Diario de un paseante: el adictivo misterio de la cara embozada


Las mascarillas nos han convertido en intérpretes de una realidad robada, eligiendo en nuestro banco de imágenes rostros sustitutos
La pandemia ha trocado las caras en un misterio indescifrable. Pasear por las calles es una labor detectivesca consistente en averiguar o imaginar posibles rostros, bellezas ocultas, fealdades disimuladas, esbozos de bocas que nunca descubriremos.
Esperamos recuperar tras esta época infausta la salud, el trabajo, los viajes, los amigos y los bares, pero también el tesoro redescubierto de las caras en plenitud, ahítas de ese embozo que nos hurta la sonrisa y la mueca.
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La calle se ha convertido en perfecto escenario para la averiguación, para el indagador de rostros que prefigura un semblante apenas con los ojos, la única pista posible, un indicio engañoso que anuncia caras bellas donde no hay más que bocas feas y al revés.
Los ojos, mutados en único órgano de comunicación, suplantan a la boca, a las palabras invisibles tras la máscara, y cada cual debe imaginar si aquella mirada es de amistad o recelo, si aquellas palabras son de ironía o de hastío.
Esa forzada función de la vista ha conseguido dar mayor variedad a la calle. Los pasos del caminante se acompasan con los engranajes de la imaginación, puestos a toda máquina, en busca de historias posibles tras unos ojos tristes o encendidos.
Lo hurtado al resto de los sentidos debe descubrirse solo con la vista, que ahora es observada por otras vistas en una labor simétrica, y por los cerebros que completan esos retazos echando mano de la memoria y la imaginación.
Igual que los retratos de espalda o perfil, que aventuran semblantes completos, nosotros somos los intérpretes de una realidad robada, eligiendo en nuestro banco de imágenes perfiles sustitutos, rostros vicarios.
Con el tiempo esta afición se torna en deporte adictivo; uno imagina una personalidad tras la máscara y al retirar ésta descubre otra. Otras el paseante desea que el embozo permanezca, porque le desagrada lo revelado. No es una decepción con la realidad, sino con la imaginación, una torpeza de nuestras facultades platónicas.
En ocasiones el descubrimiento supera a las expectativas, si bien ese nuevo revés no es amargo, pues nos congratula con la inmensa variedad de la vida, todavía capaz de sorprendernos con nuevas combinaciones de ojos y bocas que ni en sueños habíamos atisbado. Personalidades infinitas, al fin y al cabo.
Recuperaremos la salud, Dios lo quiera, los amigos, los trabajos y los días, pero perderemos la fascinación creadora del pintor de retratos que solo tiene la boca como modelo.