Es inevitable llevarnos las manos a la cabeza cuando vemos a un grupo de adolescentes participar en alguno de esos peligrosos retos virales como el Rompecráneos, La caza del pijo, el Vacuum challenge, o La ballena azul. ¿Pero cómo pueden ser tan descerebrados?, ¿no se supone que ya son mayorcitos para hacer estas cosas? Según muchos expertos, nos escandalizamos porque no hemos entendido ni una palabra de lo que es en realidad la adolescencia…
“Los adolescentes, mediante estos retos, que se están haciendo virales, están retando a la sociedad adulta de algún modo”, como explica el psicólogo relacional y tutor del grado de Psicología de la UOC, Enric Soler. No es nada nuevo, añade, lo que ocurre es que ahora, las tecnologías, han sacado estos retos del espacio de intimidad de un grupo reducido de adolescentes y los podemos ver todos.
Este rechazo que sentimos muchas veces hacia las conductas de riesgo tan características de los adolescentes, tiene mucho que ver, según Soler, con el hecho de que pocas veces nos planteamos que la adolescencia es, en realidad, un duelo: “es el primer gran duelo -explica el psicólogo, es decir, yo me tengo que despedir, como adolescente, de los privilegios de ser niño, y tengo que empezar a experimentarme en ser adulto. Duelo, viene del latin adolescere, que significa 'crecer' y significa también 'el que adolece', 'el que está en duelo'. Si todos sabemos que el duelo implica unas emociones, como tristeza y rabia, entonces entenderemos cómo este embrión de adulto tiene que experimentar de qué forma va a canalizar su rabia cuando sea adulto. En la adolescencia vamos a fijar el patrón según el cual vamos a elaborar todos los duelos que nos va a deparar la vida. Y ese patrón, es un patrón que la naturaleza nos lo ha puesto como un software ya para que, a partir de ahí, toda la vida sea una consecución de duelos que no son más que entrenamiento, entrenamiento y entrenamiento para el gran duelo, que es el duelo por la pérdida de la existencia, la muerte”.
¿Y qué tiene que ver el duelo por la pérdida del niño que uno era, con el hecho de poner en peligro su propia vida y/o la de los demás? Si buscamos la palabra 'duelo' en el diccionario de la Real Academia, explica Enric Soler, “vemos que está la acepción de 'batirse en duelo', 'retarse'…¡qué curiosidad! Estamos hablando de retos (…) Por ejemplo, el balconing no es nada más que un empezar a ser consciente de que no eres un niño infinito, sino que estás en un proceso emocional y mental que va a sentar las bases de la aceptación de tu propia muerte. Entonces, el adolescente, lo que está haciendo es retar a la muerte saltando desde el balcón de un hotel hasta la piscina y además borracho. Si consigue salir con vida, siente que le ha ganado la partida a la muerte, pero claro, este tipo de retos suponen un riesgo para la propia seguridad”.
Además, añade Soler, el adolescente tiene un reto consigo mismo…”¿me quedo como niño mientras mi cuerpo crece?, ¿o empiezo a mirar hacia los adultos? Pero es que no sé ni cómo se va a quedar mi cuerpo, si se van a marchar los granos de la cara, si me estoy adelgazando demasiado o engordando demasiado…hay demasiados cambios, hay una incertidumbre socioeconómica también muy grande. Es decir, el mundo de los adultos no es nada agradable para un adolescente, por lo tanto, nos encontraremos que tendrán ya cuerpos de adulto, pero comportamientos de niño, porque en un momento experimento el ser niño, en otro momento experimento el ser adulto”.
El sufrimiento del adolescente radica en que se encuentra como en tierra de nadie…no es ni niño, ni adulto, “solo se puede sentir identificado con otros que estén en la misma situación. Por eso, entre ellos, sí que se entienden; entre ellos hay confidencias y complicidad y pueden organizar retos en grupo a la sociedad adulta”.
Enric Soler nos invita a cambiar el lugar desde el que miramos a nuestros adolescentes, porque el duelo no solo afecta al implicado: “es un duelo familiar de primer orden porque es un cambio de ciclo vital familiar, explica, la familia deja de tener ese niño al que te comes a besos, para tener a ese chaval que cuando vuelve de basket le huelen los pies y que encima dice que no a todo y se encierra en su habitación”.
Por ello, Soler nos propone cultivar una mirada mas compasiva y comprensiva hacia quiénes son en realidad estos adolescentes, qué necesitan, y cómo debemos relacionarnos con ellos si realmente queremos acompañarles en este duelo -que también es nuestro- y sembrar las semillas de una relación saludable para todos.
Si solo nos fijamos en las conductas de riesgo, en las malas contestaciones, en la rebeldía y la chulería típica del adolescente, entonces solo estaremos viendo el síntoma, la punta del iceberg. Estaremos generando rechazo y no estaremos abiertos a ver lo que realmente subyace bajo esas conductas. Soler puntualiza que la adolescencia, lejos de ser una etapa de desconexión entre padres e hijos, puede convertirse en una etapa maravillosa para conectar con nuestros hijos adolescentes y fortalecer vínculos.
