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La profecía autocumplida: cómo puede marcar nuestra biografía desde niños

  • Explicamos qué es el fenómeno de la profecía autocumplida y cómo los padres muchas veces contribuimos a crearlo sin darnos cuenta

  • Las creencias que un niño tiene sobre él mismo pueden condicionar su biografía

  • Cómo podemos evitar que nuestros hijos caigan en la espiral de la profecía autocumplida

¿Somos quienes somos o quienes nos han hecho creer que somos? Esta es una de las eternas preguntas que se llevan haciendo los psicólogos desde hace décadas. El debate biología-ambiente sigue abierto. ¿El ser humano nace como es y no puede cambiar o es el ambiente quien lo hace ser de una determinada manera? Aunque el estudio de las influencias biológicas y ambientales sobre la inteligencia y la personalidad es muy antiguo y ha llevado a posiciones enfrentadas, hoy día está bastante aceptado por toda la comunidad científica que los rasgos psicológicos son el resultado de la influencia de los dos grandes factores causales: la biología y el ambiente.

Y esta idea es especialmente interesante cuando hablamos de crianza y educación. ¿Hasta qué punto los padres podemos influir en la personalidad e inteligencia de nuestros hijos? Si nuestro hijo es muy responsable con sus estudios, por ejemplo, muy disciplinado a la hora de ponerse a estudiar y de cumplir con sus responsabilidades y resulta que nosotros éramos igual de pequeños, ¿a qué se debe que nuestro hijo sea así?, ¿a los genes? o ¿a los valores que le hemos ido inculcando de manera inconsciente y natural desde que eran bebés? Es muy difícil saber la causa, de hecho, los estudios sobre genética de la conducta hechos con familia presentan esa complicación; es difícil distinguir qué es influencia de la genética y qué del ambiente, ya que las familias comparten herencia genética y entorno. Por eso, normalmente estos estudios se deben comparar con los resultados de los estudios hechos con gemelos separados al nacer e investigaciones de casos de adopciones.

Qué es la profecía autocumplida

Tal vez lo difícil sea determinar con precisión en qué medida exacta influye el ambiente en la personalidad e inteligencia de nuestros hijos, pero lo que está claro es que influye. Por eso, como padres y educadores debemos poner extrema atención a qué ambiente estamos creando para nuestros hijos: y esto no sólo es aplicable a lo visible, también a lo invisible, es decir, a todo lo que nuestros hijos perciben detrás de cada interacción.

Es en este contexto en el que podemos hablar del fenómeno de la profecía autocumplida. Veámoslo con un ejemplo, un caso real:

Después de cerrar la puerta de la habitación de su hija, Marta, una mujer de 42 años, se acercó a la pequeña de 7 años y le dijo:

-“Ana, No me explico por qué no eres capaz de mantener tu habitación ordenada ni un par de horas”.

Ana, sin dudar ni un momento, sin cambiar la expresión de su cara, contestó a su madre:

- “Porque soy un desastre mamá”.

Marta se quedó petrificada en medio del pasillo. El tiempo se paró de repente para ella. Por su cabeza pasaron a cámara lenta las muchas veces que le había repetido a su hija esa misma frase: “Qué desastre eres, Ana”. Marta se lo había dicho a su hija desde que era muy pequeña, desde los 2 o 3 años aproximadamente y por múltiples y variados motivos: cuando derramaba el agua en la mesa, cuando no tiraba de la cadena después de ir al baño, cuando metía en la bañera juguetes que se podían estropear, cuando entraba en casa con los zapatos llenos de barro… Marta se dio cuenta de que muchas veces se lo decía incluso por inercia, por automatismo, sin creerlo de verdad. Se había convertido en una especie de coletilla que repetía a su hija cuando hacía…¡cosas de niña!

Creían que diciéndole una y otra vez a su hija que era un desastre iban a conseguir que ella se motivara para no serlo

Marta recordó una conversación que tuvo unas semanas atrás con la profesora de Ana. Esta, en una tutoría rutinaria, le comentó que le llamaba la atención que últimamente era un poco vaga con sus trabajos de clase. Lo hacía todo muy rápido y cuando le proponía repasarlo y hacerlo con un poco más de cariño, Ana contestaba siempre que no sabía hacerlo mejor...“¡Ay Dios mio!, creo que esto no es cuestión de vaguería como cree la tutora”-pensó Marta mientras sentía un puñetazo en el estómago.

Por la noche Marta habló con su marido. Él también pudo reconocer fácilmente el enorme error que llevaban cometiendo varios años. Creían que diciéndole una y otra vez a su hija que era un desastre iban a conseguir que ella se motivara para no serlo. Y, lo que habían conseguido, es que se lo creyera hasta el punto de aceptarlo como una verdad absoluta.

Efectivamente, Ana se lo había creído. Y, como era un desastre…¿qué sentido tenía para ella recoger la habitación? ¡si lo que hacen las personas desastre es precisamente no recoger su habitación! Ana, aprendió a escuchar esas reprimendas de sus padres no como avisos para que reaccionara y recogiera su habitación, sino como ocasiones para ver cumplidas sus auto-profecías.

