Muchas personas oían noticias de cómo el coronavirus evolucionaba en otros países como el que oye llover… creyendo que eso no iba con ellos. El hecho de que nos confinaran no solo fue una medida de protección para frenar la propagación de virus, nos sirvió también para sensibilizarnos.
Un estado de alarma eran palabras mayores para muchos y nos hizo volver nuestra atención hacia noticias que habían estado ahí, pero a las que, tal vez, no habíamos hecho demasiado caso…de repente dejaron de preocuparnos cosas que antes nos quitaban el sueño. Esta sobre-exposición al estímulo “pandemia” nos hizo sensibilizarnos a la fuerza con lo que estaba ocurriendo fuera. A muchos, la sobre-exposición a este nuevo estímulo nos hizo responder a él de manera más dócil, aceptar quedarnos en casa sin más…teníamos miedo, nos habíamos hecho sensibles a todo lo que tenía que ver con el coronavirus.
La sensibilización nos permitió adaptarnos a la situación, porque así es como funciona este fenómeno: A medida que nos exponemos más a un estímulo (todo lo que tenga que ver con la pandemia) nuestra respuesta a este estímulo aumenta (nos protegemos y cuidamos más).
La sensibilización nos permite entrar en un estado de alerta ante fenómenos nuevos y potencialmente peligrosos
Por suerte, a modo general, la sensibilización sólo ocurre a corto plazo. Si nuestra respuesta aumentara y aumentara sin posibilidad de echar el freno en ningún momento, podría convertirse en un problema grave, como la aparición de fobias u obsesiones.
La sensibilización nos permite entrar en un estado de alerta ante fenómenos nuevos y potencialmente peligrosos, pero una vez que ha cumplido su misión, una vez que hemos aprendido lo que teníamos que aprender para estar a salvo, deja de ser útil. Es entonces cuando entra en juego otro fenómeno: la habituación.
Inicio de la desescalada: la habituación
Este fenómeno explica muy bien la percepción que un año después casi todos tenemos por ejemplo de la mascarilla…nos llama más la atención una persona sin mascarilla que con ella. Algo impensable hace un año. ¿También en el gimnasio? Pues sí, ahora nos parece lo más normal del mundo. Esto ha ocurrido porque en un año nos hemos habituado a ella: a llevarla nosotros y a verla puesta en los demás.
La habituación es fundamental para adaptarnos al nuevo entorno…imagine que cada vez que se pone la mascarilla (varias veces al día) se dijera “vaya rollo, esto de la mascarilla es un horror, a ver cuando se acaba esto, así no hay quien viva…” (sí, esas cosas que nos decíamos hace unos meses). Viviríamos completamente amargados y no seríamos funcionales…eso significaría que no nos habríamos adaptado bien al nuevo entorno.
Si nos fijamos, la habituación ha ocurrido también con otros aspectos este año: nos hemos habituado a relacionarnos telemáticamente (clases, trabajo, incluso reuniones familares) a salir menos, a saludarnos con el codo, a no dar por sentado que nos podremos ir de escapada cualquier fin de semana.
Todo ello da como resultado ese característico y variopinto mosaico de colores y matices que conforma el comportamiento humano
Los seres humanos vivimos en un constante baile entre sensibilización y habituación, que no nos afecta a todos por igual. Además, en este año también han entrado en juego otros procedimientos de aprendizaje más complejos (aprendizaje instrumental, conceptual o procedimental). Todo ello da como resultado ese característico y variopinto mosaico de colores y matices que conforma el comportamiento humano.
Y esa riqueza es, al final, el reflejo de que no todos hemos aprendido lo mismo en este último año. Aunque la manera de aprender (el cómo aprendemos) sea igual para todos, el qué aprendemos puede ser muy diferente en cada persona.
Aprendizaje y toma de conciencia
¿Sobre qué aspectos concretos hemos experimentado una toma de conciencia este año como consecuencia de todos los cambios generados por la pandemia?
El aprendizaje realmente transformador es el que implica una toma de conciencia sobre algún aspecto al que esa persona antes era ciega. Así que cada uno debería responderse a esa pregunta.
Ahora bien, como sociedad ¿qué hemos aprendido? Aunque sea difícil saberlo, puede que el hecho de leer algunos testimonios de personas que, como usted y como yo, han pasado por el confinamiento, resulte inspirador.
