Cómo frenar el pánico colectivo en tiempos de coronavirus

Por qué las medidas preventivas para frenar la propagación del coronavirus , en vez de tranquilizarnos nos genera más miedo aún
Qué es el miedo y cómo comprender adecuadamente esta emoción puede ayudarnos a mantener controlado el virus del pánico colectivo
Como madre de dos niñas residentes en la Comunidad de Madrid que soy, se pueden imaginar el bombardeo de wasaps que experimenté a media tarde del lunes, cuando se conoció la noticia del cierre de los colegios.
Los mensajes invadieron cual coronavirus prácticamente todos mis chats (incluso los que nada tienen que ver con niños).
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Después del caos inicial sobre si lo del cierre de los colegios era verdad o fake, mis chats dieron paso a otro desfile de mensajes, esta vez de corte alarmista.
Que si "a ver qué hacemos ahora con los niños en casa", que "qué horror, que una medida tan drástica como esta es señal de que la situación es mucho más crítica de lo que imaginamos"...
Igual soy un poco masoquista. Pero hay algo que me impulsa a leer siempre todos los chats de padres/madres “de pe a pa”. Tengo comprobado que son un filón y que más de una vez han sido una gran fuente de inspiración.
Los chats se llenaban ya de todo tipo de comentarios apocalípticos acompañados de vídeos y fotos ilustrativas con las estanterías de los supermercados vacías
Esta vez fue bastante fácil encontrarla. No me hizo falta demasiada indagación para darme cuenta de que tras una primera fase de preocupación sobre la logística de los próximos días, el sentir general de madres, padres, abuelos, tíos y amigos (con alguna excepción), era el de intranquilidad, alarma social y miedo.
Un alarmismo que todos pudimos comprobar al día siguiente cuando conocimos que a las 10 de la mañana prácticamente todos los supermercados de la capital estaban desabastecidos. La gente, presa del pánico, había acudido en masa a comprar. Los chats se llenaban ya de todo tipo de comentarios apocalípticos acompañados de vídeos y fotos ilustrativas con las estanterías de los supermercados vacías.
Pero entre tanto mensaje alarmista me encontré con esta perla de sabiduría:
“No entiendo este miedo al coronavirus. Hoy deberíamos estar más tranquilos que ayer. La gente debería darse cuenta de que este tipo de medidas como los cierres de los colegios son precisamente señal de que se está respondiendo bien a la crisis, de que se está afrontando la situación como es debido”.
Me paré un rato a releer esas sabias palabras. La frase en cuestión me recordó a esas primeras clases sobre el miedo y la gestión de esa emoción con la experta en Inteligencia Emocional Olga Cañizares.
Lo que creemos sobre el miedo
-“El miedo es mi emoción favorita…porque el miedo es la emoción que nos permite evolucionar, crecer y encontrar soluciones. Cuando termine la clase entenderéis por qué digo esto”, recalcó.
Todos nos quedamos bastante helados al escucharla.
¿Pero acaso no era el miedo una emoción que había que evitar a toda costa? Es la pregunta que me vino a la mente mientras me preparaba para atender su explicación con una mezcla de curiosidad e incredulidad.
El miedo es la emoción que nos permite evolucionar, crecer y encontrar soluciones
Aquella clase quedó grabada a fuego.
El miedo es una de las emociones básicas descritas así por el psicólogo y antropólogo Paul Ekman en los años 70. Es una emoción que llamamos primitiva porque la tenemos todos los seres humanos “de serie” desde que existimos, y porque tiene mucho que ver con nuestra supervivencia.
El miedo, lejos de ser una emoción a evitar, debería ser interpretado como una gran herramienta que nos permite adaptarnos al entorno, nos permite reaccionar ante situaciones que ponen en peligro nuestra seguridad o nuestra vida. Sin miedo, la humanidad se habría extinguido.
Lo que deberíamos aprender sobre el miedo
De modo que, la primera idea que deberíamos tener clara para poder empezar hablar con propiedad del miedo es que esta emoción, por sí misma, no es mala. Más bien todo lo contrario.
El miedo es como la luz de testigo del coche que nos indica que nos estamos quedando sin gasolina. Podemos dejar de mirar esa luz o incluso taparla, pero eso no cambia la situación en absoluto: el depósito seguirá vaciándose si seguimos con el motor en marcha.
