El miedo a perder el trabajo ante la segunda oleada de coronavirus: cómo gestionarlo

La Organización Mundial del Trabajo (OIT) anunció hace unos meses que la actual crisis poría hacer aumentar el desempleo en 25 millones de personas en todo el mundo
El miedo a perder el puesto de trabajo no es algo irreal e infundado, pero ¿hasta qué punto es útil vivir secuestrados por esta emoción?
Javier, Cristina, Amaya, Vera, Roberto, Eduardo…son algunos de los compañeros que han coincido en un curso de gestión de estrés especialmente diseñado para periodistas y comunicadores en tiempos de pandemia. A lo largo del curso muchos de ellos han identificado que gran parte de su malestar en los últimos meses, viene provocado por un estresor muy específico: la sobrecarga de tareas y la frustración por no sentirse capaces de poner límites.
“Las cosas están tan mal ahí fuera -explicaba una de las alumna- que me da miedo no dar la talla y que me echen del trabajo; por eso no puedo decir que no a nada. Estoy trabajando muchas más horas que antes y aún así me siento culpable y siento que tengo que estar dando las gracias todo el tiempo por tener un puesto de trabajo cuando en realidad me estoy dejando la piel.”
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Si bien el miedo a perder el trabajo no es algo nuevo que ha traído la pandemia, es cierto que en los últimos meses, esta ha contribuido a que ese miedo se haya extendido tan rápido como a pólvora.
Cuando las cosas no pintan nada bien
Porque, seamos realistas, las cosas ahí fuera no pintan nada bien. En los últimos meses, La Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha estado evaluado las perspectivas del mercado laboral mundial y en su estudio ha estimado una subida del desempleo en 25 millones de personas como consecuencia de la pandemia.
Ese sería el peor de los escenarios para la OIT y tendría un impacto laboral mucho peor al que se produjo en la crisis financiera de 2008, la cual aumentó el desempleo mundial en 22 millones de personas
Por tanto, no estamos hablando de un miedo infundado a perder el puesto de trabajo desde un enfoque pesimista y catastrofista de la situación. Estamos hablando de una visión bastante realista del momento.
Tal vez no nos quede más remedio que poner todos nuestros esfuerzos en la dimensión más decisiva: la personal
También hemos visto por parte de algunos gobiernos y administraciones todo tipo de esfuerzos para dinamizar las economías, reactivar el empleo para que no se produzca la sangría de despidos que augura la OIT….Todos estos planes pueden ser muy positivos, pero ¿acaso tenemos nosotros algún control sobre esas iniciativas? Lo cierto es que la mayoría de nosotros, no tenemos nada o casi nada de control sobre eso…de modo que, si realmente queremos hacer algo para gestionar ese miedo a perder nuestro trabajo, no tiene mucho sentido dejarlo todo en manos de lo que hagan o decidan los gobiernos y las administraciones…tal vez no nos quede más remedio que poner todos nuestros esfuerzos en la dimensión más decisiva: la personal.
El panorama laboral no es el mejor en este momento. Quizás el primer paso para gestionar este miedo -tan extendido- a la posibilidad de perder nuestro puesto de trabajo, sea el de darnos permiso para que las cosas que pasan a nuestro alrededor, nos afecten. Sí, porque muchas veces es ese empeño nuestro en no dejarnos doblegar, ese “tienes que ser fuerte”, lo que más sufrimiento nos causa. Asumir que somos vulnerables y sentir que tenemos derecho a estar algo preocupados ante la compleja situación del mercado laboral en estos tiempos de pandemia, puede ser un buen punto de partida para empezar a gestionar ese miedo desde otro lugar: desde la aceptación y la auto-compasión (que no es lo mismo que la pena por uno mismo) en vez de desde la frustración y la ansiedad. Porque estas son, a fin de cuentas, dos potentes detonantes del estrés.
Qué es el estrés y porqué afecta a nuestra manera de pensar
El estrés es el desgaste que se produce en nuestro organismo cuando vivimos durante demasiado tiempo en modo alerta, en modo supervivencia. Todos los animales, incluidos los seres humanos, nacemos con ese mecanismo que se activa en determinados momentos y que básicamente nos facilita la huida o la lucha cuando hay una amenaza para nuestra vida.
Es importante decir en este punto que, además de todos los cambios que se producen a nivel fisiológico en nuestro organismo cuando estamos en modo alerta, a nivel cognitivo, en el momento en que ese sistema de supervivencia está funcionando, nuestro cerebro está demasiado enfocado en salvar nuestra vida y no tiene capacidad para activar sus funciones ejecutivas superiores: las que tienen que ver con el razonamiento, la planificación, la toma de decisiones, la organización, la creatividad, etc.
En el caso de los humanos, nuestro cerebro activa ese sistema de huida o lucha en el momento en que percibe que ahí fuera hay una amenaza. Pero ¿de qué tipo de amenaza hablamos? Ahí está la clave: porque nuestro cerebro -tan evolucionado en muchos aspectos- es, sin embargo, incapaz de distinguir entre una amenaza real y una amenaza imaginada o pensada.