Las profecías autocumplidas y la biografía de las personas

El peligro de estas profecías es que si no se corrigen y extirpan a tiempo, se irán desplegando y cumpliendo a lo largo de la vida en otros ámbitos, como el colegio, las amistades o el trabajo, lo cual solo servirá para fortalecer más y más estas creencias.

¿Qué pensará Ana dentro de unos años cuando le salga mal un examen en el colegio? “Claro, no me extraña que haya suspendido…es que soy un desastre, ¡si ya me lo lleva diciendo mi madre desde que soy bien pequeña! Y es probable que esta actitud lleve a Ana a ni siquiera esforzarse por cambiarlo, por estudiar más: igual que no se molestaba en recoger su habitación o en terminar los dibujos de cole. “Total…¿para qué? Si yo soy así” -pensaría. Las creencias son tan poderosas que puedan llegar a invertir el futuro de una persona.

Julia, una mujer de 32 años que había sido madre recientemente me contó en un proceso de coaching que sentía una gran contradicción interna cuando le salía el impulso de ser tierna, delicada y cariñosa con su bebé…en esos momentos sentía como si estuviera dejando de ser ella misma.

Las creencias vertidas sobre ella, se fueron consolidando hasta el punto de forjar su personalidad y su biografía

Después de reflexionar sobre sus creencias sobre ella misma (estas son las que alimentan las profecías autocumplidas) pudo reconocer que durante toda su vida había creído que era arisca, fría, borde y poco cariñosa. Pudo reconocer los mensajes que recibió de sus padres desde muy pequeña y cómo a lo largo de su adolescencia y juventud fue buscando esos ambientes en los que poder poner en práctica esa manera suya de ser tan borde.

Durante toda su vida, Julia se había auto-prohibido el acceso a ambientes en los que reinaba la amabilidad y el cariño. No es que lo rechazara conscientemente, es que ni siquiera se daba la oportunidad de entrar en contacto con esos ambiente: “Yo no encajo porque soy arisca y fría…ya me lo decían mis padres” -pensaba.

El caso de Julia ilustra muy bien cómo las profecías autocumplidas, es decir, las creencias vertidas sobre ella, se fueron consolidando hasta el punto de forjar su personalidad y su biografía.

Cómo evitar las creencias falsas sobre un mismo

Los padres tenemos una gran responsabilidad en las creencias que nuestros hijos se formen sobre ellos mismos. Una vez que se han consolidado estas creencias es muy difícil cambiarlas porque, como explicaba más arriba, ese fenómeno de la profecía autocumplida nos va dotando de más y más razones, actúa como aliado para afianzar esas creencias y convertirlas finalmente en “quiénes somos”.

En este sentido, es necesario decir que las creencias que los niños se forjan sobre ellos mismos, animados por lo que sus padres proyectan en ellos, también pueden referirse a alguna cualidad buena. Pero eso no significa que esa creencia vaya a ser beneficiosa para ese niño en un futuro. Por ejemplo: si decimos a nuestro hijo que es muy inteligente porque saca buenas notas…¿acaso eso le convierte en inteligente? No tiene por qué. Quizás lo que le pasa a ese niño es que es muy disciplinado y estudia mucho, pero eso no significa que tenga un CI superior a la media. Entonces, este niño puede que se pase la vida estudiando sin parar hasta el punto de dejar de lado otras facetas de su vida (amistades, familia) motivado por la presión de poder cumplir con su auto-profecía. Y así, uno puede dejar de hacer las cosas que le hacen feliz o le hacen sentir bien solo por intentar ser quien cree que es.

Una cosa es guiar y acompañar a nuestros hijos en su desarrollo respetando quiénes son, su esencia; otra muy distinta es moldearlos a nuestro gusto

Por tanto, lo que nos dice el sentido común es que las creencias sobre ellos mismos que debemos tratar de inculcar a nuestros hijos deben ser, ante todo realistas. Para poder hacerlo debemos prestar mucha atención a quienes son ellos auténticamente y aceptarlos tal y como son, dejando de lado nuestras expectativas, es decir, quienes nos gustaría que fueran. Una cosa es guiar y acompañar a nuestros hijos en su desarrollo respetando quiénes son, su esencia; otra muy distinta es moldearlos a nuestro gusto.

En coaching educativo hablamos mucho del efecto que causa en nuestros hijos el hecho de que les hablamos de 'lo que hacen', en vez de 'quiénes son'. Muchas veces contribuimos de manera inconsciente a que se formen esas creencias cuando, por ejemplo, en vez de decirles: "vaya, veo que no has ordenado tu habitación", les decimos: "eres un desordenado".

En el primer caso les hablamos de lo que hacen, de sus actos, en el segundo caso les hablamos de su identidad, de quiénes son. Los actos son fácilmente sustituibles y por tanto mejorables, sin embargo, la identidad nos conecta rápidamente con nuestra esencia, con algo inmutable, imposible de cambiar. Cuidado con lo que hacemos creer a nuestros hijos que son porque, cuando uno cree que es de una determinada forma, pasará la vida buscando la manera de poder expresarlo, de poder ver cumplida su propia profecía.