Eduardo Infante, el profesor que creó los 'filorretos': "Sócrates estaría hoy lanzando preguntas en redes sociales"


El docente ha trasladado el método socrático de sus clases a Twitter, donde plantea en sus 'filoretos' cuestiones cotidianas para debatir
Eduardo Infante (Huelva, 1977) es profesor de Filosofía en un instituto de Gijón. En sus clases utiliza el método socrático para abordar junto a sus alumnos los problemas que la propia actualidad presenta y a partir de ahí examinarla con preguntas. Un método que ha llevado a su cuenta de Twitter en el que plantea 'filoretos' a sus seguidores sobre cuestiones del día a día.
Ha escrito además un libro, 'Filosofía en la calle' (Ariel) en el que también conecta filosofía y vida, planteando varias alternativas a una cuestión concreta, en el que es el lector el que tiene que tomar partido.
Pregunta. ¿Por qué es importante que los adolescentes estudien filosofía?
Respuesta. La Filosofía nació justamente al mismo tiempo que nació la Democracia. La Filosofía es el ejercicio del ciudadano, la gimnasia del ciudadano. Si queremos ciudadanos competentes, necesitamos formarlos. Nadie nace con las capacidades que un buen ciudadano necesita. Nadie nace de manera natural juzgando, discerniendo, llegando al consenso. Todo eso se aprende a través del ejercicio que es la Filosofía.
P. Sin embargo, la Filosofía es una de las asignaturas más castigadas del currículum. Un día sí y otro también se plantea reducir su presencia en ellos. ¿No entienden los políticos la importancia que tiene?
R. Yo creo que sí que la entienden, es justo lo contrario. Como decía Hannah Arendt: "No hay pensamientos peligrosos; el pensamiento es peligroso". Es decir, a los políticos les interesa generar una población que sea competente a la hora de fabricar una mercancía pero que sea profundamente incompetente a la hora de deliberar cuál es el bien común, que sea fácilmente manipulable.
P. ¿Cómo enseña usted Filosofía en sus clases?
R. Utilizo el método socrático, de examinar, como decía Sócrates, la vida, cuestionarla y buscar juntos el bien común. Parto de los problemas que la propia actualidad, la propia vida nos está planteando a todos y, a partir de ahí, vamos examinando con preguntas. Aplicamos también el pensamiento en los textos de los grandes autores para intentar resolver esos problemas. Es un poco partir de la realidad, de la vida de mis alumnos, y entender que la Filosofía es eso, un examen de la vida. Como decía Sócrates, una vida que no se examina es una vida que no merece la pena ser vivida.
P. Y qué es más fácil: ¿hacerse preguntas o contestarlas?
R. Es muy difícil hacer buenas preguntas, porque, además, esas preguntas tienen que empezar por cuestionarse a uno mismo. La Filosofía es más un amor a la pregunta que a la respuesta. El amor a la respuesta es dogmatismo y esa es justo la actitud contraria al filósofo. El filósofo tiene que utilizar preguntas para derribar. Preguntas que son como armas. ¿Y qué derriba? Prejuicios, dogmas, obviedades que aceptamos como ciertas sin ningún tipo de evidencias. En un mundo como el de hoy, en el que campa a sus anchas los relatos, la mentira, las fake news, determinados pensamientos fascistas o populistas, es fundamental el hacerse preguntas para derribar ese tipo de mensajes. Es una defensa de la Democracia y un antídoto contra la estupidez.
P. ¿De qué manera pueden conectase los problemas que se plantean los jóvenes con lo que decían los filósofos de hace cientos de años?
R. Los problemas son problemas universales. Hubo un acontecimiento que a mí me cambió radicalemente mi manera de dar clases. Yo era un joven profesor de Filosofía en un instituto de Sevilla y me encontraba explicando la metafísica de Aristóteles. Todos mis alumnos tenían el libro de texto abierto y atendían con muchísimo respeto. Yo era uno de esos profesores que confundía el respeto con el interés. Pero había una chica al fondo de la clase que se distraía mirando por la ventana y me iba poniendo cada vez más nervioso. Entonces, me acerqué a ella y, con esa ironía propia de los profesores, le dije qué era eso tan interesante que había al otro lado de la ventana, si era más interesante que el examen que tendríamos la semana siguiente. Y la chica me respondió con dos palabras que fueron como una auténtica bomba, que lo arrasó todo a su paso: me dijo que lo que se encontraba al otro lado de la ventana era la vida. Eso a mí me destrozó porque esa chica con esas dos palabras me hizo ver que había convertido mi aula en una caverna. Y Filosofía y vida no pueden estar desconectadas. Así que al día siguiente, cerramos los libros de texto y salimos a la calle, a un parque que había al lado del instituto, me senté junto a ellos y les pregunté qué eran los problemas que les inquietaba y querían resolver. Y, de repente, surgieron problemas como el amor, la existencia de Dios, la muerte, el arte, la belleza, la mentira… y me di cuenta que eran problemas universales que han sido tratados a fondo por multitud de filósofos y filósofas. Desde entonces parto de un problema que ellos tienen y desde ahí vamos viendo las diferentes perspectivas y soluciones, pensamientos que se han ido dando.
