Empleadas de hogar, “prisioneras” durante la pandemia, sin pisar la calle: “No me dejaron salir hasta finales de junio"


La asociación servicio doméstico activo (SEDOAC) denuncia que a muchas trabajadoras les retiraron las llaves de la casa para que no pudieran salir
"Durante el confinamiento he trabajado sábados por la tarde, domingos, festivos, Semana Santa… y todo por el mismo sueldo", relata una trabajadora del hogar
Verónica, hondureña y empleada de hogar interna en una casa, estuvo encerrada en un piso más de tres meses durante la primera ola de la pandemia. Los hijos de la mujer mayor a la que cuida no le dieron permiso para salir a la calle hasta que no se levantó el estado de alarma, a finales de junio. Ni siquiera le dejaron dar un paseo cuando comenzó la desescalada. El pretexto era que no querían que contagiase a su madre. "Fue tremendo. Me sentía agobiada. Veía que mis amigas ya salían y yo seguía encerrada. No podía más".
Al encierro se sumaron muchas más horas y días de trabajo que no le pagaron. "Sábados por la tarde, domingos, festivos, Semana Santa… y todo por el mismo sueldo", confiesa.
Al no tener ni papeles ni contrato, Verónica se encontró de repente en una encrucijada de la que no podía escapar."Mi familia está en Honduras y con la situación que se vive allá, uno se arriesga a todo y se somete a trabajar, a trabajar, a trabajar… El hecho de no tener papeles es muy complicado porque no puedo dejar este trabajo si no encuentro otro", reconoce.
En plena desescalada, cuando ya sí se permitía salir, Verónica suplicó a sus empleadores que le dejaran despejarse un poco, que se iba a volver loca. Pero la contestación fue esta: "Si nuestra madre se contagia, será culpa tuya".
El nombre de Verónica no es real pero su historia sí lo es. Como también lo son los abusos a los que se han visto sometidas cientos de internas, como ella, durante el confinamiento. Muchas no han podido negarse a lo que sus empleadores les han exigido. Se han convertido en prisioneras de las casas en las que trabajan. Atadas a ellas.
"Les retiraron las llaves de casa"
"Nada más empezar el confinamiento, a muchas chicas les retiraron las llaves de la casa donde trabajan para que no pudieran salir con la excusa de que se iban a contagiar", asegura Edith Espínola, portavoz de la asociación servicio doméstico activo (SEDOAC). "A ellas las encerraban mientras que los señores de la casa sí salían, al menos, a comprar o a hacer recados", prosigue.
"El problema es que como son internas, se creen que tienen que estar disponibles 24 horas al día… y al final durante el confinamiento muchas no han descansado nada, todo el día con los niños, la casa, la cocina, incluidos fines de semana. Es fácil abusar de ellas porque trabajan en hogares a puerta cerrada", señala Espínola.
En España hay 580.500 personas que aseguran estar ocupadas en actividades del hogar, según la última encuesta de población activa de 2019. De todas ellas, sólo el 68 % están dadas de alta en la Seguridad Social, es decir, que una de cada tres trabaja en la "economía sumergida".
Durante la primera ola de la covid, el Gobierno ofreció un subsidio temporal (del 70% de la base de cotización) a aquellas empleadas de hogar que hubieran perdido el trabajo. De las 56.000 solicitudes de este subsidio, se han resuelto ya el expediente de 40.151, de los que 35.127 han sido favorables (abonadas), según fuentes del Ministerio de Trabajo.

Kati (nombre ficticio), dominicana, también trabaja en una casa de interna cuidando a una mujer de 91 años. Ella también estuvo encerrada dos meses sin poner un pie en la calle. "Los hijos me decían que su madre no podía coger el virus y me quedé en la casa sin salir ni siquiera para ir a comprar el pan. Solo podía bajar al portal a tirar la basura", asegura.
Kati reconoce que ella aceptó este trato porque la familia se comprometió a pagarle los fines de semana y los festivos aparte y el acuerdo le compensaba. Tenía miedo de contagiarse, pero más de perder el empleo. "Si coges el virus, sabes que puedes perder el trabajo. Este no es un empleo seguro. Aquí no hay paro ni nada. Y a ver si consigues trabajo de nuevo", señala.
Pero el precio de no salir fue duro. "Una hija de la señora a la que cuido nos pasaba el pan por la ventana y la compra nos la dejaban en la puerta", recuerda. "Cuando por fin pude salir, vi la gloria, porque esto era como una cárcel sin ser cárcel. No veía ni el sol ni la luz. Solamente me asomaba a la ventana, aplaudía y aplaudía y ya está".