Cuando estamos estresados y en vez de descansar trabajamos más: una reacción común al estrés


Muchas personas, cuando están estresadas, tienden a sobrecargarse de tareas en vez de descansar
Explicamos por qué una de las reacciones más habituales al estrés es la hiperactividad
El estrés, que también afecta a nuestra forma de pensar, nos impide ver con claridad y discernir
La hiperactividad es una de las reacciones más comunes al estrés. En esos momentos de agotamiento y desgaste en que sentimos que no podemos más, muchas personas tienden a sobrecargarse de tareas en vez de tomarse un descanso.
Jon Kabat-Zinn, creador del programa de reducción de estrés basado en Mindfulness (MBSR) en la clínica de reducción de estrés de la Universidad de Massachusetts, identificó entre sus cientos de pacientes la hiperactividad y la falta de descanso como una de las reacciones al estrés -o malas adaptaciones al estrés- más habituales.
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Amparo, una publicista de 55 años que trabaja en una agencia de comunicación, sufrió un amago de infarto después de un pico de trabajo que duró varios meses: “Antes del susto, era consciente de que necesitaba descansar, darme un respiro, desconectar, aunque fuera un fin de semana…sin embargo había algo dentro que me impulsaba a hacer más y más cosas a pesar de que mi propio jefe me animaba a descansar. Cuando hacía pausas, daba igual, porque mi cabeza estaba todo el tiempo en el trabajo. Y eso me hacía sentir culpable. Tenía un proyecto que terminar en una fecha concreta, no había prórrogas. Mi marido me mandaba artículos sobre el estrés y me hablaba de la importancia de descansar, pero a mí se me ocurrían mil argumentos para rebatírselo…claro que los argumentos me los tuve que tragar cuando tuve el amago de infarto. Ahí es cuando me pregunté…¿pero cómo he podido estar tan ciega?”.
Estrés malo y estrés bueno: desgaste vs activación
Lo primero que hay entender es que el mecanismo de activación que llamamos el estrés bueno, es una reacción natural del organismo, que se produce cuando nos encontramos ante una dificultad, un reto o una demanda exigente del entorno, por ejemplo, en una situación de exceso de trabajo.
El psicólogo Antonio Cano, presidente de SEAS (Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés) explica que ese estrés, “supone un proceso de activación a nivel mental, corporal y conductual para tratar de atender las demandas del medio. Y una vez que estamos activados, pues claro, pensamos más, recordamos más, y buscamos cómo organizarnos mejor… y tenemos más energía a nivel corporal y mental y tendemos a hacer lógicamente más cosas. Hasta que no hayamos cumplido con los objetivos tenderemos a hacer más cosas”.
El problema es que este sistema de activación que llamamos estrés bueno y que tan útil y efectivo es en algunos momentos en los que sentimos que las circunstancias nos superan, en realidad está diseñado para ser activado durante poco tiempo, ya que tiene un alto coste para nuestra salud.
Eso ocurre porque mientras este sistema -llamémoslo sistema de ‘alarma’- está activado, el sistema nervioso necesita reclutar energía de otras zonas del organismo para mantenerlo operativo. De modo que, durante el tiempo de activación, esas otras zonas del organismo quedarían desatendidas, deterioradas. Si esa activación del sistema de ‘alarma’ dura poco tiempo y enseguida damos al organismo tiempo de descanso para recuperarse de ese pequeño deterioro, no habría mayor problema: de hecho, estaríamos usando este sofisticado sistema de activación, de ‘alarma’, de manera adecuada, funcional, adaptativa.
Si no es el entorno el que demanda...somos nosotros mismos los que muchas veces nos creamos esas exigencias, anticipándonos a posibles fracasos
Pero la realidad es que, generalmente, eso no es lo que ocurre. Lamentablemente esas demandas exigentes del entorno no vienen solo de vez en cuando. El exceso de trabajo, las responsabilidades familiares y las obligaciones de cualquier otro tipo (¡incluso la obligación de cuidarnos para estar menos estresados!) son el modo de vida del ser humano del siglo XXI. Nuestro entorno demandante nos exige estar activados todo el rato. Y si no es el entorno el que demanda...somos nosotros mismos los que muchas veces nos creamos esas exigencias, anticipándonos a posibles fracasos, imaginando que a lo mejor no llegamos a tiempo, que nos despiden del trabajo o que perdemos una buena oportunidad de negocio. Y ahí es cuando se produce el llamado estrés malo. El desgaste ya no es algo puntual, sino permanente. Tener durante demasiado tiempo activado el sistema de ‘alarma’, sin dar nunca al organismo tiempo para reponerse y recuperarse de ese deterioro, produce un desgaste brutal a nivel físico, mental, emocional y conductual.
¿Por qué en este punto de hiperactivación, de desgaste, de estrés absoluto, muchas personas sienten la necesidad de seguir y seguir haciendo cosas en vez de parar y descansar como dice el sentido común? Lo dice el sentido común y los médicos y psicólogos no se cansan de repetirlo…sin embargo, muchas personas, como Amparo, reconocen que no pueden salir de ese bucle de activación, incluso siendo conscientes de que están sobrepasadas; incluso sospechando que algunas de las dolencias, malestares y/o enfermedades que empiezan a aparecer en el cuerpo (problemas digestivos y cardiovasculares, dolores musculares, insomnio…) son consecuencia del estrés (malo).
Algunas personas, de hecho, no paran hasta que es su propio cuerpo el que las obliga a parar. A Amparo su cuerpo le dio el aviso en forma de amago de infarto. En este punto es importante recordar que está aceptado por toda la comunidad científica que el estrés es un desencadenante de eventos coronarios. El estrés es un factor de riesgo, igual que el colesterol, la hipertensión, el tabaco, el sobrepeso, los niveles de azúcar en sangre y la falta de ejercicio físico.
