Un mes sin jugar a la videoconsola: por qué los castigos tradicionales no suelen funcionar

Tratamos de responder a la eterna pregunta de si es bueno o malo castigar a nuestros hijos
Los expertos aseguran que mejor que castigos, los niños deben experimentar las consecuencias de sus actos
En una clase de primaria de un colegio de Madrid, hubo un gran revuelo la semana pasada. Pedro (nombre ficticio), un niño de 9 años algo revoltoso, tuvo un comportamiento muy agresivo con otra niña: enfadado por algo que ésta había dicho, le clavó una chincheta en la pierna.
La pierna sangró, la niña gritó de dolor y la tutora, después de sermonear a Pedro, le mandó a hablar con la orientadora del colegio.
Unos días después, supe que la orientadora pidió a Pedro que escribiera una carta a sus padres en la que explicaba lo que había ocurrido y cómo se sentía por ello. El niño, entregó la carta a sus padres, y estos, indignados con el comportamiento de su hijo, le regañaron por lo que había hecho y le impusieron un castigo que consideraron razonable y proporcionado: un mes sin jugar a la videoconsola.
Seguimos castigando
Es curioso porque, el ser humano, lleva décadas investigando y teorizando sobre la escasa o nula efectividad de este tipo de castigos y, sin embargo, por algún motivo seguimos castigando o amenazando con castigos a nuestros niños. Muchos de nosotros incluso a diario.
Está claro que toda esa información -resultado de las investigaciones y reflexiones de grandes expertos en educación- sobre estos temas tan cotidianos y trascendentales, por algún motivo, no nos llega.
Es una manera de corrección que arrastra al niño hacia una espiral de sentimientos de odio, resentimiento, ganas de venganza, de desafío y autocompasión
Uno de los primeros en hablar de las alternativas al castigo fue el psicoterapeuta y experto en crianza, Haim Ginott, pionero de la Educación respetuosa. Lo hizo en su libro más conocido, Entre padres e hijos, publicado por primera vez en 1965. Ha llovido mucho desde entonces -más de medio siglo- sin embargo, muchos consideran que preguntarnos si son apropiados o no los castigos para los niños es una cosa demasiado innovadora... e incluso disruptiva -como llaman ahora los modernos a las ideas rompedoras-.
Ginott, un israelí afincado en Nueva York, además de psicoterapeuta infantil fue maestro de escuela y formador de padres, y pasó gran parte de su vida estudiando la comunicación entre padres e hijos. Sobre el castigo, Ginott aseguraba que es una manera de corrección que arrastra al niño hacia una espiral de sentimientos de odio, resentimiento, ganas de venganza, de desafío y autocompasión. ¿Acaso alguien quiere que sus hijos alberguen ese tipo de sentimientos?
Los malos sentimientos que generan los castigos
Piense por un momento en qué sentía usted cuando sus padres le castigaban de pequeño, y verá como Ginott, algo de razón tenía.
Yo, por lo menos, recuerdo muy bien que sentía el deseo de que me pasara algo muy terrible para que mis padres se arrepintieran de haberme castigado. Otras personas a las que he preguntado me han confesado que sentían odio hacia sus padres, deseos de venganza, o humillación y sentimiento de culpa por haberles decepcionado.
Si se fijan, en todos los casos hay un elemento común: nuestra atención y nuestros pensamientos no estaban en aquello que habíamos hecho mal. Estaban, por el contrario, en el castigo que nos habían impuesto por ello, y esto, en el fondo, nos estaba quitando la oportunidad de reflexionar sobre nuestros actos. Ese mal comportamiento desaparecía de nuestro foco y en su lugar aparecían los deseos de venganza, sentimientos de culpa...
Debemos dejar que el niño experimente las consecuencias de sus actos
Por eso, El doctor Ginott, decía que en vez de castigar a los niños con algo que nada tiene que ver con eso que hicieron mal (en el ejemplo de Pedro sería jugar a la videoconsola durante un mes), debemos dejar que el niño experimente las consecuencias de sus actos.
Por ejemplo, si nuestro hijo, mientras juega en el parque, tira arena en la cara a su amigo varias veces -a pesar de nuestras advertencias- y le castigamos sin tomar un helado de postre ese día, lo único que conseguimos es distraerle. Es decir, le estaremos forzando a mirar hacia otro lado y a poner la atención en el helado (en su frustración por haberse quedado sin él) en vez de en el hecho de haber tirado arena en la cara a su amigo.
Le estaremos quitando la oportunidad de recapacitar sobre la manera de enmendar su mala conducta, le privaremos de experimentar el proceso de enfrentarse internamente a su mal comportamiento.
Qué podemos hace entonces como sustitutivo al castigo
Esta técnica, alternativa al castigo tradicional, requiere en primer lugar de una reflexión por nuestra parte. Lo más sencillo es pensar siempre en cuáles son las consecuencias de su mala conducta y facilitar el escenario para que las experimente por sí mismo.
Sólo hace falta el sentido común para diferenciar entre lo que es un castigo y lo que es una consecuencia natural y lógica de un comportamiento concreto
Volvamos al ejemplo de Pedro. Castigarle sin jugar a la videoconsola durante un mes, difícilmente le va a ayudar a reflexionar sobre su agresividad incontrolable. Tal vez, en ese caso, haya que buscar una solución conjunta con el colegio. Hay que pensar que Pedro, con su comportamiento violento, ha demostrado que no está preparado para la convivencia normal con sus compañeros de clase.
Pedro ha generado desconfianza entre los demás niños y, la consecuencia natural de su agresividad es que no va a poder participar en los trabajos en grupo hasta que demuestre que ha aprendido las normas básicas del trabajo colaborativo.
Qué necesitamos para aplicar todo esto
Aplicando las enseñanzas de Ginott, esa podría ser una opción, aunque puede haber muchas otras. Sólo hace falta el sentido común para diferenciar entre lo que es un castigo y lo que es una consecuencia natural y lógica de un comportamiento concreto.
Como dice el neuropsicólogo y experto en el cerebro del niño, Álvaro Bilbao, al principio, esta manera de educar, parece que requiere un gran esfuerzo por nuestra parte, pero con la práctica, resulta ser más fácil de lo que parece.
En el caso del niño que se portaba mal en el parque, pensemos por un momento: ¿qué tiene que ver el hecho de tirar arena a la cara de su amigo, con un helado? La solución, ahí, tal vez sea simplemente irnos del parque en ese momento, o dejarle sentado en un banco sin jugar un buen rato. Una vez más, la creatividad de un padre puede ser enorme...siempre que su compromiso con que su hijo aprenda, sea también enorme.