Jordi Musons, director de una escuela innovadora de Cataluña: "Memorizar por memorizar no aporta"


El autor del libro 'Reinventar la escuela' defiende la necesidad de que los alumnos aprendan a pensar por sí mismos
Cuando estaba en octavo de EGB, un profesor animó a Jordi Musons (Barcelona, 1969) que dejara de estudiar. Hoy dirige la escuela Sadako una de las más innovadoras de Cataluña. Allí, los alumnos son el centro del proceso de aprendizaje y se trabaja por competencias globales.
En este centro concertado de Barcelona lo importante es participar, cooperar y fomentar que los niños sean autónomos. Musons está considerado uno de los mayores expertos en pedagogía activa. Defensor de que los alumnos aprendan desde la acción, de forma proactiva, acaba de publicar el libro 'Reinvertar la escuela' (Ediciones Arpa).
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Pregunta. ¿Por qué hay que reinventar la escuela?
Respuesta. Porque tenemos muchísimos indicadores, tanto en el ámbito educativo como en el social, de que el modelo educativo actual está obsoleto para dar respuesta a las necesidades de este alumnado para incorporarse de forma plena a la sociedad del conocimiento actual. Somos uno de los países europeos con mayor índice de fracaso escolar, que hace repetir a un número de alumnos muy por enciam del doble que la media europea. Tenemos unos resultados en PISA y en TIMSS horribles. Y, a la vez, en nuestro entorno pasan muchas cosas que no estamos preparados para abordar. Las competencias del siglo XXI piden otras cosas. Creo que la educación debe proveer al alumnado de esta capacidad de convertirse en agente activo de transformación de su entorno.
P. ¿Un buen profesor del pasado no sería un buen profesor ahora?
R. Si es un buen profesor seguro que lo será en el pasado y lo será en el futuro. El problema es lo que entendemos por buen profesor y por éxito educativo. Una formación de calidad debe ofrecer oportunidades a todo el alumnado. Un modelo estrictamente tradicional ofrece oportunidades al alumno que tiene más talento y, sobre todo, al que tiene buen talento memorístico y lingüístico, pero excluye a muchos otros. Una de las cosas que más evidencian el fracaso de nuestro sistema educativo actual es que da menos oportunidades a los alumnos más vulnerables. Para mí un buen profesor es aquel que es capaz de sacar el mejor provecho de cada uno de sus alumnos y de despertar sus talentos para mejorar su autoestima, su capacidad para aprender y para que sea hábil en el contexto donde vive y actúa. Hoy lo que ha cambiado es que ya no centramos el aprendizaje en la mirada del docente y sí en que el alumno tenga el máximo de recursos y de motivación para que sea él el que escoja qué quiere hacer y cómo lo quiere hacer.
P. ¿Qué es lo que peor funciona de la escuela tradicional?
R. La generación de jóvenes ha cambiado y su capacidad de atención y motivación también. Si no hay una correlación entre lo que estoy aprendiendo y lo que me interesa, se genera una desmotivación mayor de la que tenía la generación anterior, que era mucho más homogénea. La escuela tradicional no prepara para ser competentes en contextos personales y profesionales. En todos los foros educativos hay un consenso muy grande en dar mucho valor al conocimiento pero también a las competencias llamadas 'blandas' que en la mayoría de contextos profesionales y personales todos tenemos que aplicar. Saber trabajar hoy con personas diferentes y en contextos diferentes es indispensable. O ser una persona adaptable y flexible como lo ha puesto de manifiesto la situación de la pandemia actual. En un mundo tan cambiante como el actual, es indispensable tener buenas dosis de resilencia, de capacidad de adaptación… En una sociedad donde son tantas las necesidades, tener un pensamiento crítico activo con voluntad de implicarse y transformar es indispensable para mejorar la sociedad en la que estamos. Y aquí es donde creo que la sociedad no da respuesta. Sin una formación donde el alumno aprenda a pensar y a actuar, tendremos una sociedad acrítica muy ifluenciable y manipulable. Y, justamente, necesitamos alumnos que aprendan a pensar por sí mismos. Fomentar el conocimiento, la lectura, espacios de atención son indispensables, pero también otras competencias deben tener espacio en la escuela como una buena educación emocional.