Cuando el estrés nos impide ver con claridad
Después del amago de infarto, Amparo se preguntó a qué se debía esa especie de sinrazón y de ceguera que en esos picos de trabajo le impedían usar el sentido común y ver las consecuencias negativas que podía tener el exceso de trabajo. Se preguntó por qué no atendía a razones y la única salida que veía a su malestar era seguir trabajando.
Amparo no podía ver con claridad porque realmente su cerebro estaba en modo supervivencia. Había llegado a un nivel de activación de este sistema de ‘alarma’ tan elevado, que su cerebro realmente estaba interpretando que su vida corría peligro…sí, exactamente igual que si Amparo estuviera tratando de escapar de un depredador.
Nuestro cerebro es muy sofisticado para muchas cosas, pero muy simple y primitivo para otras. Cuando el cerebro detecta una amenaza, no se pregunta si ese peligro es real (un depredador que ataca) o no (temor ante la posibilidad de no llegar a tiempo con una entrega)…lo cierto es que el sistema nervioso pone ese sistema de ‘alarma’ a funcionar de manera automática exactamente igual; sea la amenaza real o imaginada.
En ese punto, el cuerpo se activa y se prepara para huir o defenderse de esa amenaza: En una situación exigente podemos notar cómo el corazón bombea la sangre fuerte y la frecuencia cardíaca se acelera; cómo respiramos rápido y superficialmente; cómo los músculos se tensionan.
Este es un fenómeno conocido como visión en túnel. El cerebro se centra en la amenaza para facilitarnos la supervivencia
Pero no es solo el cuerpo el que modifica su estado en ese momento de activación máxima. También lo hace la mente. Cuando nos persigue un depredador, cuando nuestra vida corre peligro ¿qué necesidad hay de hacer razonamientos, de ser creativos, de tomar decisiones, de controlar nuestros impulsos? ¡Ninguna! En ese momento, perceptivamente hablando, la única necesidad que tenemos es la de no perder de vista ni por un momento al depredador, a la amenaza…no vaya a ser que nos despistemos y eso suponga que finalmente nos atrape. Este es un fenómeno conocido como visión en túnel. El cerebro se centra en la amenaza para facilitarnos la supervivencia...¡tiene mucho sentido!
Pensemos ahora que esa amenaza no es un depredador sino ‘el miedo a no llegar a todo en el trabajo’… y que llevamos varios meses hiperactivados por este tema, como era el caso de Amparo ¿Qué nos estará mostrando nuestro cerebro en este caso? Solo aquellas cosas que tienen que ver con la amenaza, con el peligro, es decir, ¡con el trabajo! Así lo explica el psicólogo Antonio Cano:
“Cuando estamos estresados, suele haber reacciones de ansiedad, es decir, anticipación de amenazas de posibles resultados negativos (no voy a llegar a tiempo, voy a hacerlo mal, puede que no guste...). Las reacciones de ansiedad llevan a focalizar la atención en las amenazas y a aumentar más la activación cognitiva, fisiológica y conductual. Si ya estamos más activados por el estrés, cuando surge ansiedad, más todavía”.
Es por esto que en esos momentos de muchísimo desgaste (estrés malo) nos resulta imposible razonar y discernir. Ni el sentido común, ni los consejos de médicos y psicólogos valen. No procesamos nada de esa información…lo único que percibimos son aquellos estímulos que tienen que ver con la amenaza y con el peligro, por eso seguimos tan hiperactivados por mucho que nos digan que tenemos que hacer un descanso…estamos como secuestrados por ese sistema de ‘alarma’. Y este bucle no hace más que contribuir a que el estrés (desgaste) continúe aumentando.
¿Qué hacer en estos casos?
Cómo gestionar estas situaciones, cómo reducir el estrés, daría para un artículo entero. Pero sirva de adelanto decir que la gestión del estrés, para un ser humano del siglo XXI, no tiene tanto que ver con hacer desaparecer esas situaciones que nos generan estrés, ni con hacer que esas cosas que nos estresan dejen de afectarnos.
La mayoría de los estresores de nuestro tiempo no van a desaparecer por ‘arte de magia’, no están bajo nuestro control en absoluto. Lo único que podemos controlar es, acaso, cómo nos relacionamos con esos estresores. Aprender y documentarnos sobre qué es el estrés (estrés bueno y estrés malo) y cómo ese desgaste nos afecta en todos los sentidos: cuerpo, mente, emociones y comportamientos, es el primer paso.
Desde ese conocimiento, tal vez sea más fácil comprometernos. Porque parte de la gestión del estrés tiene que ver con crear espacio en nuestra vida para recuperarnos del desgaste, del daño que nos hace tener demasiado estrés. Igual que planificamos reuniones y tareas, deberíamos bloquear tiempo en nuestra agenda para cuidarnos, para descansar, para recuperarnos, para recuperar la energía, para compensar el desgaste que genera el estrés, desactivando de manera consciente e intencionada ese sistema de 'alarma’.
En resumen, muchas veces no están bajo nuestro control las situaciones que nos estresan, pero sí es nuestra responsabilidad buscar y encontrar tiempo para descansar…si te resulta difícil encontrar razones para cuidarte y descansar; si siempre pones el trabajo por delante de tu bienestar, pregúntate si tal vez tu mente no estará ‘secuestrada’ -como le ocurría a Amparo- y te está impidiendo ver con claridad.