P. ¿Con qué filósofos conectan más los jóvenes?
R. Hoy precisamente estábamos discutiendo en clase del tema del placer: si ese placer o no debe ser el fin último de la vida de un ser humano, si el placer es bueno o es malo. Iba poniéndoles diferentes perspectivas y hay un filósofo que les encanta, que les apasiona, es Aristipo de Cirene, que es un hedonista, que defiende básicamente que no hay nada más maravilloso que el placer presente, que es absurdo sacrificar el placer presente por un futuro que es incierto. Según Aristipo, hay mucha hipocresía en la vida y no hay ningún placer malo; lo único malo es establecer una relación de dependencia con el placer. Este tipo de pensamiento les encanta. También es propio de la edad que están viviendo. Muestra lo que ellos ahora mismo están echando en falta. Ellos sienten que ahora mismo lo que deberían estar viviendo es disfrutar de su cuerpo y de la vida, pero la situación de pandemia les obliga a alejarse y a no celebrar la vida y eso les causa ansiedad y dolor.
P. ¿Cree que los adolescentes están dispuestos a encontrar una verdad entre todos?
R. Cuando yo les plateo un problema, suelen ser profundamente impulsivos, enseguida te dicen: "Pues esto es así". Yo utilizo el método socrático y empiezo a hacerles preguntas, que lo que hace es cuestionarles para hacerles ver cuáles son las incoherencias, los fallos, las dificultades… entonces, llega un momento en que ellos reconocen que no tienen ni idea… Y es cuando yo les propongo que lo analizamos detenidamente. Lo primero que intento hacer es combatir sus prejuicios y a partir de ahí que ellos entiendan que descubrir lo que es justo y bueno para todos es algo difícil. A veces ellos me preguntan y yo les digo que yo también quiero pensar junto a ellos, porque algunos de estos problemas siguen siendo problemas para mí, no lo tengo claro.
P. ¿Se plantean menos cosas los adolescentes de ahora que los de antes?
R. Yo creo que no, en absoluto. El adolescente todavía conserva la actitud filsófica de cuestionar y hacerse preguntas y de no aceptar las respuestas. No ha perdido esa rebeldía de preguntar: "Y esto, ¿por qué?". Conforme va pasando el tiempo yo creo que vamos renunciando, por el confort o la tranquilidad, a preguntarnos por qué y aceptamos la autoridad, venga de donde venga, y la realidad, que no se puede cambiar. Si es cierto que esta es una generación más débil, con mayor intolerancia a la frustración. Pero eso nos tendría que hacer preguntarnos si les hemos educado correctamente. Porque estos chicos están hechos de la misma pasta que la generación de nuestros abuelos, que fue una generación capaz de afrontar situaciones durísimas. Cómo hemos educado a nuestros hijos para que los sociólogos los llamen la generación de cristal.
P. Tiene usted 17,2 seguidores en Twitter a los que plantea 'filoretos'. ¿Qué es un 'filoreto', en qué consiste y por qué lo hace?
R. Un filoreto no es otra cosa más que lo que creo que haría Sócrates hoy en día. A Sócrates le encantaba cuestionar, hacer preguntas. Iba allí donde se encontraba la gente, a los mercados, a las plazas públicas, al ágora. Allí donde la gente estaba hablando o discutiendo, él llegaba y lanzaba una pregunta que aturdía a los que estaban allí presentes, obligaba a la reflexión. Yo lo que entiendo es que las calles en las que hoy nos encontramos los ciudadanos son las redes sociales, donde hablamos, discutimos, dialogamos. En el que la mayoría de las veces funcionamos con una lógica que a mí me preocupa mucho y que intento cuestionar con los 'filoretos', que es la lógica infantil de la emotividad. Funcionamos con una lógica tan absurda que podríamos resumir que algo es bueno simplemente porque me gusta, y algo es malo porque me ofende. Con las preguntas yo intento devolver la razón al lugar que ocupan ahora las emociones.
P. Y ya que le gusta tanto Sócrates, ¿Qué hubiera dicho de esta pandemia?
R. Lo primero, nos habría recordado que la felicidad no depende de las circunstancias, sino que depende de uno mismo. De que uno tenga muy claro cuáles son los bienes importantes en la vida. Qué es lo que realmente tiene valor. Nos diría que en el fondo tendríamos que hacer un examen de que quizás la ansiedad que estamos sufriendo puede ser porque estábamos persiguiendo una serie de bienes que quizás no tenían valor. Y que no podemos dejar que nuestros proyectos personales, nuestra imagen de felicidad, dependa de las circunstancias exteriores. Luego nos invitaría a reconstruir la ciudad. Necesitamos a los otros. Y eso la pandemia es una de las cosas que está poniendo de manifiesto: solo podremos sobrevivir juntos. Veníamos de un mundo profundamente individualista, donde cada uno se solucionaba sus problemas. Y la pandemia nos está diciendo que somos vulnerables e interdependientes. Necesitamos recuperar el diálogo y olvidar la política de la confrontación, que lo vemos en los políticos pero que no es más que un reflejo de cómo nos comportamos entre nosotros.
P. ¿La pandemia va a cambiar la manera de filsofar de los jóvenes?
R. La pandemia, desde luego, está cambiando la manera de relacionarse entre ellos. No se conocen, solo conocen la mitad de los otros. Si la cara es el espejo del alma, pues yo solo conozco la mitad del alma de mis alumnos, ya que estamos todo el tiempo con las mascarillas, guardando la distancia de seguridad. También cambia la manera de relacionarse por el miedo. El miedo es bueno porque es un mecanismo de defensa, pero también hay que saber controlarlo y los veo con mucho miedo. Ya Maquiavelo lo avisó: hay gente que puede sacarle mucho rédito económico y político al miedo de los demás. Y a mí me da mucho miedo que nuestros jóvenes lleguen a ser manipulados.