Ayer tuve un sueño, por Tomás Datino

Tomás Datino, cardiólogo en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, se interroga sobre cómo será nuestra vida después de la pandemia
Ayer tuve un sueño. No el de Luther King, no. Más bien uno de los que le gustarían a Freud. Fiesta familiar a lo grande (quizás unas Navidades o una boda). No de cualquier familia, sino de mi familia política andaluza. Las mejores que yo haya visto. Veo gente terminando de cenar, bebiendo, sonrisas, vasos que chocan. Oigo música que se anima invitando al baile (¿Rafaela Carrá?). Y ellos nunca rechazan esa invitación. Jaleo, botes, abrazos y exaltación de la amistad.
Esto debería ser una escena alegre, pero para mi está llena de ansiedad. “Noooo!!!”, exclamo yo en un grito apagado, apoltronado en mi silla mientras compruebo que sigo llevando la mascarilla adherida a mi boca. “Parad inconscientes”, pero realmente no me oigo, ni me oyen. Es un sueño, claro. Y así son las cosas en los sueños. Pero mi ansiedad crece y decido que no puedo ver la escena, así que corro para salir de ahí.
Bajo una escalera, pero en lugar de la salida encuentro otra planta llena de más gente alegre y sudorosa, saltando y sin mascarillas. Y entonces me despierto y el que suda y no tiene mascarilla soy yo (en mi cama).
Está claro que no necesitamos a Freud para entenderlo. Baste decir que estoy en medio de una pandemia, que soy médico y que estoy en uno de los países con más infectados de Europa (lo aclaro para cuando alguien lo saque de tiempo, persona o lugar, o sea, de contexto).
Todos nos sentimos raros cuando vemos en la tele imágenes de hace poco más de un año con la gente en sitios públicos sin mascarilla (¿cómo vivíamos así?, ¿cómo nos besábamos así?, con dos besos y a lo loco). Tan raros como cuando, hace poco más de un año, veíamos en la pantalla ciudadanos de Japón llevando mascarilla en un día normal. ¿Cuidadosos, respetuosos, escrupulosos?, pensábamos maravillados. Ni que decir tiene, que si alguien la hubiese llevado en España hace más de un año, hubiésemos pensado que estaba enfermo o loco (pobre si lo pilla Miguel Bosé).
Y mi reflexión llega a su punto de inflexión. Todos estos nuevos hábitos o rituales que hemos normalizado fuera del contexto actual rozarían la obsesión (si no lo es ya limpiarse las manos con alcohol gel cada minuto sea en el contexto que sea, como Di Caprio en El Aviador). La pregunta que nos hacemos es cuánto de todo esto quedará cuando esto pase (y pasará). Ya lo explicó de forma más corta y bonita el poeta cuando dijo “todo pasa y todo queda”. Imposible decirlo mejor. Pues eso, qué pasará y qué quedará.
Hay quien dice que si se tiene resiliencia (palabra de moda) en situaciones de crisis se puede aprender, se pueden sacar cosas buenas, y si lo mantienes en el tiempo podríamos hablar de crecimiento postraumático. Yo, en cambio, conocía las secuelas negativas que pueden dejar estas crisis. Todos hemos oído decir que si son graves y limitantes podríamos hablar de estrés postraumático.
No sé si llegaremos a tanto, pero yo, sin embargo, ahora mismo, como en mi sueño, estoy cubierto de cierta ansiedad. Y, a veces, en estos días raros, no puedo evitar llorar (mezcla de alegría y de tristeza) con cosas nimias que veo u oigo (la música siempre tan vinculada a las emociones). ¿Perdurará esta sensación? Brotará cuando vea a alguien aplaudir en un balcón o, Dios no quiera, escuche 'Resistiré' (no puedo evitar sentir náusea al oír esa canción como un perro de Pavlov).
Imposible dar una respuesta científica así que me quedo con la poética. Creo que ocurrirá un poco de todo, mezclado como en una tormenta de arena. Me sentiré orgulloso de haber superado esta locura, de haber aprendido algunas cosas, a la vez que tardaré en saludar con dos besos o en compartir un vaso o en dejar la mascarilla (y hasta quizá la vuelva a usar ante cualquier catarro).
Sentiré una gran tristeza al recordar gente maravillosa que va quedando en el camino y sonreiré con otros que han ganado mucho en este sinsentido. En fin, luchemos para que lo que pase sea lo malo y lo que quede sea lo bueno, y que volviendo la vista atrás veamos la senda que nunca hemos de volver a pisar.
“Y una vez que la tormenta termine no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta”. (Haruki Murakami)