P. ¿Por qué es tan importante que los alumnos aprendan a formular preguntas?
R. John Hattie hizo un estudio sobre cuántas preguntas hacen los alumnos en clase y cuántas hacen los profesores. Un docente de media hace entre 200 y 300 preguntas al día a sus alumnos, mayoritariamente, preguntas retóricas que no esperan respuestas. Los alumnos de media hace entre cero y tres preguntas a día y, casualmente, los alumnos que responden son casi siempre los mismos. Un aprendizaje más individualista, más competitivo conduce a que los alumnos dejen de hacerse preguntas, a tener curiosidad, para ver qué respuesta dan a los docentes para que les pongamos buena nota. Y entramos en esta rueda de formación solo para la evaluación. En nuestra escuela los alumnos dedican siempre unas horas a la semana a hacer un proceso de investigación en base a la pregunta que han propuesto, desde los tres años hasta los 16. Con la voluntad de que no dejen nunca de descubrir e indagar sobre lo que más les interesa.
P. Muchos padres, sin embargo, ven con recelo estas nuevas metodologías de enseñanza y prefieren un colegio tradicional para sus hijos.
R. En Cataluña eso ha cambiado pero es verdad que pasa en muchas partes de territorio español, sorprendentemente. La educación se basa mucho en creencias y opiniones. Los docentes utilizamos mucho eso de "siempre se ha hecho así" como argumento para fundamentar lo que estamos haciendo desde la práctica educativa, cuando en realidad hoy tenemos muchísimos datos para analizar cómo se aprende y qué funciona o no en la educación. Es como en la sanidad. ¿Qué habría pasado si en la situación actual de pandemia los sanitarios hubieran dicho: "Está muy bien esto de la vacunación pero yo no me fío mucho, prefiero seguir trabajando con mis métodos tradicionales". Y que, además, el sistema médico dijera lo mismo: "No, mejor que no hagamos eso porque no tenemos suficientes indicios". Mientras que la Ciencia evidencia que las vacunas darán respuesta a la pandemia actual. Pues esto mismo pasa en educación. Tenemos la Ciencia que nos avala y nos demuestra cómo aprende un alumno. Sabemos que cuando está escuchando de una forma continuada a un docente hablando tiene la misma actividad neuronal que cuando está viendo los anuncios en televisión. Sabemos que cuando un alumno memoriza pero no se ha implicado en el proceso de memorización lo olvida de una forma exponencial pasados dos o tres días. Pero todavía nos da seguridad el modelo educativo tradicional. Y eso es porque la educación ha sido tan estable durante tanto tiempo que lo nuevo nos genera estrés. Hay que trabajar muchísimo para convencer y avalar que cuando hablamos de metodologías más activas los alumnos no pierden competencias tradicionales para hacer pruebas de Selectividad o de PISA pero a la vez despliegan otras muchas competencias que se llevas en su mochila para el contexto real. No está previsto que el sistema evalúe hablar en público y, sin embargo, es indispensable disponer de esta capacidad de comunicación. La educación más moderna de lo que está hablando es de ampliar la mirada hacia otras competencias que sumen a los procesos de aprendizaje más tradicionales. Y hay cosas que debemos dejar de hacer. Porque memorizar por memorizar no aporta conocimiento. Y, sobre todo, si no hay motivación para aprender.
P. Y en todo esto ¿qué papel juegan las nuevas tecnologías en la educación?
R. La tecnología por sí sola no aporta nada. Puede mejorar el aprendizaje o lo puede empeorar. También tiene un lado oscuro y necesitamos un reflexión como sociedad para ver qué nivel de contacto tecnológico deben tener nuestros hijos con él. Pero en muchos contextos, la tecnología puede mejorar los procesos de aprendizaje. Y ahí hay muchísimas herramientas que permiten dar una visión muy diferente a la evaluación, más abiertos, más competenciales, más inmediatos, que ayudarían mucho a personalizar que estoy aprendiendo y qué no, y a marcar objetivos para mejorar. Lo mismo pasa en la personalización del aprendizaje. Cada vez tenemos más herramientas que pueden recoger muchos datos de los alumnos para que podamos tener un feedback de cuál es su evolución y que nos proponga procesos de aprendizaje más individualizados. No todos necesitamos hacer la misma clase en el mismo momento y la tecnología nos permite que, según sea mi evolución, haga una cosa diferente de la que está haciendo mi compañero que está al lado. Pero traducir el libro de texto en una tableta no cambia nada, incluso, lo empeora.
P. De hecho, usted no debe ser muy partidario del libro de texto…
R. No lo soy, no por el libro de texto en sí, sino porque es una herramienta que cuando está en manos del docente le conduce a reproducir unos tics en la que se vuelve a la memorización, a la evaluación y a olvidar lo que hemos aprendido. Muchas veces los libros van acompañados de una guía didáctica que es la parte más interesante porque te propone cómo trabajar didácticamente lo que pone en el libro. Pero esta guía didáctica es la que no utilizamos los docentes. Las escuelas que no tenemos libros de texto nos sentimos obligados a hacer un proceso mucho más profundo de reflexión sobre qué queremos que aprenda un alumno, qué es relevante y para qué queremos que lo aprenda. Y nos obliga a la vez a diseñar que proceso de enseñanza de aprendizaje tenemos que tener para que eso pase. Y eso nos obliga a tener una docencia más proactiva en lugar de ser solo aplicadores.
