Patricia Pólvora, protagonista de una historia de transformación a través del sufrimiento: “El dolor me ayudó a reconectar con el propósito de mi vida”


'Doctor, no voy a rendirme. Cómo me hice amiga de mi enfermedad crónica', es el título del libro en el que la escritoria Ana Basanta narra la lucha de Patricia Pólvora para vencer une enfermedad crónica
Hablamos con la protagonista de esta historia de trasformación que puede servir de inspiración para muchas personas en un momento de crisis global en el que dolor y el sufrimiento están muy presentes
Hemos hablado mucho en los últimos meses de dolor. De cómo la crisis del Covid-19 nos ha obligado a muchos de nosotros a mirarlo de frente por primera vez. De cómo muchísimas personas han sido de repente conscientes de su propia vulnerabilidad ante la muerte y la enfermedad. Hemos hablado de dolor emocional y de duelo por la pérdida de nuestros seres queridos en unas circunstancias terribles que creíamos de otros tiempos, de angustia ente la crisis económica que ya está aquí, de tristeza ante la pérdida del modo de vida que tuvimos y que nunca volverá a ser igual. Hemos hablado mucho también de cómo esos dolores emocionales tienen siempre su eco en nuestros cuerpos, a veces tan intenso que puede llegar a desgarrarnos por dentro.
Por eso, cuando hace unas semanas cayó la historia de Patricia Pólvora en mis manos pensé que tenía que darle un lugar en toda esta tormenta de dolor que nos ha traído el coronavirus. Porque francamente, no creo que haya muchas personas en el mundo con la experiencia que ella tiene con el dolor: una estrecha relación que lleva cultivando cada día de su vida sin excepción desde hace más de 15 años.
Cultivando, sí. Han leído bien. Enseguida entenderán por qué he escogido esa palabra y por qué, aunque el dolor de Patricia Pólvora sea un dolor físico producido por una enfermedad como la artritis reumatoide, su experiencia es fácilmente extensible a otros casos y puede resultar muy inspiradora para todas las personas que padecen cualquier tipo de dolor, físico y emocional.
Mucho más que una historia de superación
La historia de Patricia Pólvora, que pueden leer en su libro Doctor, no voy a rendirme. Cómo me hice amiga de mi enfermedad crónica (Diëresis) es mucho más que una historia de superación personal. Es una historia de transformación a través del dolor. Es la historia de cómo una mujer pasó de vivir secuestrada por un dolor tan fuerte que algunos días le impedía incluso abrir la boca para comer, a vivir una vida plena.
No me refiero a vivir "a pesar del dolor desde la resignación", sino a vivir y a crecer "a través del dolor desde la gratitud"…desde ese saber que sin dolor una no sería la misma, desde ese saber que el dolor fue casi, casi como un regalo que le hizo trasformarse en la mujer que es ahora y que no cambiaría por la de antes ni por todo el oro del mundo.
Vivir la enfermedad en una cultura que tapa el dolor
Pero esa es una manera de ver el dolor que no encaja para nada con nuestra cultura…
“No encaja porque vivimos en una cultura que tapa el dolor todo el tiempo y que quiere que normalicemos la no tolerancia al dolor”, explica Patricia “yo, con el tiempo, desarrollé una metodología para gestionar el dolor, que nunca he sabido como explicarla pero es una combinación entre respiración y concentración mental y lo que hago es como que respiro a través del dolor, no hasta que desaparece, sino hasta que se queda como latente. Es llegar a un punto en el que siento que el dolor forma parte de mí en ese momento y está bien que esté ahí en ese momento…no es que lo quieras eliminar, simplemente necesito convivir con él”
A veces el dolor se multiplica por el efecto resistencia. Si nos ponemos en modo "no quiero que esto duela"…al final duele más.Por eso, para Patricia el único camino posible es el de la aceptación del dolor.
Esta es otra manera de vivir y es igual de buena que la otra o incluso mejor
“Es estar con lo que toca y aceptar que eso está bien”, puntualiza Patricia “porque normalmente decimos: eso está mal, hay que eliminarlo, la primera inercia es sacar este dolor y volver a lo anterior y pensar que lo anterior, cuando no había dolor era lo bueno. De ahí a decir: no es que esta es otra vía, esta es otra manera de vivir y es igual de buena que la otra o incluso mejor… hay que hacer un cambio profundo”.
Pero esa transición de resistirse a sentir dolor -que es lo que nos han enseñado desde pequeños- a aceptarlo, es muy complicada, mucha gente no es capaz de hacerla.