Por lo tanto, cuando pasamos gran parte de nuestros días rumiando y dándole vueltas y vueltas en la cabeza a ese miedo a perder el trabajo, lo que estamos haciendo en realidad es mantener “viva” durante mucho tiempo esa sensación de amenaza: es decir, nuestro cerebro percibe todo el tiempo que nuestra vida está en peligro y es incapaz de desactivar ese sistema de alarma.
El miedo a perder el trabajo nutre más y más ese mismo miedo y así entramos en un bucle de narrativa mental que se retroalimenta
A nivel cognitivo entramos en modo visión túnel: nuestro sistema de atención sólo percibe la amenaza y todo aquello que tenga que ver con la amenaza (esto forma parte del proceso de ponernos a salvo). De modo que el miedo a perder el trabajo nutre más y más ese mismo miedo y así entramos en un bucle de narrativa mental que se retroalimenta y del que es difícil salir, ya que afecta a nuestra manera de percibir el mundo y de pensar sobre él.
Con este estado mental, muy similar al bloqueo, es imposible hacer un ejercicio de reflexión, de toma de conciencia, de valorar posibles soluciones, de ser creativos y constructivos con nuestra preocupación (razonable) por perder el trabajo.
Pero la realidad es que ¡todo eso se puede hacer! es decir, se puede transformar el miedo negativista (que bloquea y destruye) en un miedo que construye y que aporta un enfoque estratégico y más saludable para nosotros…
Lo que ocurre es que para hacer ese cambio es necesario salir de ese bucle de pensamientos negativos del que ni siquiera somos conscientes. Es necesario desactivar ese sistema de alerta que nos hace vivir en modo supervivencia, pensar solo en los problemas y no nos deja ver las posibles soluciones.
La clave: aprender a calmar el sistema nervioso
¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo calmamos nuestro sistema nervioso para que nuestro cerebro empiece a ver posibilidades donde antes solo veía obstáculo? Porque a estas alturas…¡nos habremos convertido ya en expertos en darnos más y más razones para justificar ese miedo destructivo!
Parece que la estrategia cognitiva, es decir hacer ese cambio desde la mente, cambiando la manera de pensar, es complicado (no imposible) ya que, como explicaba antes, esta está en modo visión túnel…el sistema de atención está sintonizado para fijarse solo en la amenaza.
Utilizando el cuerpo para calmar la mente
Por suerte el mecanismo del estrés tiene su contrario, es decir: nuestro sistema nervioso también tiene un mecanismo que nos facilita la recuperación del equilibrio cuando desaparece la amenaza. El sistema simpático es el que activa el modo huida o lucha y el parasimpático el que activa la vuelta a la calma, llevando lentamente a nuestro organismo hasta un estado de equilibrio desacelerando el ritmo cardíaco, y facilitando una respiración más lenta y profunda. La buena noticia es que ambos sistemas son incompatibles, es decir, si está activado uno, el otro está desactivado necesariamente.
Por lo tanto, cuando notamos que estamos con el sistema de alerta activado (pulso acelerado, respiración superficial y corta, sensación de ansiedad y dolor en el abdomen) podemos desactivarlo haciendo intencionadamente lo que haría nuestro organismo de manera espontánea para recuperar el equilibrio cuando la amenaza hubiera desaparecido: respirar de manera lente y profunda.
No es por nada que la meditación y las técnicas de relajación empiezan siempre con la regulación de la respiración. Cuando respiramos de manera lenta y profunda nuestro cerebro interpreta que estamos en calma y desactiva el mecanismo de huida y lucha: el sistema de atención deja de estar orientado hacia la amenaza. Nuestras funciones cognitivas superiores se desbloquean, empezamos a ver luz detrás de la grieta, empezamos a ver posibilidades donde antes solo veíamos problemas y nuestra creatividad aumenta…ahora sí estamos preparados para hacernos algunas preguntas sobre ese miedo a perder el trabajo:
- ¿Qué posibilidades reales hay de que me despidan? En caso de que lo hicieran ¿sería temporal o definitivo?
- ¿Qué es lo peor que podría pasar si me despiden?
- ¿Seguiré siendo necesario cuando acabe la crisis del coronavirus?
- ¿Cómo es de probable es que nunca nadie me vuelva a contratar de nuevo?
- Esto que estoy sintiendo ¿Es un miedo a no volver a tener trabajo nunca más o más bien incomodidad por la incertidumbre?
- ¿Es natural sentir cierta incertidumbre ante esta situación?
- Obsesionarme con la preocupación por perder mi puesto trabajo ¿Me ayuda en algo ahora mismo?
Son solo algunos ejemplos de preguntas que pueden ayudarnos a gestionar ese miedo a perder el trabajo: pero es importante cuidar el estado mental desde el que te las haces. Si lo haces desde el modo alerta o supervivencia, tu cerebro solo encontrará respuestas que justifiquen ese miedo y solo te darás más y más razones para seguir alimentándolo.
Solo si lo haces desde un estado mental de calma y equilibrio, podrás llegar a respuestas más creativas, que te permitan ver posibilidades donde antes solo veías obstáculos y problemas.