“Puede ser una etapa realmente fantástica para acompañarles, para estar atentos a de qué forma está afrontando el primer gran duelo de su vida (…) es que si somos capaces de entender que mi hijo está montando la arquitectura de cómo va elaborar todas las perdidas de su vida ¡qué gran momento este! Es un momento muy especial. Por lo tanto, vamos a estar muy atentos, vamos a estar ahí, pero sin traspasar los límites que su persona nos está marcando como futuro adulto. Vamos a estar pendientes, accesibles (…) cuando el adolescente se siente reconocido, respetado y apoyado por sus padres y por su familia, es cuando se siente más seguro dentro de este tsunami hormonal que hay dentro. Muchas veces, un adolescente necesita que su padre o su madre le diga: estoy orgulloso de ti…A lo mejor lo estamos, pero no lo decimos o no les llega…o no se lo estamos transmitiendo bien”.
Soler utiliza la metáfora de "la familia que tiene que abrir la puerta y darle la bienvenida al nuevo adulto, asignándole un rol con unas responsabilidades, pero siempre con un acompañamiento que tendría que haber venido desde pequeño: un acompañamiento de mano tendida, pero al mismo tiempo de una mano firme y contenedora que sepa poner límites y que lo haga siempre desde la autoridad concedida por los hijos, no por imposición del poder".
¡Menuda adolescencia me está dando mi hija! Todo el día estamos con broncas en casa, es insoportable! Que si contesta mal, que si se encierra en su habitación y no sale en todo el día, que si protesta por todo, que si no cumple con sus responsabilidades…
Este tipo de comportamientos y conductas tan habituales en los adolescentes, son -como decíamos- la manzana de la discordia en muchas familias, el principal motivo de conflictos y de malestar en muchas casas.
El problema, explica Soler, es que los padres, muchas veces llevados por la frustración y la rabia que nos generan estos comportamientos, no somos capaces de tener una mirada más amplia de la situación y nos tomamos estas actitudes como algo personal de nuestros hijos hacia nosotros.
Sus años trabajando en cuidados paliativos le ayudaron a ver claramente cómo las personas proyectamos nuestra rabia y malestar emocional siempre contra quienes más queremos, contra quienes más seguros nos sentimos, explica Enric Soler: contra aquellos que sabemos que jamás nos van a abandonar, como nuestros padres.
“En el fondo, inconscientemente, sabemos que los padres es imposible que nos abandonen. Siempre que alguien recibe una proyección de malestar y que dice, ¡qué he hecho yo para merecer esto! Pues yo le digo: lo que has hecho es que su parte inconsciente te ha elegido como la persona más importante de su vida, por lo tanto, desde mi punto de vista como psicólogo, lo que hago es felicitar a esas madres. Felicito a todas las madres que han recibido grandes dosis de malestar de sus hijos porque en realidad lo que están diciéndoles sus hijos es: eres la persona en la que sé que puedo confiar cien por cien, que puede hacerse cargo de lo mal que me siento en este momento”.
Es humano e inevitable que los padres sintamos rabia Y frustración ante esos desplantes…que sintamos ganas de devolvérselos con mayor intensidad en forma de castigos, gritos, reproches…
“Claro, reconoce Soler, yo, a los receptores de ese malestar les pregunto siempre cómo de mal te ha hecho sentir tu hijo de cero a diez. Y dicen: pues un nueve. Y entonces, digo, pues son nueve puntos de malestar que le has quitado a tu hijo, pero ahora tú tienes que decidir qué hacer con ellos: o se los devuelves con intereses -con lo cual vamos a entrar en una escalada simétrica que no va a tener fin- o los sacas fuera de la familia, por ejemplo, hablas con una amiga, con una madre que tenga una situación parecida a la tuya o en una terapia, o lo escribes en un diario y lo dejas ahí plasmado y cuando tenga 40 años le regalas el diario de ‘lo que me hiciste sufrir’…y esto es como que algún día se lo voy a devolver pero cuando él haya madurado y se pueda hacer cargo de eso, pero no en este momento. En este momento, si recibimos ocho puntos de malestar, lo último que debemos hacer es devolverlos a quien nos los está traspasando, porque todavía no ha aprendido a gestionarlos. Nosotros, los adultos sí que deberíamos haber aprendido a gestionarlos y lo que debemos hacer es sacarlos fuera, nunca devolverlos”.
A veces, ese malestar, ni lo devolvemos ni los sacamos fuera, sino que nos lo guardamos dentro, puntualiza Soler. “Lo vamos acumulando aquí dentro como un pedrusco que cada vez se hace más grande y al final te puedes encontrar con madres con fibromialgias, con somatizaciones de todo tipo y resulta que al final, como no lo hemos sabido procesar, lo tenemos que procesar de una forma corporal”.
Al final, todo nos lleva a la constatación de una realidad: vivimos en un analfabetismo emocional que afecta todos los ámbitos de nuestra vida, incluido a cómo nos relacionamos con nuestros hijos adolescentes. ¿Cómo vamos a poder acompañar emocionalmente a nuestros hijos en su duelo, en su camino hacia la adultez, si muchas veces no sabemos gestionar nuestras propias emociones?, se pregunta Soler, ¿si no nos damos ni siquiera permiso para sentir determinadas emociones?
Tal vez, como sociedad, en vez de poner tanto el foco en tratar de evitar a toda costa esos peligrosos retos virales adolescentes que tanto nos escandalizan, debamos enfocarnos, como explica Enric Soler “en dotar a los adultos de recursos para que puedan ayudar a los adolescentes a poderse desarrollar en unos patrones más saludables que estos que estamos viendo”.