En la mente de un adolescente para entender las conductas de riesgo

Qué son las conductas de riesgo de los adolescentes y por qué se producen este tipo de comportamientos
Cómo la psicología evolutiva explica que este tipo de conductas tienen que ver con su proceso madurativo
Los gritos de la mujer se oían desde prácticamente cualquier punto de la playa. Un grupo de adolescentes había aprovechado la bajada de la marea para subirse a unas rocas cercanas y saltar al agua desde lo alto. Pero la marea seguía bajando…
-¡Volved aquí ahora mismo!, ¿pero estáis locos?, ¿es que no veis que os podéis matar? -gritaba desde la orilla la madre de uno de los chicos.
Es que no veis que os podéis matar...
La respuesta es no, no lo ven. Y la explicación es tan sencilla como que no lo ven porque son adolescentes.
Desde nuestra mente de adultos nos cuesta entender por qué ocurre esto. ¿No se supone que con 16 años ya son mayorcitos como para darse cuenta de que ciertas conductas conllevan riesgos, incluso algunas veces para su propia vida?
Muchos padres se quejan de que en algunos aspectos sus hijos parece que fueran hacia atrás
Parece todo muy contradictorio. La adolescencia es la etapa de transición de la niñez a la adultez: deberíamos verles avanzar hacia la madurez asumiendo cada vez más responsabilidades y adquiriendo mayor espíritu crítico, sin embargo, muchos padres se quejan de que en algunos aspectos sus hijos parece que fueran hacia atrás.
Nos seguimos escandalizando, pero las conductas de riesgo son comunes a prácticamente todos los adolescentes del mundo. Hay dos ejemplos que lo ilustran bien: ellos son los que consumen mayores cantidades de alcohol y la principal causa de muerte en jóvenes de entre 18 y 24 años son los accidentes de tráfico.
Entonces, ¿no será que igual estas conductas de riesgo tienen que ver precisamente con ese proceso de madurez?
En gran medida, sí. De hecho, según los expertos, los adolescentes viven este tipo de conductas como si fueran “prácticas” del mundo adulto al que están luchando por incorporarse. No las perciben como riesgos sino como experiencias gratificantes ya que muchas veces implican emociones nuevas e interacciones sociales muy importantes para ellos; las que les permiten lograr cierta posición social y la aceptación de sus iguales.
¿Cuál es la causa de estas conductas de riesgo de los adolescentes?
Para entender esta realidad es necesario, según la psicología evolutiva, fijarse en las recién estrenadas capacidades cognitivas de los adolescentes, las nuevas competencias intelectuales que les preparan para empezar a razonar sobre sí mismo y sobre la sociedad.
Sin embargo no hay que olvidar que el del adolescente es un cerebro en construcción y por ello estas recién estrenadas capacidades tienen ciertas limitaciones. Estos desajustes se manifiestan en el llamado egocentrismo adolescente.
Qué es el egocentrismo adolescente
Según el psicólogo David Elkin, que acuño por primer vez este término en 1985, se trata del resultado de la incapacidad de los adolescentes para diferenciar entre su recién estrenado poder de reflexionar (el yo que reflexiona) del universo social sobre el que reflexionan.
Ello le lleva a colocarse en el centro de todo el universo y a imaginar que su conducta o apariencia es el centro de atención de todas las personas que le rodean, es decir, el adolescente se crea un público que en realidad no existe, una audiencia imaginaria tal y como llamó Elkind a este fenómeno.
Además, el adolescente cree que sus vivencias son únicas (cree que es la única persona en el mundo que sufre o que siente de determinada manera). Esto le lleva a crear una historia propia, una fábula personal que se repite a sí mismo y a los demás y que asocia a un sentimiento de omnipotencia: creen que ellos son los que más saben de todo.
Es normal que los adolescentes piensen que a ellos no les va a afectar el consumo de tabaco o de alcohol
Este sentimiento de invulnerabilidad tiene mucho que ver con las conductas de riesgo que muchos adolescentes son capaces de asumir sin pestañear. Se trata de un sesgo optimista que les lleva a creer que determinados problemas -sobre todo los relacionados con la salud- sólo afectarán a los demás pero no a ellos.
Es normal que los adolescentes piensen que a ellos no les va a afectar el consumo de tabaco o de alcohol. Es normal que no perciban los riesgos de conducir más allá de la velocidad permitida o de saltar desde las rocas al mar cuando la marea está bajando.
El estigma del adolescente
Todas ellas son situaciones cotidianas que favorecen la aparición de ciertos estereotipos sobre los adolescentes y que contribuyen a etiquetar esta etapa del desarrollo como conflictiva, problemática y convulsa.
Estos comportamientos desconciertan a los padres y muchas veces generan rechazo y distanciamiento entre progenitores e hijos durante esta etapa del desarrollo en la que aunque los padres pasan a un segundo plano como factores socializadores, siguen siendo muy importantes.
Tal vez aceptar este tipo de conductas de riesgo con la misma naturalidad con la que asumimos que nuestro bebé recién nacido llorará o que nuestro hijo de dos años tendrá rabietas, nos sirva para vivir la adolescencia de nuestros hijos con menos resistencia y frustración.
De hecho, no hace mucho tiempo que algunos autores como Silbereisen (1986) han comenzado a hablar de las conductas de riesgo de los adolescentes como una dimensión constructiva y no destructiva, es decir, como un tipo de conducta autorreguladora que en el fondo, si se da durante breves periodos de tiempo, sirven para ayudar a los adolescentes a afrontar los cambios de esta etapa.
Una vertiente de la psicología social explica la necesidad de hablar de la conducta de riesgo de los adolescentes como una oportunidad para el crecimiento personal más que como un problema y alerta de que considerar estas conductas como un peligro o amenaza social conlleva el riesgo de estigmatizar a los adolescentes y etiquetarlos como población peligrosa y contribuye a generar prejuicios negativos hacia ellos.