El doble aislamiento de un niño sordociego: cuando solo el aire de la ventana te conecta con el mundo

José no puede ver ni escuchar. Su día a día se ha complicado tras la crisis del coronavirus
El colegio especial en el que estudia cerró el 10 de marzo. Allí también recibía sus terapias
El pequeño no sale a la calle. Su padre tiene miedo a que se contagie
José León coge en brazos a su hijo de diez años y le asoma por la ventana. El niño siente el viento en la cara y se tranquiliza. Durante unos segundos, sonríe. Se encuentra bien. Necesita el aire y el sol pero hace casi un mes que no puede agarrarse a eso, a algo tan esencial para él. Y así permanecen los dos un rato, hasta que las fuerzas del padre dicen basta. Han sido unos minutos escasos pero suficientes para que el pequeño se sintiera sereno. El aire ha golpeado su rostro y ha recuperado una sensación que tenía casi olvidada. Porque el viento sobre su cuerpo es una de las pocas formas que José tiene de sentir el mundo. Es sordociego. Y tras su breve visita a la ventana, sonríe. Su padre llora de emoción.
El confinamiento en este apartamento de Leganés de 60 metros cuadrados y sin terraza no es fácil. José no puede ver, ni escuchar. Tampoco hablar. Por eso su manera de comunicarse con los demás es muy limitada. Necesita caricias, besos, cosquillas… Tocar y que le toquen. Un contacto físico que cotiza a la baja en estos tiempos del coronavirus.

Cómo se le explica lo que está ocurriendo
“Cuando se decretó el estado de alarma el día a día de José cambió radicalmente”, nos cuenta su padre. “Dejó de ir al colegio, que tanto le gustaba. Dejó de estar con su adorada profesora Cristina, la que le lleva desde hace cinco años. Y dejó de salir a la calle. Para cualquier niño eso es difícil de entender, pero para él, todavía más. No hemos podido explicarle con palabras qué es lo que pasa. Pero él ya se ha dado cuenta de qué algo está ocurriendo. No sé cómo, pero lo nota”.
Está desaprendiendo lo aprendido. No está recibiendo las terapias que necesita
El colegio de la ONCE, el Centro de Recursos Educativos Antonio Vicente Mosquete, tuvo que cerrar el 10 de marzo. Desde ese día todos los alumnos, niños y niñas con necesidades educativas especiales, están si su referente principal. También José. “Yo intento que mantenga las rutinas porque para una persona sordociega son básicas. Se levanta, desayuna, descansa, después trabaja como si estuviese en el cole, come, juega, la merienda, el baño y a la cama. Tiene que tener siempre ese mismo ritmo, porque no es consciente del tiempo. Sin el cole, todo se hace mucho más difícil, sin contar con que puede desaprender lo aprendido hasta ahora porque no está recibiendo las terapias que necesita”, asegura su padre.
Sin salir desde hace un mes
José vive con su hijo y con las mellizas Ana y Sara, una semana sí, una no. Tiene la custodia compartida. Cuando estalló la crisis del coronavirus sus hijos estaban con él. Poco después, el padre de su ex mujer ingresó en el hospital por el COVID-19. A las pocas horas murió. Ella ha tenido que estar aislada en cuarentena, por eso José lleva con los tres niños desde hace más de un mes.

“Tengo mucho miedo a que mi hijo se contagie. Siento terror cuando lo pienso. Él no puede estar en aislamiento, nos necesita a su lado. A mí o a su madre. No dejará que le pongan guantes o mascarilla. Este virus es una condena para los sordociegos. No te permite el contacto físico, pero el lenguaje para ellos es a través del tacto. Lo necesitan”.
Ese temor a que José se infecte del coronavirus hace que vivan en una burbuja. Han decidido no pisar la calle en ningún momento para minimizar el riesgo todo lo posible. “Podríamos salir, legalmente podemos hacerlo, pero no queremos. Tendría que hacerlo también con las mellizas, que tienen tres años. Y no me atrevo. Podrían tocar algo y prefiero evitarlo”.
La casa de los besos y de los abrazos
Para ir matando el tiempo en esta casa resuenan los besos y los abrazos. “A él le encantan, es la única forma que tiene de saber que estamos aquí. Le acariciamos y le besamos todo el rato. Se está portando muy bien, es como si hubiese aceptado la situación, que algo pasa y esto es lo que hay. Solo ha tenido un momento de crisis. Lloraba y lloraba sin parar. Llamé a su profesora, ella me dijo que le abrazara, que le abrazara mucho. Es lo que hice. Yo me calmé y él también”.
El pequeño José ha pasado 50 veces por quirófano, es todo un superviviente. “Es una persona muy buena. La bondad que tiene la ve todo el mundo. Y también destacaría su valentía. No tiene miedo. Siempre avanza”, cuenta con emoción y orgullo su padre. “Se golpea, se cae, pero se vuelve a levantar y sigue con la vida”.
Es lo que esta familia está haciendo con la crisis del COVID-19. Sobreponerse a todo. “Estos días José se ha acostumbrado a estar en su sofá más tiempo del habitual. Yo lo que hago es mover el sillón para que le dé el sol en la cara. O abro la ventana para que haga corriente y sienta el viento en la cara”. Su manera de comunicarse con el mundo a pesar del coronavirus.