El confinamiento y las relaciones sociales
Si algo cambió el confinamiento fue nuestra manera de relacionarnos, pero ¿hemos aprendido algo de eso? Jesús tiene claro que sí: “yo he aprendido algo que me va a ser útil para toda la vida y es a valorar más el contacto físico con las personas que quiero, a ser más selectivo con las personas con las que me relaciono cara a cara, por tanto a cuidar más estas relaciones que a lo mejor antes daba por sentadas. Tal vez, llevado a un plano más espiritual puedo decir que he aprendido a querer más y mejor”.
El confinamiento y la familia
Muchas personas pasaron de tener familias de fin de semana a tener familias a tiempo completo. Ha habido mucho aprendizaje también en esta dimensión de nuestra vida, como explica Florencia, madre de dos niños de 6 y 9 años “Lo que me enseñó el confinamiento es a disfrutarlos más, a escucharlos, a aprovechar los momentos que tengo para compartir con ellos. En cierto modo el confinamiento sí que me hizo entender qué es lo más importante -que es que estemos bien y que estemos todos- y todo lo demás quedó en un segundo plano. Sí, quizás lo que más aprendí fue a disfrutarlos, a conocerlos, fue como un regalo de poder aprovechar ese tiempo que habitualmente no te das. Como madre a tiempo completo lo disfruté muchísimo y creo que aprendí a priorizar lo que era importante de lo que no”.
El confinamiento y la educación académica
El confinamiento también nos enseñó que existen otras formas de aprender, como apunta Lourdes Roldán catedrática de Historia y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid.
“El confinamiento nos ha enseñado a aplicar otra vía para el aprendizaje, que en realidad ya se utilizada de modo parcial, pero cuya implantación se aceleró mucho -explica, hemos aprendido y avanzado mucho en corto espacio de tiempo en la implementación de sistemas y métodos de aprendizaje a distancia. Esto no tiene retroceso, de modo que considero que se seguirá utilizando esta vía”
Sin embargo, Roldán insiste en que el confinamiento también ha sido revelador en otro aspecto: ha dejado claro que la enseñanza a distancia no es en absoluto la panacea: “Creo que esta nueva manera de aprender puede ser adecuada en determinados ámbitos y circunstancias, pero no es apta en todos los casos, ni para todo el mundo. Algunas materias o ramas del conocimiento requieren una práctica presencial ineludible e insustituible. Creo además que el contacto directo profesor-alumno es necesario y que la docencia universitaria debe ser presencial, al menos parcialmente”.
El confinamiento y la tecnología
El confinamiento de hace un año en particular y la pandemia en general, ha despejado cualquier tipo de dudas sobre la importancia de la tecnología, pero también sobre la necesidad de regularla. Así lo explicaba recientemente Narciso Michavila, Presidente de GAD3, la consultora de investigación social y de comunicación que ha elaborado el informe El impacto de las pantallas en la vida familiar. “Cuando nuestros antepasados empezaron a conducir los coches era un auténtico desastre; una jungla llena de coches. Tuvieron que aprender a poner unas reglas, a pintar unas líneas en las calles, a poner unos semáforos para parar la circulación...y ahora mismo, algo tan complejo como es conducir, prácticamente todo el mundo, podemos hacerlo de forma bastante civilizada y muy positiva para la humanidad. Con los móviles y pantallas y las tecnologías estamos todavía en esa fase de pintar las líneas en el suelo, de entender que las tecnologías abren muchas posibilidades en el mundo laboral, las relaciones familiares, en la comunicación política, pero a la par tiene que haber unas reglas que poco a poco se van consensuando”.
El confinamiento y la muerte
El confinamiento puso la palabra 'muerte' en el foco de millones de personas, algo que parecía impensable en una sociedad tanatofóbica como la nuestra. Muchas personas, como Ariadna, una mujer de 37 años que perdió a su hermano de 50 en la primera ola, han aprendido a relacionarse con ella de otra manera: “He visto clarísimo que la muerte forma parte de la vida. Creo que esto se debe a que durante este año la información sobre las cifras de muertes diarias por coronavirus ha estado tan presente como la información del tiempo. Difícilmente hemos podido darle la espalda a esta realidad. Yo, personalmente, he aprendido a hablar de la muerte con naturalidad. Está aquí, sí señores…da miedo, sí señores…pero no podemos vivir de espaldas a ella. Todo esto me ha enseñado también a valorar más la vida, el sistema sanitario y a los profesionales de la salud.”