“Es una transición muy larga y requiere mucho sacrificio. En el camino te encuentras con gente que al principio te apoya pero luego se aburren de esperarte y desaparecen, pero también te encuentras con gente que se queda contigo y que no esperabas que estuvieran tan presentes en tu vida”.
Además, el camino de la resistencia a la aceptación está lleno de obstáculos.Incluso cuando uno está ,como ella, en el punto de haber comprendido e integrado que el dolor llegó a su vida para algo bueno, puedes tener momentos de dudas, de inseguridad, de volver a caer en las viejas resistencias…
A veces es más fácil decir ¡dame una pastilla, sácame esto!
“Ahora por ejemplo estoy en fase de perder una mano y para mi es difícil decir ;vale, paso de tener dos manos a tener una. Es un cambio brutal y noto que paso por lo mismo que pasé entonces cuando me diagnosticaron la enfermedad, que es un no acepto y me busco la vida para que no sea así. Después llegas a un momento en que ya hay tolerancia. Pero pasar de la resistencia del momento en que te dan la noticia a estar a gusto con lo que hay… hay un camino muy largo y difícil. A veces es más fácil decir ¡dame una pastilla, sácame esto!”.
La importancia de las personas que te apoyan
Patricia es consciente de que en su largo proceso de transformación tuvo mucho que ver los apoyos que recibió de fuera…
“Llegar a ver el dolor como yo lo veo ahora es un paso gigante pero socialmente es mucho más fácil hacer el cambio en un ambiente en el que se te permite hacerlo, mucho más que un ambiente en el que te dicen que te tomes una pastilla y te levantes.Depende mucho de con quién hables: yo al final he tenido bastante suerte dentro de lo que hay porque rápidamente se me ofreció ayuda psicológica. Si yo hubiera ido a lo mío, enfocada en quitar el dolor y punto, no habría entrado en contacto con personas que te plantean que hay otras maneras de vivir, de sentir, de conectar con sentimientos que no sabías que estaban y con los que llevabas años sin conectar. Eso es un lujo, doloroso pero un lujo…pero no siempre es así. Muchas veces caes en que necesito ese medicamento o ese otro que me quite este dolor… es más fácil caer en eso.”
Al final, el proceso de transformación de Patricia tuvo mucho que ver con darse cuenta de algunas cosas que su vida anterior a la enfermedad no le permitía ver.
“El dolor de la artritis reumatoide a mí me ayudó a reconectar con los sentimientos, con el cuerpo, con el propósito de mi vida. Estuve mucho tiempo pensando por qué vivía yo y cual era el propósito de mi vida y eso creo que es muy necesario en una sociedad que no se plantea mucho eso…Yo pude encontrar mi espiritualidad, mi conexión con el mundo y empezar una vida diferente conviviendo con lo que socialmente se llama una enfermedad”.
Similitudes con la crisis del coronavirus
En mi conversación con Patricia era inevitable que saliera varias la comparación de su crisis personal -provocada en su caso por una enfermedad- con la crisis que estamos viviendo ahora a nivel global con la pandemia. Hablamos de cómo estas situaciones de crisis, que nos sacan a la fuerza del lugar en el que estábamos y nos llevan a otro distinto, deben servirnos para dar un frenazo y romper con las inercias que nos marca una cultura demasiado enfocada en el logro, en el hacer, hacer y hacer y muy poco en el ser.
“No tenemos un sistema que nos facilite esos espacios de reflexión y de conciencia sino más bien al contrario: si te paras estás perdiendo el tiempo…te tienes que poner excusas porque, si no, parece que algo estás haciendo mal. Pero sí es posible hacer el cambio en este contexto, no hace falta irse a Nepal", concluye Patricia.
El cambio pasa, según ella, por hacerse una sencilla pregunta: todo esto que estás haciendo ¿para qué lo haces exactamente? Patricia no pudo hacerse esa pregunta a tiempo…la enfermedad saltó en plena vorágine de trabajo, estrés, viajes y no parar, cuando tenía 29 años y trabajaba en una multinacional…el cuerpo llevaba unos meses mandándole señales de que algo iba mal, pero ella no tenía tiempo de escuchar. Cuando se dio cuenta de que la enfermedad iba en serio ya no había vuelta atrás.
Ahora, Patricia solo espera que su historia sirva de inspiración para otros; para los que ya conviven a diario con el dolor y para los que aún no saben que cualquier momento es bueno para dar un golpe de timón y cambiar el rumbo hacia una vida más consciente y más feliz.