Tormentas de fuego e incendios de sexta generación: ¿por qué las pirocrisis son cada vez más virulentas?

Este tipo de fenómenos no son nuevos aunque cada vez son más frecuentes y de mayor magnitud, aseguran los expertos
La primera tormenta de fuego en la península ibérica se registró en Portugal en 2017, murieron 66 personas
Más importante que aumentar los medios de extinción es adaptar su preparación y su respuesta a las condiciones pirometeorológicas, advierten los especialistas
Incendios sin control y de gran magnitud en Alicante, en Galicia, hace días en Zaragoza, Zamora; Francia, Portugal, Italia, Australia, Estados Unidos… ¿Son cada vez los fuegos más virulentos? La pregunta es recurrente y la respuesta, afirmativa. Las sequías y las olas de calor son más severas, más duraderas y frecuentes, lo que proporciona las condiciones idóneas en un escenario que también es ideal para la propagación de las llamas: bosques continuos, sin gestión ni cuidados; abandonados y sin apenas disrupción de campos agrícolas.
El resultado: los temidos incendios de sexta generación. Incendios con un comportamiento explosivo y extremo, que se propagan a gran velocidad. Son muy peligrosos, imposibles de apagar por los medios de extinción convencionales y están directamente relacionados con el cambio climático, asegura la comunidad científica.
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En España, cada año, 100.000 hectáreas son arrasadas por las llamas
Según datos de WWF, los llamados GIF, los grandes incendios forestales, superan las 500 hectáreas calcinadas y, aunque suponen solo el 0,18% del total de incendios registrados, acaban con el 40% de la superficie calcinada por las llamas. En España, cada año, los incendios forestales arrasan cerca de 100.000 hectáreas, una superficie equivalente a 100.000 campos de fútbol.
El verano de 2022 comenzó en España con uno de estos grandes incendios, el de la Sierra de la Culebra (Zamora). Se quemaron más de 22.000 hectáreas en una zona considerada reserva de la biosfera. Uno de los peores fuegos forestales registrados en Castilla y León. Un incendio de una potencia extrema y muy violento, similar al de Pedrogão Grande (Portugal) que en junio de 2017 se cobró la vida de 66 personas y devoró miles de hectáreas, liberando una energía equivalente a 27 bombas atómicas a la hora. La tragedia cambió para siempre la forma de entender los incendios forestales en Europa, aseguran los expertos.
La primera pirocrisis explosiva
Fue la primera tormenta de fuego de la que se tiene constancia en la península ibérica. Un fenómeno que ya se había registrado medio siglo antes en las Landas francesas, cerca de Burdeos. Colosos explosivos y extremos que no son nuevos aunque sí son cada vez más frecuentes y de mayor magnitud, alimentados por las grandes acumulaciones de combustible o vegetación, las olas de calor y la sequía; ingredientes para que el gran incendio esté asegurado.
Tal y como explica Rosa María Canals, Profesora de Ingeniería Agroalimentaria y del Medio Rural de la Universidad Pública de Navarra, en un artículo publicado en The Conversation, en los años 60 había incendios de categoría 1 y 2, pero con el paso del tiempo, estos incendios han ido incrementando en categoría y ya, en las últimas décadas, se registran incendios muy severos de quinta y sexta generación.
Incendios con meteorología propia
Los de quinta generación pueden provocar diferentes focos simultáneos, como ocurrió en Grecia en el 2007. Los de sexta generación liberan además tal cantidad de energía que son capaces de generar vientos erráticos que les facilita su propagación en direcciones, velocidades y sentidos imprevisibles. Tormentas de fuego que cobran vida propia, con nubes conocidas como pirocúmulos capaces de generar nuevos focos lejos del original, lo que complica aún más las labores de extinción.
En el incendio de la Vall d´Ebo, en Alicante, los pirocúmulos han generado fuertes rachas de viento gracias a un fenómeno que la física especialista en Meteorología, Onintze Salazar, explica en Cuaderno de Cultura Científica. “La precipitación que parte de la base de la nube, llegue o no a tocar suelo, se evapora en su descenso al encontrarse con aire más cálido. Para evaporarse, las gotas de agua roban calor al ambiente, por lo que el aire bajo la nube se enfría muy rápidamente. Ese aire frío, al ser más denso y, por tanto, pesar más, tiende a descender, en este caso, de manera muy rápida. Estos vientos fuertes que se originan en las tormentas y reciben el nombre de downburst, pueden tomar cualquier dirección tras llegar a la superficie y dificultan enormemente las tareas de extinción”.

Menos aviones y mejores condiciones laborales
Unas labores de extinción que en ocasiones son misión imposible. “Nuestra respuesta al aumento en la virulencia siempre es la misma: aumentar los medios”, señalan los profesores de incendios forestales Víctor Resco de Dios y Paulo Fernandes en The Conversation. El Mecanismo Europeo de Protección Civil se ha reforzado con más recursos de extinción, pero no es suficiente, indican los expertos, porque más importante que aumentar los medios de extinción es adaptar su preparación y respuesta a las condiciones pirometeorológicas.
Después de la tragedia de Portugal, se reconoció la necesidad de combatir las causas estructurales vinculadas al territorio y se creó una agencia para la gestión integrada del fuego. La propia Comisión Europea apostó por la puesta en marcha de una estrategia inteligente contra los incendios, "aunque sobre el terreno queda casi todo por hacer", aseguran los especialistas.
En España, por ejemplo, se insiste en tener más aviones y más grandes, mientras “los bomberos tienen en muchas ocasiones condiciones laborales precarias. Aprovechar su amplio conocimiento para desarrollar acciones preventivas en invierno sería una inversión más efectiva, aunque menos efectista, que comprar aviones grandes”, subrayan los especialistas ya que, recuerdan, según los cálculos de los bomberos, más del 75% de las descargas aéreas son ineficientes.