P. Ha hablado antes del altísimo fracaso escolar que hay en España de niños que no terminan la secundaria obligatoria. ¿Cómo debe afrontar la escuela del siglo XXI este fracaso escolar?
R. No podemos enfocar el cambio que es indispensable en educación en una sola variable sino que debe ser un cambio más sistémico y eso es lo que lo hace difícil. Es indispensable romper con esta rutina de contenidos-memorización. En la mayoría de países europeos pedagógicamente más avanzados, en general hay una participación mucho más alta del alumnado en el proceso de aprendizaje. Los jóvenes están aprendiendo muchísimas cosas, pero lo que quieren y fuera de la escuela. Y lo hacen porque tienen herramientas y motivación para hacerlo: sobre cocina, juegos online o cómo hacer una bomba si es necesario. La escuela no se debe convertir en un circo, en un espacio donde solo tenga que haber actividad, tiene que haber también pensamiento. Pero sí creo que tenemos que llevar al alumno a una parte más manipulativa, activa, implicada en el proceso del aprendizaje, romper con esta idea individual para mejorar el aprendizaje, consolidarlo y hacerlo más duradero.
P. De hecho el Ministerio de Educación ha propuesto un cambio en los currículos para hacerlos menos memorísticos y sí más competenciales.
R. Me encantaría que eso se traduzca en realidad. Aquí la parte difícil es como vamos a sincronizar la parte de la Administración y a la vez romper con la mentalidad docente. Todavía estamos muy arraigados en esta mentalidad histórica, tradicional y repetitiva.
P. ¿Cree que a los docentes les va a costar este cambio de modelo?
R. A muchos docentes si les preguntas por las leyes educativas que hemos ido incorporando, no se las saben. La práctica educativa no depende de las leyes educativas. Cambia la burocracia, la estructura, pero no la mecánica. La transformación en todos los entornos ha implicado cambios muy grandes. ¿Cómo se entiende que en educación, que estamos preparando a alumnos para que sean hábiles dentro de 20 años, no les ofrezcamos lo más actual y lo más moderno? Es un contrasentido. El hecho de que sea difícil supone que tendremos que tener el máximo de recursos posibles, de formación y acompañamiento, pero los que hemos escogido esta profesión lo hemos hecho por vocación, porque creemos que tenemos un papel muy importante para garantizar el futuro de nuestros hijos. No me vale que se diga que esto es un esfuerzo. ¿Te imaginas que un médico diga que va a seguir operando sin anestesia porque aprender cómo se hace es un sacrificio? Habrá que cambiar el sistema para que esto pase, porque los que se están muriendo son nuestros alumnos y, mayoritariamente, los más vulnerables y eso no se puede permitir.
P. Por último, ¿cree que hay que mantener en el sistema educativo a aquellos que no quieren estar en él?
R. Se lo dices a alguien como yo, que cuando estaba en octavo de EGB, el tutor me dijo delante de mi madre que dejara de estudiar porque en un test nemotécnico decía que yo no estaba cualificado porque lingüísticamente tenía algunas dificultades y que probablemente, con suerte, acabaría trabajando en una tienda. Hoy soy director de una escuela supuestamente muy innovadora. Creo que todo el mundo tiene un potencial y el problema es cómo hacerlo aflorar. Por eso estoy absolutamente en desacuerdo con esa idea. La escuela debe ser el espacio más social e inclusivo posible, el reflejo de lo que queremos que sea nuestra sociedad. Y la forma más importante de que el alumnado tenga posibilidades es trabajar con todos ellos con modelos cooperativos que fomenten el aprendizaje de cada alumno. Cuando trabajas con grupos cooperativos pasan dos cosas. Que el alumnado que tiene más dificultades no se desprende del proceso de aprendizaje, y que el más talentoso multiplica sus habilidades. Lo otro es condenar a todos aquellos que son diferentes, vulnerables o que tienen dificultades en un ámbito. Lo peor es que estamos simplificando éxito educativo en un modelo tradicional que solo es competente quien memoriza y es bueno lingüísticamente. Quien es creativo, quien sabe resolver problemas complejos con habilidades diferentes, quien es capaz de liderar, quien tiene iniciativa no sirve, cuando en cualquier ámbito de trabajo se requiere personas competentes y con capacidad de aprender.