Filomena en El Retiro


Paseo por El Retiro nevado horas antes de su cierre al público por la borrasca
Puntual, rotunda, peligrosamente evidente, Filomena ya está en El Retiro. Con intención, además, de afincarse unos días. Filomena amenaza a media España con incomodidades y disgustos Sin embargo, en el parque emblema de Madrid su llegada se vive de otra forma.
La gente que va o viene de allí comenta en los semáforos “¡Ha cuajado!”, sin más cálculo ni preocupación. Lo de que cuaje o no la nieve que traen es la forma que tienen las tormentas de acreditar su pedigrí. Y ésta es de las buenas. A unos les mueve la novedad, a otros el orgullo de vivir en los alrededores: “¡Está precioso!”. Para los niños es un juguete más que sumar a los que les han traído los Reyes. Una prórroga de la Navidad.
Nieva sin parar. Los techos de los coches están blancos. Las aceras resbaladizas. Llegar a El Retiro es un deporte de riesgo, más allá del frío, para un vecindario poco acostumbrado a ver nieve fuera de la estación.
“¡Cuidadín!”, dice alguien apostado en un soportal (ha salido “a ver nevar”) a una señora a punto de caer. Por la calle desfilan modelos de ropa técnica, pieles, trineos, gorros, bufandas... esquivando alcorques rellenos de blanco. Quedan apenas horas para que se cierre el parque (a las 18:00 horas del viernes) y el espectáculo es de los que no se repiten con frecuencia.
En Retiro parece un pecado no acercarse a El Retiro en días como éstos. La borrasca se ha cebado con Madrid. Filomena es de las que cuajan y ha dejado, ya desde antes de que llegue “lo peor”, un festín de imágenes dentro de la cerca. “¡Madre mía El Retiro!”, exclama una mujer que acaba de traspasarla con sus niños. Uno de ellos se queja de la presencia de un coche patrulla. “¡Nos ha fastidiado esto!”, dice apuntando las huellas del vehículo sobre la alfombra de nieve.
Los perros corren sueltos sobre un firme extraño para ellos. Se oyen risas en medio del silencio que inspira el paisaje. La gente se desplaza con movimientos torpes, en las zonas menos frecuentadas se escucha el crujido del suelo bajo los pies. Hay paseantes solitarios, parejas, familias... todos hacen fotos en un universo blanco como pocas veces. Una chica levanta la voz mientras mira al móvil dando una vuelta sobe sí misma: “¡Hola familia! Esto está increíble y quería compartirlo con vosotros...”.
“Nunca en la vida”. David, operario de mantenimiento del parque, confirma lo insólito de lo que ven sus ojos en este mediodía de viernes. “La gente viene alucinando”, añade oculto tras la mascarilla y la bufanda, embutido en un mono azul bajo el que se adivina ropa de refuerzo. Su opinión se acerca a lo que uno puede pensar, pero solo lleva tres años en el servicio. Poco tiempo para calibrar nevadas en Madrid.
En el bar Las Estatuas, junto al estanque, Antonio lleva sin embargo 15 años tras la barra. La borrasca le pilla curado de espanto. “Esto es un juguete. La gente se asusta por nada”. Habla sin dejar de servir cafés. Entre aviso y aviso de que el aforo está completo a la clientela que se refugia en el quiosco.
- “Ayer, en mi pueblo, 35 bajo cero. Cuatro metros de nieve teníamos nosotros de pequeño y yo salía tan tranquilo”
- ¿De dónde eres?
- De Villablino, León. Y la mili la hice en los Pirineos. A mí me van a decir que hay nieve. El problema es que no hay turistas. ¡Ése es el problema!
No hay más preguntas, señoría. Se entiende por qué Antonio teme menos a Filomena que a la pandemia.
Y eso que a estas alturas, la capa ya es de varios centímetros. Así se mide, en centímetros de grosor (en el pueblo de Antonio en metros) la magnitud del fenómeno. Todo es blanco. Las praderas, las copas de los árboles, las barandillas, los bancos. Ya da para muñecos, y para bolas. Algunas, gigantes, ruedan por la ladera que baja hasta el estanque del Palacio de Cristal, donde los patos se mueven entre los huecos que deja el hielo. “¡Qué frío, chaval!”, exclama un joven.
Cuando nieva, la imagen del edificio te sitúa en Austria. El acceso a la joya del parque está protegido por cintas de policía. Puede que sea para que no bajen los trineos o para evitar riesgos de caída en la pendiente. Da igual. La gente se las salta. Filomena ha llegado a El Retiro. Y quieren verlo.