De modo que la luz de testigo de la gasolina no tiene nada de malo la pobre. Ella sólo nos está indicando que hay una situación complicada que requiere que tomemos medidas (repostar) para solucionarla. Así que… ¡bienvenida sea esa luz! (por más que nos fastidie tener que ir a una gasolinera).
El miedo tiene su propia luz de testigo que se manifiesta en nuestro cuerpo con esa sensación incómoda de ansiedad
Según la inteligencia emocional, el miedo (la luz de testigo de la gasolina) es una emoción que nos indica que hay una situación “complicada” o de peligro (mi depósito se está vaciando) y cuya función es precisamente avisarnos de que tenemos que buscar soluciones y ejecutarlas si queremos superar esa situación (ir cuanto antes a una gasolinera). Por eso, si escuchamos el miedo como lo que es, una fuente de información, esta emoción nos ayudará a encontrar soluciones y, en cierta medida, a tranquilizarnos. Por eso es la emoción favorita de algunos.
El miedo tiene su propia luz de testigo que se manifiesta en nuestro cuerpo con esa sensación incómoda de ansiedad: fundamentalmente se acelera el pulso y se entrecorta la respiración. Por eso, ante situaciones complicadas, solemos tener la sensación de falta aire (nos agobiamos) y sentimos una energía que nos empuja a hacer cosas. Como nos cuesta interpretar esa sensación incómoda en clave informativa (como si fuera la luz de testigo de la gasolina), lo que hacemos generalmente es dar salida a esa energía con comportamientos descontrolados como arramplar con todo lo que encontramos en el supermercado al son de “tonto el último“ sin preguntarnos si eso es realmente necesario. Sufrimos eso que Daniel Goleman llamó un secuestro emocional.
Lo que estamos viendo en los supermercados de la Comunidad de Madrid no tiene nada que ver con lo que se entiende como una gestión adecuada del miedo. Nuestra corteza prefrontal, la encargada de las funciones cognitivas más elevadas está secuestrada por nuestro cerebro límbico.
Lo único que se ha conseguido aparentemente con el cierre de los colegios es sumir a la población de la capital en una suerte de histeria y pánico colectivo.
La influencia interpersonal, hace que una emoción, una actitud o una conducta se difunda de una persona a otra contagiando a todo el grupo a toda velocidad como si se tratara de un virus
Pero ¿qué esperábamos si nadie nos ha enseñado nada sobre las emociones?
La Psicología social lleva décadas estudiando este tipo de acontecimientos, intentando explicar el cómo y el porqué de la conducta aparentemente irreflexiva de las personas cuando el miedo, experimentado simultáneamente por todos los miembros de una población se convierte en pánico y nos coloca en un nivel arcaico, impulsivo, gregario y primitivo.
La influencia interpersonal hace que una emoción, una actitud o una conducta, se difunda de una persona a otra contagiando a todo el grupo a toda velocidad como si se tratara de un virus.
No es extraño que solo unas pocas personas hayan sido capaces de interpretar esta medida preventiva del cierre de colegios como una buena noticia: una señal de que las autoridades, probablemente con toda la información y el asesoramiento de expertos a su disposición, sintieron cierto miedo ante lo que se avecina si el coronavirus sigue campando a sus anchas.
¡Y eso está fenomenal! Porque el miedo ha cumplido su función (como la luz de testigo de la gasolina) y nos ha llevado a buscar soluciones para tratar de evitar que la situación se complique más aún.
Deberíamos estar mucho más tranquilos que ayer y no contribuir a propagar el otro virus: el del pánico colectivo
O sea, volviendo al ejemplo del coche que se queda sin gasolina, es como si ahora estuviéramos ya rumbo a la gasolinera y no empeñándonos en tapar la luz de testigo de la gasolina o mirando hacia otro lado. Ese sí que sería un verdadero problema.
Por eso, dado que no hay mucho que podamos hacer para evitar la propagación del coronavirus aparte de mantener ciertas medidas de higiene y ser responsables cumpliendo las recomendaciones de los expertos, hoy, como decía ese mensaje/perla de sabiduría que me inspiró, deberíamos estar mucho más tranquilos que ayer y no contribuir a propagar el otro virus: el del pánico colectivo.